Las guerras de Ucrania y Gaza nos mantienen expectantes en el momento actual, y apenas consideramos que hay otras guerras existentes en nuestro mundo que no son menos crueles: desde el genocidio de Ruanda en 1994 con un total de ochocientas mil personas muertas, y la reciente de Etiopía, 2020-2022, contra el Frente de Liberación del Pueblo Tigray, con más de cien mil muertes de combatientes, y seiscientas mil de civiles, aunque esto no aparece en demasiados informes; lo mismo que las guerras de Burkina Faso, Somalia, Sudán, Yemen, Myanmar, Nigeria y Siria, cuya contabilidad repugna, sabiendo que una sola muerte en una guerra daña a la dignidad humana, también de quien la propicia.

Las injusticias campan a sus anchas en nuestro mundo, y es fácil que las contemplemos desde la barrera cuando no nos afectan personalmente, aunque todo repercute en toda vida y quien en algún momento no haya apoyado la injusticia, aunque sea con el voto, que tire la primera piedra. Pero más allá de los detalles y de los comportamientos personales, no hay duda de que la militarización de la sociedad es un aspecto del que casi nadie puede librarse, y más acá de que en algunos países cercanos se está planteando el volver al servicio militar obligatorio, un aumento en los gastos de la llamada “defensa”, implica mayor porcentaje de gastos que se detraen de otros ámbitos.

En Costa Rica, el Museo Nacional, antiguo Cuartel Bellavista, recuerda que fue una construcción militar, y mantiene las perforaciones de balas en sus paredes. No en vano, delante, se encuentra la Plaza de la Democracia y la Abolición del ejército, denominada así en 2016, cuando se colocaron esculturas en las que, además de homenajear a José Figueres Ferrer, tres veces presidente de la república, también se representa un mazo con el que golpeó los muros del cuartel, como reflejo del acto simbólico para abolir el ejército. Además, se completa con una niña y un niño como símbolos de la cultura y la educación. La abolición del ejército se produjo el 1 de diciembre de 1948, poco antes de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, tras una guerra civil que dividió al país. Y la Asamblea Nacional Constituyente de 1949 dejó plasmado en el artículo 12 de la Constitución: “Se proscribe el Ejército como institución permanente”. En 1950 se canjearon las armas por violines y los cuarteles por escuelas. Olvidamos pronto, también, que Óscar Arias, que fue presidente de Costa Rica en dos mandatos, recibió en 1987 el Premio Nobel de la Paz por su participación en los procesos de paz relacionados con los conflictos armados de la zona. No es casualidad.

No parece que nuestro mundo tenga hoy muy en cuenta en sus noticieros esta situación que se mantiene tras setenta y siete años. Dadas las circunstancias de nuestro mundo, nunca podemos hablar de utopías logradas, porque todo país tiene sus contradicciones, pero estas aportaciones, más allá de los símbolos, han afectado también a la construcción social, política, cultural y económica del país de referencia, reforzando, además, las bases de un sistema civilista, aunque eso no significa que no existan problemas en Costa Rica; pero este país, con renta baja y pocos recursos, aporta enseñanzas éticas, de vida humana y natural, con aumento en la cobertura de sus bosques, y gravámenes a los combustibles fósiles, con un cierto liderazgo contra el cambio climático que quizá está disminuyendo actualmente. No olvidemos, también, que la destrucción medioambiental que producen las guerras necesita muchos años para que se pueda revertir el daño causado.

¿Es posible que unas sociedades cada vez más militarizadas puedan fomentar coherentemente el aprendizaje de los derechos humanos? ¿Decimos que luchamos contra el cambio climático mientras aumentamos los presupuestos para la guerra? “Toda persona tiene derecho a un ambiente sano y ecológicamente equilibrado”, dice, también, la Constitución de Costa Rica. Pero en los genes de nuestras sociedades occidentales hablamos de modelos sostenibles mientras los mitos del consumismo y el dinero, incluso a la hora de abordar las guerras actuales, siguen vigentes, y las principales empresas de armamento en el mundo siguen aumentando sus beneficios. Nos falta añadir que, también en la Constitución de Costa Rica, se indica que se “puede crear un ejército para la defensa nacional”. No lo ha necesitado hasta ahora. En el proceso actual de aumento en la militarización de nuestro mundo existen muchos factores, por supuesto, y no se puede obviar que cuando también en Costa Rica se escribe en la Constitución que se “puede crear un ejército para la defensa nacional”, se ven las dificultades de lo utópico, pero si no se dan pasos hacia la utopía…

De la misma manera que nos hemos acostumbrado a las injusticias en nuestro mundo, nos hemos acostumbrado, porque es parte del mismo pack, a la militarización. Es más, vivimos en un momento en el que el aumento en el gasto militar en Europa nos parece que es la única alternativa para garantizar la seguridad y las fronteras. Aplicamos el fortalecimiento de “la defensa nacional” desde bases “realistas” ¿Qué es a largo plazo un proyecto realista cuando la misma ONU está atenazada por los grandes poderes, por los monstruos de la fuerza?

Apoyamos gastar más dinero –lo que no contribuye a disminuir las desigualdades sociales– para disminuir la incertidumbre frente a las agresiones de otros ejércitos. ¿Es lo más eficaz? En Estados Unidos, desde la Constitución, se apela a la autodefensa individual, al derecho a resolver mediante las armas cualquier posible amenaza, y es preocupante el porcentaje de personas muertas a causa de la proliferación de armas de fuego. Es significativo que el núcleo principal de la Asociación Nacional del Rifle se compone fundamentalmente de hombres blancos mayores. Y no deja de significar un pequeño brote verde que una juventud multirracial y conectada con causas como la de Palestina está levantando de nuevo tiendas de campaña, que no misiles ¿Por qué el hecho preocupa tanto a algunas cancillerías que dedican tanto dinero al armamento?

Detrás de las amenazas bélicas existen muchos otros factores cuya realidad se nos escapa al común de los mortales. Y que, en este contexto tan trágico, determinadas entidades, incluidas las bancarias, aumenten sus beneficios de forma desorbitada, quiere decir algo. No tendrán tiempo de saberlo quienes son carne de cañón de las guerras, en cualquiera de los bandos, con lágrimas de sangre de sus familias rotas por el dolor, y quienes sobreviven sufriendo son aquellos “nadies” que directa o indirectamente sufren las consecuencias de los conflictos armados. Todavía hay quien discute si en Gaza hay genocidio mientras se contabilizan las personas muertas, y somos indiferentes ante los gestos sufrientes de las personas heridas o que lloran a consecuencia de la situación de los seres queridos que “sobremueren” en condiciones indignas.

Cuando a Einstein le pidieron que aportase alguna idea sobre lo que podría implicar una solución ante las guerras dijo: “En la actualidad estamos lejos de poseer una organización supranacional competente para dictar veredictos de autoridad incontestable y obligar a la sumisión absoluta a la ejecución de sus veredictos. Por lo tanto, llego a mi primer axioma: la búsqueda de la seguridad internacional implica la entrega incondicional por parte de cada nación, en cierta medida, de su libertad de acción, es decir, de su soberanía, y es claro más allá de toda duda que ningún otro camino puede conducir a tal seguridad”. Palabra de Einstein. Freud, por su parte, en este contexto, había escrito: “Hay una forma segura de poner fin a la guerra y es el establecimiento, de común acuerdo, de un control central que tendrá la última palabra en todo conflicto de intereses. Para ello se necesitan dos cosas: primero, la creación de tal tribunal supremo de la judicatura; en segundo lugar, su inversión con fuerza ejecutiva adecuada”. Freud dixit, aunque también, entre otras cosas, dejó un mensaje poco esperanzador: “No hay probabilidad de que podamos suprimir las tendencias agresivas de la humanidad”.

Aunque la ONU ya tiene ese tribunal supranacional, es ineficaz en determinados casos, alguno de ellos muy reciente, en relación a Gaza, mientras algunos miembros del Consejo de Seguridad, con las élites militares de esos países frotándose las manos, no lo apoyan. De sistemas militaristas a sistemas civilistas hay muchos pasos, y bien sabe don Quijote que cuando ataca al gigante, “dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta furia, que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo y al caballero, que fue rodando muy maltrecho por el campo”. Mas don Quijote aún sigue vivo.

*Escritor