La conmemoración de un aniversario tan significativo como el que marca los 75 años de vida de una entidad, en este caso la OTAN, proporciona una buena oportunidad para hacer una reflexión sobre el papel que puede jugar en la actualidad para contribuir a la consecución de la paz y la seguridad colectiva en el Atlántico Norte que, de acuerdo con las palabras que abren su texto fundacional, constituye el objetivo principal de la Alianza político militar que nacía con el Tratado de Washington (1949). Siete décadas y media, tres cuartos de siglo, de pervivencia de esta organización constituye un periodo lo suficientemente amplio como para dedicar algo de atención a un fenómeno como éste, que desde la segunda posguerra mundial hasta la actualidad ha estado presente en la evolución de la vida política y militar a ambos lados del Atlántico Norte; si bien, no cabe ignorar el abultado desequilibrio de fuerzas entre Estados Unidos, por un lado, y el resto de los países que en esta orilla del Atlántico formamos parte de la OTAN.

Surgida en la segunda posguerra mundial (1949) para, según sus fundadores, hacer frente a la amenaza soviética en Europa, su existencia se justificaba en el marco de la dinámica de bloques militares –el otro se formó tras la firma del Pacto de Varsovia (1954)– que a lo largo de cuatro décadas marcaron el devenir político y militar de Europa; si bien ambos bloques capitaneados por dos potencias extraeuropeas: EEUU y la URSS. El estallido de esta última (1991) y la disolución del Pacto de Varsovia abría un nuevo escenario en el que era posible establecer un nuevo marco de relaciones entre los Estados europeos, antes encuadrados en los dos bloques enfrentados, para trabajar conjuntamente en favor de la seguridad colectiva en Europa. Incluso existía un organismo –OSCE, Organización para la Seguridad y Cooperación Europea– que podía proporcionar cobertura institucional a este objetivo si había voluntad para ello. Pero lejos de seguir esta orientación, se optó por extender la OTAN a los países del bloque rival disuelto, llegando incluso a pretender la incorporación de nuevos Estados surgidos del estallido de la URSS, como es el caso de Ucrania, con los resultados de todos conocidos.

En este marco de progresiva ampliación tras la disolución del bloque oponente en la última década del pasado siglo, la OTAN ha visto duplicado en las dos últimas décadas y media el número de países que la integraban, pasando de los 16 con que contaba en aquellos años hasta los 32 actuales; entre ellos, todos los del área centro-oriental europea: a Polonia, Chequia y Hungría, que en 1999 abren el proceso de incorporación, le seguirían todos los demás en los próximos años hasta 2022, en que Ucrania marca la apertura de un nuevo tiempo. La reciente cumbre de la OTAN en Washington, además de para conmemorar un aniversario emblemático, ha servido, ante todo, para reafirmar la voluntad expansiva de la OTAN en el nuevo marco geopolítico abierto tras la guerra en Ucrania. En este sentido, la amplia declaración conjunta (puede consultarse en www.nato.int/cps/en/natohq/official_texts) es sumamente ilustrativa sobre la orientación que va a seguir la OTAN en el próximo periodo, en el que la guerra en curso en Ucrania ha introducido nuevos factores que no existían hasta ahora.

Ucrania ha constituido, sin lugar a dudas, la cuestión central en la reciente cumbre de la OTAN ya que se trata de una cuestión que se plantea abiertamente en términos bélicos, lo que da lugar a una situación completamente nueva que no se había producido hasta ahora en Europa. En este contexto, y mas allá de las incidencias en las operaciones militares, Ucrania se ha convertido en el escenario en el que la Rusia de Putin, por una parte, y la OTAN bajo el control de los EEUU por otra, son los protagonistas principales de un conflicto bélico que se prolonga ya durante mas de dos años y que, a día de hoy, no se percibe ningún indicio de que vaya a tener fin a corto plazo; como, por otra parte, hay que constatar a la vista de la declaración final conjunta de la reciente cumbre de Washington, en la que no hay ninguna referencia a una posible iniciativa de paz para poner fin al conflicto. Es más, cabe sospechar que ninguno de los dos principales contendientes tenga especial interés en finalizarle con la esperanza de que su prolongación acabe desgastando al rival. O, peor aun, se aferren a la creencia de que el fin del conflicto en Ucrania solo se producirá con la derrota militar del oponente.

Pero, al margen de las expectativas que los contendientes puedan tener sobre la evolución del conflicto y sobre su final, lo cierto es que ya está teniendo efectos que sobrepasan ampliamente el escenario ucraniano. A la vista de las posiciones mantenidas por los principales protagonistas de la cumbre de Washington, que tienen reflejo en la declaración conjunta final, da la impresión de que, una vez consumada la expansión de la OTAN a la totalidad de Europa, incluida Ucrania que de facto es ya un país vinculado de forma irreversible (según los propios términos utilizados en la cumbre) a la Alianza Atlántica, se hace necesario a continuación extenderla a otros espacios, que aunque alejados del área euroatlántica son de vital importancia para los intereses globales del país que lidera la OTAN; muy especialmente en el área del Indo-Pacífico, que a día de hoy es un espacio de interés prioritario para EEUU, lo que impulsa un proceso que bien podría ser caracterizado como de globalización de la OTAN.

Objetivamente, además de la atención dedicada a Ucrania, que en el momento actual constituye sin duda la cuestión prioritaria para la OTAN, un rasgo distintivo de esta cumbre, tal y como refleja la Declaración final conjunta, ha sido la atención dedicada a áreas que caen fuera del ámbito propio del Atlántico Norte, como es el Indo-Pacifico. Si bien ya en cumbres anteriores, entre otras la de Madrid (2022) en la que se alude al ‘nuevo concepto estratégico’ se hace referencia a países ubicados en este área geográfica, es en esta cumbre cuando se plasma de forma más clara el reconocimiento de su lugar en una relación estable con la OTAN; en concreto, por lo que se refiere a algunos países de este área con relaciones preferentes con los EEUU, Japón, Australia, Corea del Sur, Nueva Zelanda... y los que en un próximo futuro se sumen a la empresa.

En este contexto de globalización de la OTAN, no es de extrañar que China, país cuyas costas están bañadas por las aguas del Atlántico Norte como puede comprobarse echando un vistazo al mapa, se haya convertido en un objetivo central de la OTAN, lo que constituye un dato nuevo al que se otorga especial relieve en la declaración final de la cumbre. Se habla en ella del riesgo que este país supone para la seguridad y, en consonancia con esta prevención, se avanza la posibilidad de sanciones contra el país asiático. Se trata de una posición que compromete abiertamente al resto de los países (europeos) de la OTAN, cuyos intereses específicos en el área del Indo-Pacífico no puede decirse que sean vitales, a diferencia de EEUU, que sí lo son. Por el contrario, el interés prioritario de la UE como de los Estados que la integran es mantener las mejores relaciones, tanto comerciales como políticas y de todo tipo con China, que de esta forma se verían seriamente comprometidas para el futuro, sin que sea posible atisbar cuales pueden ser los beneficios que nos reportan.

Aunque resulte coherente con la política que se viene manteniendo desde las instancias decisorias de la OTAN, y especialmente EEUU, no deja de llamar la atención el clamoroso silencio de la cumbre sobre la situación en Palestina, que contrasta vivamente con la profusa atención dedicada a Ucrania. Nada hay que comentar al respecto puesto que nada se dice pero no deja de ser un dato altamente significativo sobre cual es la posición al respecto de la cumbre OTAN.

No hay ningún motivo para sostener que esta cumbre, en la que la OTAN ha celebrado su emblemático 75 aniversario, haya contribuido a favorecer la seguridad colectiva; ni en el Atlántico Norte, que mientras no se modifique su Tratado fundacional es (o debe ser) el área propia de su actividad, ni tampoco a escala global, ya que de acuerdo con la orientación trazada en esta cumbre, la OTAN aspira a tener una proyección global. Mas bien puede asegurarse que esta globalización de la OTAN, de forma especial la extensión de su proyección al área del Indo-Pacífico con China como objetivo principal, tiene como efecto inevitable el de nuestra implicación en empresas que pueden tener un indudable interés para el país que ostenta el liderazgo de la OTAN, EEUU, pero que es mas dudoso que lo tenga para todos los demás que estamos a este lado del Atlántico. Profesor de la UPV/EHU