En política, además de las luchas electorales e institucionales, existen también las luchas ideológicas, culturales, sociales, económicas y simbólicas. La lucha simbólica es frecuentemente tan importante como la ideológica y las demás luchas políticas y constituye un complemento necesario por la verdad y por la paz. Cuando la democracia y la paz requieren la modificación de un símbolo, sea físico o no, no se trata de cambiar o no cambiar la historia, sino el significado de dicho símbolo. El mayor monumento franquista de una ciudad es el mal llamado Caídos de Iruña, que no es ninguna prueba ni testimonio de la historia sino un símbolo que significa la exaltación de las ideas y crímenes del bando rebelde.

Los intelectuales del franquismo pretendieron justificar la rebelión desde el primer momento disfrazándola de guerra entre dos partes de la sociedad: nacionales contra rojos; derecha contra izquierda; orden contra comunismo, etcétera. Todo ello para poder sustentar el concepto de guerra civil. Pero no se trataba de una guerra civil. La rebelión protagonizada por Mola, Franco y la mayoría del ejército junto con algunos dirigentes políticos, económicos e intelectuales de sectores minoritarios fueron los causantes criminales de la inmensa mayoría de las víctimas de uno y otro bando. No fue una guerra civil, sino una rebelión militar con ayuda ideológica y militar fascista.

Cabe mencionar aquí la segunda de las novelas de la famosa trilogía de José María Gironella –Un millón de muertos–, que sustentó la tesis de que tanto las víctimas del bando republicano como la inmensa mayoría de las víctimas del otro bando lo habían sido por responsabilidad de los rebelados. Francisco López Sanz, director durante decenios de El Pensamiento Navarro dedicó una columna diaria denominada Glosas contra esa constatación de Gironella. La gravedad de la imputación implicaba que el franquismo, además de asesinar sin juicios y con juicios amañados a decenas de miles de fusilados, y además de originar la muerte de centenares de miles de muertos en cada uno de los dos bandos, usurpó a los de su propio bando la opción a la imagen personal, imponiéndoles el macabro apodo de caídos con el objeto de aprovecharlos en su intento de imposible justificación.

Ya en 1937 los primeros valedores intelectuales de la rebelión, por ejemplo Rafael Aizpún Santafé, Esteban de Bilbao Eguía, etcétera, pusieron en marcha el expediente llamado Causa General, que tenía por objeto la recopilación de todas las razones que justificasen como imprescindible la rebelión. La Causa General, que fue el expediente administrativo más largo del franquismo, estuvo abierta hasta 1975, en que falleció el dictador. El fracaso de dicho expediente es la prueba de que la justificación pretendida era imposible. Solo quedaban los resortes propagandísticos, terminológicos y simbólicos, como por ejemplo los monumentos a los Caídos.

Actualmente, la lucha ideológica contra la extrema derecha y las ideologías fascistas se ha tornado más necesaria que nunca, y ello entraña una valoración de la dictadura que siempre fue ilegítima. Ciertamente, la lucha ideológica hay que desarrollarla mediante argumentaciones democráticas basadas en los derechos humanos como máxima expresión de la civilización. No es que haya que restringir el acceso a la palabra a personajes como Mayor Oreja, Jiménez Losantos, Sánchez de Muniáin, aduladores del requeté y demás cuneteros, porque es como más en evidencia quedan. La lucha ideológica contra el fascismo se gana precisamente en la arena de la democracia, de las ideas, y en la resignificación y desentrañamiento del significado de los símbolos.

Así como por ejemplo la existencia y descubrimiento de campos de exterminio constituyó la prueba irrefutable del carácter criminal del hitlerismo, la existencia de las fosas comunes y la historia del escarnio popular antifeminista del aceite de ricino, que dejó a centenares de mujeres desequilibradas para el resto de sus vidas, son unas de las pruebas emblemáticas del carácter criminal del franquismo. En cambio, los monumentos no son pruebas ni testimonios ni argumentos, sino que constituyen la apología o exaltación de una victoria militar usurpando la memoria y la verdad de víctimas de ambos bandos. Cuneteros y secuaces pretenden dar a monumentos carácter de historia cuando son exaltaciones de crímenes y opresión.

Por ello, el debate no puede limitarse a tirar o no tirar uno o unos monumentos sino que debe alcanzar al significado real de la imposibilidad de justificación de la rebelión franquista y al carácter criminal de su desarrollo. Es decir, la resignificación.

El movimiento Iratxe, uno de los antecesores de ETA, ya atentó hace ahora más de 50 años contra el discurso de Franco que sigue estando en el monumento a los Caídos, aunque tapado y protegido desde entonces por medidas de contravigilancia. La trampa ideológica de la reforma es que se ha querido vender como reconciliación, y la trampa de los monumentos del franquismo es que se pretende equipararlos con pruebas o testimonios de la historia, cuando en realidad son signos o símbolos de la opresión. El debate de fondo no es tirar o mantener sino resignificar. El monumento a los Caídos no es ni prueba ni testimonio de la historia, sino símbolo de una opresión criminal contra toda la sociedad, incluso contra la inmensa mayoría de quienes disfrazó y amenazó como Caídos para seguir utilizando su memoria.

El papel emblemático de las víctimas es simbolizar la paz, la democracia y la libertad, y eso solamente es posible con el respeto y reconocimiento de todas las víctimas, incluidos adversarios. La utilización de la imagen de unas víctimas para hacer prevalecer unas posturas ideológicas contra otras constituye precisamente la utilización –y por lo tanto prostitución– de la memoria de tales víctimas; es decir, incurre en el mismo maniqueísmo del franquismo, que además de manchar la memoria de aquellos a quienes había fusilado y ocultado (porque era consciente de su propia criminalidad) en fosas comunes, pretendido también el aprovechamiento inicuo de las víctimas originadas en su propio bando y a quienes impuso la denominación de Caídos para aprovecharse políticamente prostituyendo su memoria.

Hay que abordar la lucha ideológica contra el fascismo empezando por la demostración de su carácter criminal contra la inmensa mayoría de los de un bando y otro, porque fue quien originó, junto con sus cómplices y secuaces, el 99% de los muertos y demás opresiones. No es solo cuestión de tirar o no tirar una construcción, sino de poner en claro la iniquidad intelectual de disfrazar de conflicto civil lo que fue una rebelión criminal. La resignificación es la guerra intelectual y no cruenta del futuro.