Es conocido que los científicos del Centro de Resiliencia de Estocolmo han expresado su preocupación por la necesidad de respetar los umbrales planetarios, no ya para lograr una expansión económica global exitosa, sino para que la economía funcione mínimamente.

Un informe de 2023 publicado en Nature identifica los límites seguros y justos del sistema Tierra (Earth System Boundaries) a nivel global y subglobal. Siete de los ocho ESBs identificados globalmente se han superado ya en más de la mitad de la superficie terrestre. Ingenieros y científicos se esfuerzan por descarbonizar cemento, acero y plásticos; transporte marítimo, transporte por carretera y aviación; agricultura, energía y construcción.

Un número creciente de expertos cree que es poco probable que las soluciones basadas en el mercado sean adecuadas o efectivas para reducir las emisiones de carbono. Los mercados frecuentemente se “sobrecalientan”. Si los precios o las cantidades exceden un umbral que causa un cambio no lineal, por ejemplo, los motivados por emisiones de carbono, los mecanismos de mercado podrían dejar de funcionar adecuadamente.

Una alternativa a las estrategias basadas en el mercado es fomentar una sólida cooperación gubernamental global. El marco institucional ya existe, aunque carece del poder ejecutivo necesario. La escuela de los límites planetarios y, más ampliamente, la noción de que las ciencias naturales deberían ser escuchadas como aporte crucial en la batalla por un desarrollo sostenible, insta a una planificación estatal mayor que la que permiten las narrativas y prácticas capitalistas globales aún dominantes.

La pandemia de la COVID-19 ha revelado los defectos del capitalismo global del laissez-faire al exponer la irresponsabilidad de décadas de comercialización, falta de financiación y austeridad en los sistemas de atención sanitaria y social de las economías ricas. Por otro lado, la “economía” todavía se conceptualiza de manera restringida, ignorando los vínculos sociales y socionaturales más amplios que constituyen nuestra realidad compleja y reticular, a pesar de las preocupaciones actuales sobre la ecología y la sostenibilidad. La economía se ve únicamente en términos de producción, distribución, e intercambio de bienes, dejando en un segundo plano el papel de la explotación, la extracción, las diversas formas de exclusión y los procesos de daño ecológico.

Los compromisos de inversión acordados durante la Cumbre de París fueron insuficientes para detener el creciente calentamiento global. Sin embargo, la Cumbre ha servido como un punto de partida. Todas las naciones estuvieron de acuerdo en que la única manera de evitar una catástrofe climática era que los sectores público y privado invirtieran substancialmente en grandes proyectos coordinados para reducir las emisiones de carbono.

La escala y el diseño de estos proyectos salvaguardarían las ciudades y las tierras agrícolas del potencial daño climático (lo que se ha llamado break-it-fix-it-model). Por lo tanto, el capitalismo verde ha propuesto inversiones masivas en megaproyectos de todo tipo (urbanos, regionales, rurales, vituales) como solución tanto para el crecimiento como para la sostenibilidad, lo cual es una ecuación notablemente conveniente.

En las ciudades se produce una considerable concentración de población, actividad económica, consumo de recursos y generación de emisiones como resultado de la urbanización, que es un elemento crucial del desarrollo económico. Las ciudades representan aproximadamente el 75% del uso de recursos del mundo a pesar de representar aproximadamente sólo el 2% de la masa terrestre del planeta.

Casi el 50% de las emisiones anuales de CO2 en todo el mundo son causadas por el entorno construido (built environment). El funcionamiento de los edificios supone el 27% del total anual emisiones, mientras los materiales y la construcción (a menudo denominado embodied carbon) representan otro 20%.

La generación de emisiones a través de la urbanización será más pronunciada en las próximas décadas en África y, más significativamente, Asia. Son muchas las repercusiones de la urbanización y la posterior generación de emisiones. La creciente densidad de población y las demandas en las zonas urbanas empeoran la ya mala calidad del aire y el agua, la falta de suministros, y los problemas de eliminación de residuos y energía.

Se suele olvidar la sostenibilidad socioeconómica: la urbanización masiva está exacerbando la pobreza y las desigualdades socioeconómicas. Los gobiernos locales no pueden servir adecuadamente a todos, y los excluidos suelen ser los grupos habitualmente desaventajados.

Los riesgos ambientales, como las inundaciones repentinas, pueden aumentar con la expansión urbana. Las sustancias tóxicas, los automóviles y la destrucción de hábitats y suministros de alimentos afectan negativamente a las poblaciones animales. La “crisis de la arena” (una creciente escasez de arena en todo el mundo) desafía, directa y crecientemente, el proceso mismo de creación de entornos construidos.

Las megaciudades en países de bajos ingresos tienen más probabilidades de verse afectadas por el cambio climático. La mayoría de las megaciudades están situadas muy cerca de la costa, lo que plantea el riesgo de inundaciones.

Todas las repercusiones enumeradas anteriormente convierten la amenaza climática sobre las megaciudades en un asunto urgente, que se traduce en intentar transformar radicalmente los procesos de urbanización en torno a ideologías que favorezcan la prosperidad, pero no el crecimiento. Los proyectos recién construidos deben integrarse en la infraestructura existente, pero también deben ser sólidos y suficientemente estables para dar cabida a aumentos demográficos significativos.

Los proyectos también deben abordar la disparidad socioeconómica, que es un problema creciente en las grandes ciudades, megaciudades y regiones urbanas, así como la alta demanda de vivienda provocada por la rápida urbanización.

El problema es que los grandes proyectos urbanos, incluso cuando tienen éxito desde una perspectiva de planificación, gestión y construcción, son disruptivos y tienen efectos muy dañinos (socioeconómicos, medioambientales, territoriales, políticos, financieros, culturales, etc.).

Sabemos que, a menos que estén sujetos a un control público estricto e independiente, los megaproyectos acaban con los procedimientos democráticos; como sugiere John Keane: “son formas de gobernanza de emergencia en el corazón de democracia.”

Se sabe poco sobre el impacto de la sostenibilidad en la competitividad urbana, regional y nacional. Los resultados de los estudios sobre estos temas pueden tener consecuencias importantes para la inversión futura en distintos modelos de desarrollo urbano y regional, en los que la creciente competencia entre los principales planes de inversión en infraestructura puede contribuir a empeorar los resultados.

Sigue siendo una cuestión abierta si “la solución megaproyecto” contribuye a la prosperidad urbana y nacional, particularmente cuando los impactos de los megaproyectos se incluyen en la ecuación. Una pregunta clave, por tanto, es si los impactos de los megaproyectos son compatibles con la necesaria sostenibilidad urbana: la que prioriza la equidad socioeconómica y la preservación ambiental.

Tras los impactos urbanos de la pandemia de COVID-19, se propuso un “pacto G7-G20 para la urbanización sostenible”. Varias organizaciones multilaterales han emprendido iniciativas relacionados con la “resiliencia” urbana para fomentar una recuperación económica verde y justa. La atención se centra en abordar problemas globales que requieren inversiones masivas, como la infraestructura social y la reducción de emisiones.

Sin embargo, la cuestión de la sostenibilidad asociada con los megaproyectos es habitualmente enmarcada dentro del paradigma habitual de crecimiento y desarrollo. En la medida en que los impactos de los megaproyectos- masivos y disruptivos- se pasan por alto o se tratan como externalidades inevitables, la sostenibilidad urbana -una sostenibilidad robusta, significativa y justa- será un objetivo difícilmente alcanzable. Massachusetts Institute of Technology, New York Academy of Sciences