No hay día de la semana sin suceso político o escandaloso, algo extraño e inquietante. Pere Aragonès, president de la Generalitat de Catalunya, ha disuelto el Parlament y convocado elecciones para el próximo 12 de mayo. Ha tomado esa decisión tras el rechazo de En Comú Podem (también llamados los Comunes) a la aprobación de los presupuestos catalanes. Resulta que los Comunes están en contra de la construcción de un complejo turístico, macrocasino incluido, que la empresa Hard Rock Café pretende levantar en Port Aventura (Tarragona) y se da la circunstancia de que la tribu indígena de los seminola, originaria del sur de Florida, es copropietaria de la citada empresa de la que obtienen importantes dividendos de hasta cien mil dólares anuales por familia. La oposición de los Comunes al proyecto urbanístico ha sido persistente y fundamentada en su impacto ecológico, agravado por la sequía que vive Catalunya.

Rebobinemos, la oposición a un proyecto turístico recreativo lleva a no apoyar los presupuestos que termina en un adelanto electoral. Extraña e inquieta tanta intransigencia de los Comunes y del Govern. Nadie pensó que llevasen su oposición tan lejos como para tumbar los presupuestos catalanes, se tenía puesta la esperanza en una intervención de refreno de Yolanda Díaz desde Sumar, coaligada de los Comunes. Si algo intentó la vicepresidenta del Gobierno español ha quedado claro que no sirvió para nada, lo que tampoco es extraño, porque Yolanda Díaz es políticamente persona de escasa entidad como vienen reflejando su incapacidad para ordenar su espacio político y los resultados electorales en Galiza. Y así, como por obra y gracia de una súbita decisión, Aragonès pone patas arriba la política española, que ya no dispondrá de presupuestos generales para este año, ni proseguirá con el ajuste de los balances fiscales entre las comunidades autónomas y el Estado tan importantes para la soberanía fiscal catalana reclamada por Puigdemont, ni profundizará en el desarrollo estatutario, ni nada que no sea aprobar la ley de Amnistía, que ya veremos cómo y sobre todo cuándo acaba. Todo muy extraño e inquietante.

Oportunidad e interés

Quienes pensábamos, y así lo escribimos, que la política del Gobierno español es tan efímera como la vida de las rosas, no nos considerábamos profetas, porque esa profecía era demasiado fácil para que la realidad pudiese negarla. Para los partidos que apoyan al Gobierno central es simplemente imposible dejar escapar la oportunidad de obtener alguna concesión para sus intereses más particulares, resultando, según los resultados de las últimas elecciones y de los sondeos que se van publicando, que quien menos aparenta presionar es quien tiene las mejores expectativas electorales, y en este punto pongo el ojo en Bildu.

Una oposición cada vez más encrespada exige una alteración del pasado, sea su responsabilidad en lo ocurrido tras los atentados de los trenes en Madrid o su implicación en la corrupción política. Hambrienta de poder y de venganza, solo espera que el Gobierno entre en barrena. Y el Gobierno se lo está poniendo fácil con más casos de corrupción entra las filas del PSOE e inquietantes informaciones que alcanzan al propio presidente, a quien, por cierto, se la trae enteramente al fresco.

La atmósfera política es indecente, produce un estado general de intranquilidad y enervamiento y un asombroso florilegio de groserías e insultos en el Parlamento. Cada día es un frenesí, no hay nunca nada seguro, salvo el escándalo. Una puerta que no se cierra, una sospecha que se va concretando, un despropósito, un nuevo escándalo a punto de aparecer. Es un proceso de inversión, de cambiar las tornas donde las mentalidades, la conciencia política, están sufriendo transformaciones drásticas con un evidente deslizamiento hacia la derecha que parece jugar al todo o nada.

La gente no es letárgica ni apocada por mucho que la clase política en el gobierno crea disponer de una línea de crédito ilimitada, como si nunca tuviera que ser sometida a un control de daños ocasionados por su actuación descontrolada. Ese control de daños son las elecciones donde el propio interés, que es tan sagrado como cualquier otro, se acabará imponiendo.

Las elecciones vascas, primeras del ciclo trimestral al que seguirán las catalanas y europeas, servirán sobre todo para chequear el nivel de la desafección política: si se mantiene la línea descendente de participación o si por el contrario el electorado se moviliza. Es un asunto de la máxima importancia porque la abstención castiga a los partidos coaligados en el Gobierno Vasco, sobre todo a EAJ-PNV. Movilizar, ilusionar al electorado jeltzale es el alfa y omega de la próxima cita. Por el momento, no he oído nada ilusionante en la precampaña y sí muchos datos y cifras. Pero nadie se enamora de las cifras, ni en política ni en la vida, por más que unas buenas cifras sean buena compañía para el amor. Me resulta inquietante y extraño el difuso malestar que observo en sectores de la población vasca situados entre la juventud y mediana edad. No tienen razones objetivas de peso para quejarse, pero tal vez sicológicas, me refiero a la sensación de vivir en una permanente quietud, con unas políticas previsibles representadas por unos políticos institucionalizados. Un permanente más de lo mismo. Esa es la brecha por la que la izquierda abertzale quiere colarse para alcanzar el Gobierno y el EAJ-PNV debe taponar.

Las elecciones catalanas servirán para comprobar si el electorado ha entendido el tira y afloja sobre la Ley de Amnistía como un asunto de interés personal de los políticos beneficiados o un asunto de interés general como es la concordia entre catalanes y de los catalanes con España. Junts per Catalunya, pilotada por Carles Puigdemont desde Waterloo, ha anunciado que la Ley de Amnistía es un comienzo que continuará con la ley del reconocimiento del derecho a decidir o de autodeterminación. Esta declaración de intenciones tiene el mismo brío que aquella afirmación de Napoleón Bonaparte: “Uno empieza y luego ya veremos”. El “luego” del emperador francés fue su definitiva derrota, precisamente en Waterloo. El “luego” de Puigdemont se acaba de señalar para el 12 de mayo cuando sabremos si los catalanes le confirman en las urnas como un líder carismático o como un político ventajista; y si el proyecto político del ahora exiliado formará parte de otro capítulo del gran libro de las revoluciones fallidas.

Elecciones vascas

A los vascos nos espera una lacrimosa primavera. Las movilizaciones sindicales están siendo el anuncio de una campaña electoral en la que Bildu se presenta como un ente político sin historia, como un niño que ve las cosas sin presuposiciones, sin el refrendo de la experiencia. Ese cazador furtivo que pretende convertirse en guardabosques ha hecho el tránsito desde la soledad política a vivir la felicidad de ser olvidado su historial más lúgubre. Nuestro país no necesita de nuevas palabras para mantener viejas recetas, las disputas sobre autogobierno o independencia son tan vetustas como la lucha entre los credos niceno y atanasio. Ahí precisamente es donde EAJ-PNV tiene que esforzarse para reforzarse. El dogma es gris pero la vida es verde, dijo Goethe. Está bien hablar de la culminación del traspaso de transferencias, que empieza a parecerse al mantra judío de “El próximo año en Jerusalén”. Es necesario el afrontamiento con determinados operadores judiciales tan proclives a desmochar las torres del autogobierno: reclutamiento del funcionariado, educación, euskera, desarrollo legislativo. Pero lo indispensable es dinamizar nuestra sociedad ofreciendo unas propuestas factibles como la de un nuevo estatuto político, ahora aparcado, sustentado sobre el interés común y el particular.

Los vascos somos capaces de entender la situación histórica que vivimos y no estamos dispuestos a que se nos coloquen metas a gran distancia, esas a las que no hay forma de llegar por el momento y que solo son accesibles con sumisiones. Que no se nos pida paciencia, que es una falta de absoluta iniciativa individual. Queremos normalidad democrática, cooperación social y decencia política. No es algo difícil de lograr en un país donde la inmensa mayoría disfrutamos de una vida confortable gracias a nuestro esfuerzo, solidaridad y cohesión social. Afortunadamente no vivimos una situación política extraña ni inquietante, vivimos la normalidad de la confrontación democrática, sin escándalos diarios ni tiradas de dados sobre el tapete al todo y nada. Es la rodadura en el camino hacia la vida buena.