La reunión de Kazan de los BRICS+ ha sido saludada por muchos como una especie de refundación del Movimiento de Países no Alineados, orientado a la promoción de un “nuevo” Nuevo Orden Económico Internacional y como una alternativa desde el “Sur Global” al sistema mundial promovido por “Occidente”: un orden “basado en leyes internacionales” al orden “basado en normas” que proclaman Estados Unidos y sus aliados.
Se argumenta que el peso económico mundial de los países fundadores del grupo (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) es similar al del grupo que representa simbólicamente el liderazgo de Occidente, el G7 (Estados Unidos, Japón, Alemania, Reino Unido, Francia, Italia y Canadá), y que por tanto el diseño institucional del orden internacional, creado básicamente por los países del Atlántico Norte, tiene que modificarse no solo para dar cabida a una representación más ajustada a los países de otras regiones del mundo, en particular a los países de la periferia.
La gran ventaja de los países BRICS es sin duda su peso demográfico: disponen del 34% de la población infantil mundial, el 43% de la población en edad de trabajar y el 44% de la población anciana, frente al 6%, 9% y 21% que representan esos grupos de edad en los países del G7.
El acelerado envejecimiento de la población de Occidente juega en contra del mantenimiento de su liderazgo político y económico. Pero todavía no ha llegado la hora de sustituir su dominio global.
Es cierto que desde 2021 el valor de la producción total y de la producción industrial de los países BRICS supera al volumen de producción total e industrial del G7. Pero la productividad en los BRICS sigue siendo apenas un tercio de la de los países del G7, que es de unos 60.000 euros por empleo.
El comercio internacional sigue dominado por los países más desarrollados; los BRICS apenas generan el 17% de las exportaciones mundiales, frente al 28 que representan las exportaciones del G7. China exporta más que Estados Unidos, pero la India apenas puede con Italia en cuanto a valor de las exportaciones, y Japón exporta tanto como Brasil, Rusia y Sudáfrica juntos. En cuanto a las importaciones, el G7 representa el 35% de la demanda mundial de importaciones, frente al 16% de los BRICS. Esta asimetría explica el recurso de las potencias desarrolladas a las sanciones comerciales y las guerras arancelarias, dejando paradójicamente en manos de los países del Sur Global la defensa del libre comercio.
En una era de acelerado cambio técnico, la inversión en I+D es un factor diferencial en términos de posición en la economía global. Los BRICS con algo más de 500 mil millones de euros de inversión dedican algo más de la tercera parte de lo que invierten los países del G7 que, con 1,4 billones de gasto, representan más de la mitad de la inversión mundial en investigación. Aunque no hay ninguna garantía de que a mayor gasto se obtengan mejores resultados (eficacia del gasto), lo cierto es que si añadimos la inversión en I+D del resto de los países desarrollados (Corea del Sur, los demás países de la UE o Australia) el dominio tecnológico general de los países Occidentales no tiene hoy por hoy una alternativa operativa a corto o medio plazo.
La deuda privada es otro factor que lastra la capacidad de liderazgo global de los BRICS. Mientras que las empresas y familias dedican en Estados Unidos y Japón el equivalente al 15% del PIB de pago de la deuda privada (amortización e intereses), en China tienen que dedicar el 19%, en Rusia el 18% y en Brasil el 25%. Es cierto que el endeudamiento privado es menos gravoso en la India o Sudáfrica (12% y 8% del PIB dedicado al servicio de la deuda respectivamente), pero salvo en Francia (20%) también es menor en los grandes países europeos (de un 13% en España, 11% en Alemania o 10% en Italia).
Los gobiernos de los BRICS son conscientes de todas estas asimetrías, por eso la declaración de Kazan pone el énfasis en la construcción de instituciones propias al propio grupo de los BRICS ampliados; actualmente, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Etiopía e Irán son miembros de pleno derecho del BRICS+, y Argelia, Bielorrusia, Bolivia, Cuba, Indonesia, Kazajistán, Malasia, Nigeria, Tailandia, Turquía, Uganda, Uzbekistán y Vietnam son países adheridos. El veto de Brasil a la incorporación de Venezuela sin embargo muestra que no todos los miembros fundadores están de acuerdo en aumentar el nivel de confrontación con los líderes de Occidente.
En relación con el orden mundial, en su declaración de Kazan de octubre pasado, los BRICS se limitan a renovar su compromiso con las actuaciones ya acordadas en el seno del G20 (el grupo de los países más industrializados en los que participan tanto los BRICS como el G7) y a reclamar una redistribución de las cuotas de poder en los organismos internacionales, que reflejen mejor el peso creciente, económico y humano de los países de la periferia. Reclaman un protagonismo especial para el “derecho al desarrollo” dentro del conjunto de los derechos humanos, y a pedir la eliminación de la política de sanciones económicas selectivas aplicada por Occidente, por ser contrarias al derecho al desarrollo de los pueblos que las sufren.
El grueso de los acuerdos va orientado a reforzar las instituciones propias de los BRICS+, en primer lugar, el Nuevo Banco de Desarrollo (NDB), una real alternativa de financiación al Banco Mundial, que ya está reposicionando la financiación de los proyectos de inversión más relevantes en muchos países de la periferia.
Pero los BRICS también tienen un desarrollo institucional en otras áreas, como el Acuerdo de Reservas Contingentes (CRA) que permite gestionar desequilibrios de la balanza de pagos a corto plazo y reforzar la estabilidad financiera, en clara competencia con la financiación que ofrece el FMI. Se han llevado a cabo algunos ensayos transfronterizos del canal de seguridad informática Rapid Information Security Channel (BRISC) orientado a reforzar la ciberresiliencia del sector financiero de los países BRICS.
Se refuerza el Centro BRICS de Competencias Industriales en cooperación con la Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial (ONUDI) para apoyar conjuntamente el desarrollo de competencias de la Industria 4.0 entre los países BRICS y promover alianzas y el aumento de la productividad en la Nueva Revolución Industrial. Se ha acordado poner en marcha el Instituto BRICS de Redes Futuras (BIFN) como un grupo de estudio sobre IA, y la puesta en marcha de filiales nacionales.
Se acordó reforzar el Centro de I+D de vacunas de los BRICS, el desarrollo del Sistema Integrado de Alerta Temprana de los BRICS para prevenir riesgos de enfermedades infecciosas masivas y las operaciones de la Red de Investigación de la TB de los BRICS.
Estas y otras iniciativas no han tenido mucho eco mediático en Occidente, donde la información se ha centrado en el progreso en el establecimiento de la Iniciativa de Pagos Transfronterizos de los BRICS (BCBPI, por sus siglas en inglés) que no utiliza el dólar y que basada en las monedas nacionales de los socios, busca crear instrumentos de pago transfronterizos no sujetos al control y veto estadounidense. Se mantiene activo un Grupo de Trabajo sobre Pagos de los BRICS, que promete nuevas iniciativas en materia de sistemas de pago internacionales en los próximos años.
En la medida que todas estas iniciativas se vayan consolidando, se pueden convertir en una oferta nueva de una institucionalidad multilateral más horizontal que el orden jerárquico actualmente vigente.
En todo caso, el proyecto no podrá considerarse completo hasta que los propios países de Occidente reconozcan la inviabilidad de continuar con el sistema vigente, hecho a imagen y semejanza de los países anglosajones y sus socios desarrollados. La falta de respuesta a las demandas de los BRICS puede traducirse en una fragmentación del espacio internacional en dos grupos regionales, cuyos contornos todavía no están del todo definidos.
Profesor titular de Economía Política en EHU/UPV