Cuando hablamos del centro vasco no queremos significar una posición concreta en la geometría política, sino un elenco de valores que identifican a la mayoría social y que influyen entre otras cosas en la determinación del voto. El centro político vasco de hoy se orienta a partir de la huella que la acción constructiva de generaciones sucesivas ha dejado en la cultura política predominante. A la búsqueda de referencias, podríamos acudir a tradiciones de larga data. Pero, es la experiencia más reciente, que portan generaciones todavía vivas, la que contribuye a delinear de una manera más precisa la demarcación de la centralidad prevaleciente.

En el relato que articula narrativamente el cauce central vasco operan con mucha fuerza las experiencias de resistencia y reconstrucción que tras la guerra favorecieron una acción comunitaria poderosa, impulsora de la institucionalización y el desarrollo positivo del país. Por eso, los partidos políticos que aspiran a ubicarse en el eje de la política del país buscan reconocerse en la autoridad moral del lehendakari Agirre y su generación, auténticos padres fundadores de la política vasca moderna.

Sobre la base de nuestro sentido democrático tradicional, aquella generación quiso crear un cauce democrático con espaciosidad suficiente para que tradiciones políticas diferentes pudieran relacionarse y cooperar, enlazando la idea patriótica con la transformación social. “Un cristianismo democrático, un liberalismo fundado en principios democráticos, y, finalmente, un socialismo humanista y, por lo tanto, fiel a los principios de la democracia” (1956), fueron los protagonistas de un ensayo que, en opinión de Agirre, debía poder servir de ejemplo e instrumento al servicio del orden y del progreso.

El lehendakari estaba convencido de que tal experiencia tendría repercusión en la política vasca del futuro, e incluso podría tenerla en la filosofía política contemporánea. En esta formulación podríamos encontrar la inspiración que dio origen a un cauce central vasco que ha resistido indemne durante décadas, a pesar de la acometividad de quienes hubieran preferido que la política vasca fuera engullida por una espiral de polarización violenta sin solución.

2.

Agirre evocaba reiteradamente el emblema de los infanzones de Obanos: Únicamente las personas libres pueden construir y sostener la patria libre. Sobre ese principio se sostiene el sentido democrático que promovió, la cuestión social que buscó resolver y la libertad que para organizar su futuro defendió para los pueblos con personalidad nacional. “Nosotros debemos de alimentar el propósito firme de levantar desde el principio una democracia limpia que sepa instaurar el respeto en la libertad, el progreso civil y la prosperidad con la máxima aplicación de la justicia social distributiva y el respeto exquisito a la voluntad popular” (1943).

En este marco, el programa de su gobierno priorizó lo social. En este plano, las posiciones de todos los partidos que conformaron su gobierno siempre se mostraron convergentes. Para aquellos gobernantes, lo social se debía constituir como una estructura de deberes y derechos. De esta manera, cada vasco adquiría la obligación de contribuir al desarrollo del conjunto social y debería acceder recíprocamente a una participación justa en los bienes sociales.

El comunitarismo vasco que representa Agirre se plantea desde una visión interclasista, pero no como recurso evasivo ante las desigualdades sociales injustas. El combate por la libertad de las personas ha de hacer frente a las dominaciones nacional y social que la coartan. “Quienes lo desconozcan, sobre todo en Euzkadi, o entorpezcan la necesaria armonía y compenetración entre lo nacional y lo social que el futuro imperiosamente exige en el pueblo vasco, trabajan por su propio exterminio” (1946). Una sociedad que crece en desigualdad social decrece en sentido comunitario y, como consecuencia, la causa nacional vasca podría desmoronarse. En este contexto, la predisposición del interclasismo es igualitarista. Los padres fundadores del cauce central vasco confiaron en la disposición de facultades de autogobierno para crear “un sistema social original y práctico en el pueblo vasco” (1942) que sirviera para canalizar institucionalmente las entremezcladas cuestiones nacional y social.

Hace pocos días se ha celebrado el aniversario de la muerte del primer lehendakari. Su legado está muy vivo. Proyecta hacia la actualidad el pensamiento personal-comunitario vasco puesto en acción. Una posición que se identifica con las personas libres que se asocian para lo común, defienden la libertad y practican sus modos; que confía en la potencialidad de las propias personas para la acción cooperativa, con la convicción de que la emancipación nacional y la transformación social hay que ganarlas día a día.

3.

Aunque la generación de Agirre se mostrara principalmente comprometida en la resolución de los acuciantes problemas de una comunidad nacional vasca inquieta por su propia supervivencia, no era desconocedora de la lucha ideológica que se estaba desatando a escala global. La alternativa se dilucidaba entre dos polos. A un lado, los que mostraban una confianza plena en las personas libres como sujetos naturales de su propio progreso y promoción. De otro lado, los que desconfiaban de esa capacidad y se mostraban fascinados por la potencialidad que atribuían a la violencia.

En coherencia con su propia trayectoria, los promotores del cauce central vasco se alinearon con la primera de las posiciones. Es conocido que algunos de los asistentes al Congreso Mundial Vasco (1956) pusieron sobre la mesa el recurso a la violencia de respuesta ante la violencia original de la dictadura. Con un gran sentido profético, la gran Asamblea vasca expresó su posición contraria “a la violencia que divide y destruye”. En todo caso, los partidarios de la violencia no confiaban en capacidad de la sociedad vasca para regenerarse por sí misma y la reconstrucción social podía parecerles una vía lenta. El relato de Agirre les parecía melifluo y perdedor. De ahí que abrieran la puerta al largo ciclo de violencia terrorista, ejercida incluso contra el mismo pueblo que decían defender.

No obstante, el cauce central vasco promovido por Agirre y su generación se afianzó en un combate de carácter moral. Miles de activistas (operando en la actividad política, en los movimientos de la sociedad civil, empresarios y trabajadores en el ámbito de la economía) lo sostuvieron y perfeccionaron a lo largo de décadas. Finalmente, el comunitarismo democrático de Agirre ha triunfado, mientras que la sola mención del revolucionarismo violento se ha convertido en un pesado lastre para la campaña electoral de los mismos que lo promovieron. Habremos de seguir atentos y vigilantes para que lo siga siendo en el futuro. l

Analista