El día 19 de mayo de 1948 murió Lorenza Julia Álvarez Resano en México de un paro cardíaco. Su partida de defunción consigna que por “insuficiencia cardíaca-síncope cardíaco, a las 12 horas en su domicilio”, situado en “Prolongación de las Vizcaínas 3-104”. Fue enterrada en el Panteón Español de México. Del acto fúnebre nada transcendió a la prensa, aunque conocemos algún detalle del evento. Se lo debemos a una carta del socialista de Fitero, Manuel García Sesma, remitida al historiador Ángel García Sanz Marcotegui, quien la reproduce en su obra Diccionario biográfico del socialismo histórico navarro navarro (III). El contenido de esta misiva llevaba fecha del 17 de octubre de 1984 y decía lo siguiente: “Guardo un recuerdo imborrable de Julia Álvarez Resano, en el Panteón Español de México, que presencié sin saber nada, porque su muerte coincidió con el de un compañero de pensión que había sido secretario de la Embajada de la República Española en aquel país. Había muerto el día anterior, atropellado por un coche y fue enterrado una tumba adyacente a la de Julia y al mismo tiempo que ella. Por curiosidad, pregunté a las tres únicas mujeres que acompañaban su féretro, y me dijeron que se trataba de Julia Álvarez, la cual había muerto de repente la víspera, mientras hablaba por teléfono. Me quedé petrificado”.
En la carta no constan los nombres de estas tres mujeres. Pero por otros documentos sabemos que estas eran su madre Nemesia Resano, su hermana Carmen y su amiga, la abulense Irene Morante Santero (1894), socialista, y compañera de Julia durante el exilio francés (1939-1947), donde compartieron, además de la persecución nazi, la aventura político-periodística de la edición de El Socialista, sector negrinista (octubre 1944-julio 1945) enfrentado a El Socialista que mantenía supuestamente la línea oficial del partido, representada por Llopis e Indalecio Prieto, quienes terminarían por expulsar del PSOE a 32 militantes, entre ellos Julia, Negrín, Ramoneda, Álvarez del Vayo, Max Aub, acusados de pro comunistas.
Julia no fue una intelectual al uso, ni escritora como su amiga Margarita Nelken, y, aunque no desarrolló por escrito ninguno de los principios políticos en los que basó su andadura socialista, cuando lo hizo, sobre todo en su etapa como directora de El Socialista en el exilio, dejó bien claro que, de habérselo propuesto, hubiese rayado de forma sobresaliente, sobre todo como jurista. Espléndido y original para su época fue su artículo reivindicando la necesaria relación entre Psicología y Derecho a la hora de aplicar el Código Penal al ajusticiado. En cualquier caso, lo que sí quedó manifiesto en todo su periplo vital fue su radical compromiso en defensa de los oprimidos, de la II República, de la democracia y del antifascismo.
Por mucho que lo intenten los actuales revisionistas de la historia de este tiempo, no encontrarán en su vida un hecho que pueda considerarse incompatible con el Derecho y el Código Penal. Es verdad que Julia Álvarez utilizó el libelo y una retórica de choque para condenar con dureza expresiva a las “sanguijuelas capitalistas”, a las derechas y el clericalismo absorbente de la época, exigiendo incluso la expulsión de la enseñanza de la religión en la escuela, pero, aun así, no encontraremos frases en sus artículos -especialmente en sus escritos más broncos como los que pueden leerse en ¡¡Trabajadores!!–, que oscurezcan el brillo de las perlas de cuadra de los Mola, Queipo de Llano, Garcilaso y E. Esparza.
La mayoría de los valores democráticos que podemos disfrutar hoy día estaban en su agenda de consumada antifascista: la libertad de expresión, la libertad de conciencia, la libertad religiosa, el matrimonio civil, el divorcio, el Estado laico, la separación entre Iglesia y Estado, la defensa de los derechos de la mujer –sobre todo de la mujer campesina, siempre postergada–, el derecho a una vivienda y a un trabajo dignos, su denodada lucha contra los desahucios –tan actuales hoy día–, el derecho a una “educación laica, científica y humanista”. Y la defensa sin paliativos de una República como forma de gobierno frente a la monarquía.
Cuando murió, sus enemigos políticos no supieron atribuirle ningún delito excepto haber sido socialista. Quizás por eso la prensa navarra no le dedicó ni una línea en su óbito. Raimundo García, alias Garcilaso, director de Diario, que tanto intentó desprestigiarla en vida, no hizo ningún comentario. En su pueblo de Villafranca se llegó a pensar que Julia había muerto en Rusia “donde se había exiliado”. Y así consta en el libro titulado una Historia documentada de Villafranca, editado en 1983. Sólo el periódico falangista Lanza, de Ciudad Real, señaló con inquina: “Nuestra provincia aparte de tener la desdicha de haber estado sometida al yugo rojo, tuvo la desgracia de tener una gobernadora marxista. Pues bien, Julia Álvarez Resano ha fallecido en Méjico, según noticias fidedignas”. Fecha de la noticia el 25 de junio de 1948.
Marxista, sí. Nunca asesina, ni golpista, ni criminal de guerra.
En la cuaresma de 1949, el carmelita descalzo P. Barrios, del convento de Villafranca, tuvo la valentía de decir lo que todos sabían y algunos no quisieron aceptar, ni siguen aceptando. Sus palabras tal y como me las dictó un testigo de aquel acto religioso, José María López, alias el Churro, fueron: “Hubo una mujer en este pueblo criticada y maldecida por todos. Era una maestra que se llamaba Julia Álvarez. Esta mujer, aunque nos cueste reconocerlo, fue una mujer de un talento poco común; en realidad, fue un genio y una persona muy generosa. Desgraciadamente, se apartó de la Iglesia, y se hizo socialista. De haberse mantenido en la fe de su infancia, ahora la tendríamos como una santa. Así que, queridos hermanos, pido a Dios, y quiero que todos compartáis conmigo este deseo, que la perdone por haber cometido semejante pecado, sobre todo ahora que sabemos que ha muerto. Pues nosotros, cristianos de corazón, tenemos que perdonar a todos, aunque hayan sido nuestros peores enemigos”.
El pecado de ser socialista. Con la perspectiva que da la historia, más que un insulto es un elogio y convierte a Julia en un referente, sobre todo, ahora, en que ser socialista no parecen tan evidentes sus señas de identidad, habida cuenta de que, quienes dicen serlo, no hacen más que poner vigas de cemento armado en la actual carreta de Pablo Iglesias.