Durante décadas Alemania ha sido considerada un modelo de éxito: su estabilidad, su industria exportadora y su liderazgo en la Unión Europea la convirtieron en un referente. Se trata de la mayor economía de la Unión Europea y aporta cerca del 30 % del PIB a la UE.

Pero el desempeño económico de Alemania en los últimos tiempos ha sido decepcionante: en 2024 su PIB se contrajo un 0,2%, tras otro retroceso del 0,3% en 2023. Dos años de retardo económico han provocado que su PIB per cápita se hunda hasta niveles de 2016. Ello ha convertido a Alemania no sólo en el país con peor comportamiento de las grandes economías del mundo sino de prácticamente toda la OCDE.

Muchos analistas consideran que, lejos de hacer frente a un problema de orden coyuntural, Alemania afronta un auténtica crisis de carácter estructural.

Algunas de las manifestaciones de crisis estructural serían las siguientes:

Las infraestructuras del país, tanto físicas como digitales, han caído en un estado de alarmante deterioro por la falta de inversión. A modo de ilustración, el 37,5% de los trenes de larga distancia no cumple con los horarios previstos. La compañía Deutsche Bahn culpa de ello a las infraestructuras obsoletas provocadas por un déficit de inversiones de 17.000 millones.

Y en los próximos diez años harán falta alrededor de 272.000 millones de euros para recuperar los retrasos y renovar las infraestructuras de transporte por carretera, especialmente túneles y puentes. Complementariamente, se estiman unas inversiones necesarias por valor de 20.500 millones de euros en carreteras y vías de ámbito local.

Alemania ha quedado rezagada en el ámbito de las infraestructuras digitales: ocupa la posición 57 en el ranking de conectividad digital, mientras que España está en la posición 9. Para colmo, Alemania tiene una de las peores redes de telefonía móvil de Europa, con notables problemas de cobertura. Y solo el 10% de los hogares alemanes cuenta con fibra óptica, mientras en España la cifra alcanza el 87,4 %. El fax sigue reinando en el ejército y en la sanidad, etc.

El modelo económico alemán se ha sustentado en sectores tradicionales, como la industria del automóvil, la maquinaria y bienes de equipo o la industria química, sectores con graves problemas estructurales e intensivos en energía.

Al mismo tiempo, no ha sabido desarrollar nuevos sectores basados en tecnologías avanzadas. El economista francés Philippe Aghion, analizando las patentes registradas, ya advirtió que la base tecnológica alemana no ha cambiado: sigue siendo la misma que la existente en la Alemania nazi de hace 80 años.

Por ejemplo, el sector automovilístico alemán no está a la vanguardia de la movilidad eléctrica. Sigue vendiendo automóviles impulsados por combustible fósil como consecuencia del menosprecio demostrado hacia la movilidad eléctrica: un directivo llegó a manifestar que los coches eléctricos eran “juguetes para niñas”.

En el ámbito de la geoestrategia, Alemania adoptó decisiones que se han demostrado erróneas. Por ejemplo, en política energética, la excesiva dependencia hacia Rusia, de donde procedían el 60 % de las importaciones de gas, dejó a Alemania en situación de vulnerabilidad. En 2019, los precios de la electricidad estaban entre los más bajos de la Unión Europea. Sin embargo en 2023, los precios de la electricidad se habían duplicado como consecuencia del impacto de la invasión rusa de Ucrania.

Por otro lado, el comercio bilateral entre Alemania y China ha ido adquiriendo una importancia creciente, creando una dependencia hacia China como mercado de exportación, especialmente significativa en el caso de la industria del automóvil. Con el paso del tiempo, China ha pasado de ser cliente de excepción a constituirse en un poderoso rival comercial.

El modelo alemán se puede definir como un “sistema industrial orientado a la exportación”. Así, el ratio exportaciones/PIB representa alrededor del 45 % y la apertura de la economía alemana (la suma de las exportaciones e importaciones respecto al PIB) suponen el 82 %.

El superávit, que ha ascendido históricamente al 7 % del PIB, es el resultado de una demanda interna débil, consecuencia de un pobre consumo (tanto público como privado) y del déficit en las inversiones públicas.

La desventaja de un modelo de crecimiento exportador para la ciudadanía es que la demanda interna deber ser relativamente débil, como consecuencia de la moderación salarial necesaria para la exportación de bienes sensibles a los precios. Por consiguiente, el modelo exportador alemán ha estado estrechamente ligado a la moderación salarial y a la austeridad fiscal.

Este modelo económico exportador se basaba en la creencia en la continuidad del proceso de globalización de los intercambios comerciales. Sin embargo, los acontecimientos (la pandemia, la invasión rusa de Ucrania y la política arancelaria de Trump) han evidenciado la fragilidad del modelo.

Wolfgang Münchau es un reconocido periodista económico que ha trabajado en medios de comunicación como Financial Times y Financial Times Deutschland. En su libro Kaput: El fin del milagro alemán, Münchau imputa a Angela Merkel, quien fuera canciller de Alemania entre 2005 y 2021, la responsabilidad última de esta situación. Para Münchau, “las peores decisiones se tomaron durante los mandatos de Angela Merkel”.

Münchau afirma que Merkel se centró en la política exterior. No le interesaban las reformas económicas y la planificación a largo plazo. También fue durante sus mandatos cuando el país se volvió dependiente de China y Rusia.

En 2009, Angela Merkel introdujo una cláusula sobre el endeudamiento en la constitución alemana. A partir de 2016, la deuda del Gobierno federal se limita al 0,35% del PIB y desde 2020, los estados federales no pueden contraer nueva deuda.

Se trata por tanto de una “camisa de fuerza” autoinfligida en aras a la estabilidad presupuestaria y a la contención de la deuda pública. Como consecuencia, Alemania ha consolidado unas finanzas públicas sólidas: su ratio de deuda es el más bajo de todos los países del G7, con el 64% del PIB.

Por todo ello, los analistas afirman que el período de mandato de Angela Merkel se puede sintetizar como de “estabilidad sin reformas”.

Alemania asiste a un fin de ciclo: las bases sobre las cuales se sustentaba su modelo económico están agotadas. El resultado es una competitividad internacional en ruinas: según un informe del Institute for Management Development, Alemania ha caído nueve puestos en dos años, hasta colocarse en la 24º posición en la clasificación mundial de competitividad.

En la sociedad alemana se evidencia un amplio acuerdo sobre la necesidad de transitar hacia un nuevo modelo económico y aplicar reformas estructurales para revertir el declive. Ello exigiría un esfuerzo inversor de gran magnitud en el ámbito de las infraestructuras digitales y físicas. Complementariamente, la economía alemana debería transitar hacia un equilibrio entre la demanda interna y las exportaciones, reduciendo los superávits por cuenta corriente. Finalmente, debería intensificar sus procesos de innovación para la generación de productos tecnológicos y de alto valor añadido.

El 18 de marzo de 2025, el Bundestag aprobó la modificación de la constitución, levantando el freno de la deuda. Las reformas de la Carta Magna alemana aprobadas se resumen en tres puntos: la creación de un fondo especial de 500.000 millones de euros para la inversión en infraestructuras durante los próximos diez años, el hecho de que todos los gastos en defensa superiores al 1% del PIB queden exentos del freno de deuda y la autorización para que los “landers” queden igualmente liberados del freno de deuda.

Estas cifras suponen, con relación al PIB, casi el doble de la contribución que supuso el Plan Marshall tras el fin de la Segunda Guerra Mundial.

Ahora bien, surgen dudas sobre la capacidad de Alemania para llevar a cabo la transición necesaria. Por una parte, el modelo económico alemán se ha fundamentado en una estrecha relación entre el sistema político y el empresariado: las asociaciones industriales tienen una enorme influencia en las decisiones políticas y los intereses creados priman en las decisiones económicas, dificultando la innovación y la adaptación a las nuevas exigencias competitivas.

Por otra parte, los analistas llaman la atención sobre la escasa capacidad demostrada por las administraciones alemanas para desplegar programas de inversiones. La excesiva burocracia, con un farragoso sistema de autorizaciones y procedimientos, retrasa las inversiones hasta hacerlas inviables en ocasiones.

El declive de Alemania presenta profundas implicaciones para el futuro de la Unión Europea, habida cuenta que la estabilidad y el liderazgo alemán han sido fundamentales para la cohesión europea. En el momento presente, la pérdida de capacidad tractora en el ámbito económico y su falta de liderazgo político, al concentrar su atención en los problemas internos, pueden resultar fatales para la Unión Europea.

También Euskadi debería reflexionar sobre las consecuencias del deterioro competitivo de Alemania, máxime teniendo en cuenta que, durante muchos años, las administraciones vascas han considerado a Alemania como el modelo de referencia a seguir en el ámbito industrial y tecnológico. Será necesario reflexionar sobre la sostenibilidad futura del modelo económico vasco, identificar sus límites y las adaptaciones necesarias para asegurar su resiliencia.

ISEA S.Coop.