La central nuclear de Fukushima, una de las mayores del mundo, fue parcialmente destruida por un tsunami el 11 de marzo del 2011. El tsunami afectó a 4 de los 6 reactores de la central. Hubo cerca de 20.000 muertos y desaparecidos, y 160.000 personas tuvieron que dejar sus hogares.

En los tres últimos años, Japón ha vertido ya 31.200 toneladas de agua radiactiva al océano Pacífico. Añadirá 54.600 toneladas más hasta abril de 2025, unos vertidos que continuarán los próximos 30 años.

Para el Movimiento Ibérico Antinuclear (MIA), del que forma parte Ecologistas en Acción, tal y como ha expresado a través de una nota de prensa, “esto es una muestra de la peligrosidad de las centrales nucleares y denuncia que se obligue a la población mundial a soportar los daños que causan”. El MIA vuelve a denunciar en este aniversario “la amenaza que supone la continuidad de la energía nuclear, especialmente tras las falacias promovidas por el lobby pronuclear. La solución del gobierno de Japón a este problema es cargarlo a la espalda de todo el planeta, arrojándolo a la masa de agua oceánica. Trata el mar como su basurero, aumentando el nivel de radiactividad global en lugar de mantener el problema dentro de sus fronteras, custodiando el residuo radiactivo hasta que se reduzca su nivel de peligrosidad. Todo ello con el respaldo de la Organización Internacional de Energía Atómica, un organismo asociado a la ONU, creado en 1957 para promover el desarrollo de centrales nucleares”.

Sin embargo, la industria nuclear pretende enterrarlas en el olvido bajo la bandera de la crisis climática. Precisamente, en la pasada COP28 celebrada en Dubái el pasado mes de diciembre, 22 Estados hicieron un llamamiento a triplicar la capacidad mundial de energía nuclear de aquí a 2050. En un interesante artículo del periodista y experto en temas energéticos, Antoine De Ravignan, publicado en la revista Alternativas económicas, en febrero de 2024, viene a decir que “la causa de que fueran tantos los países que no apoyan la idea es, seguramente, su discordancia con los proyectos futuros y las evoluciones del pasado. En todo caso, la iniciativa se parece mucho a un espejismo en el desierto”.

De hecho, tal y como afirma Antoine De Ravignan, en un escenario de “cero emisiones netas” para 2050, la Agencia Internacional de la Energía (AIE), muy favorable a la energía nuclear pero que, a diferencia de otros actores del sector, reconoce honestamente sus trabas económicas e industriales, prefiere más bien que se duplique y no que se triplique su producción mundial. Duplicar supondría no solo construir en menos de 30 años 400 gigavatios adicionales de capacidad de producción, es decir la misma cantidad que los estados nucleares han logrado instalar en 60 años, sino sustituir buena parte de la capacidad actual, el grueso de la cual entró en el período 1970-1990. Es un plan titánico si, además, se tiene en cuenta que esa nueva capacidad debería construirse en países emergentes y en desarrollo que, dejando de lado a China, no tienen los mismos conocimientos tecnológicos, en el caso de que no carezcan de ellos. Y suponiendo que ese escenario de duplicación sea creíble, la energía nuclear solo tendría un papel muy secundario en el mix descarbonizado de mañana: apenas el 8% a escala mundial.

El último informe anual sobre el estado de la energía nuclear dirigido por el experto independiente Mycle Schneider y publicado el pasado 6 de diciembre en The World Nuclear Industry Status Report 2023, también pone en cuestión las aspiraciones de los 22 Estados expresada en la última cumbre del clima de triplicar la capacidad nuclear mundial de aquí a 2050.

En 2022, el porcentaje de la energía nuclear en la producción de electricidad disminuyó hasta el 9,2%, su nivel más bajo tras el pico de 17,5% en 1996. En volumen, la producción también descendió en 2022, estableciéndose en 546 TWh. El máximo histórico, de 2.660 TWh, se alcanzó en 2006 y, desde esa fecha, la producción se ha ralentizado y, aparte del caso de China, no ha dejado de bajar.

Esta situación de declive desde hace dos décadas se explica porque las nuevas unidades que han entrado en funcionamiento no compensan el cierre de las que han llegado al fin de su vida útil. El informe citado, de 549 páginas, se ha convertido en una referencia para desmentir los llamamientos de la industria nuclear.

Por otra parte, los costes de inversión inicial son elevadísimos. Esto ha hecho que durante años las empresas hayan renunciado a construir nuevas centrales, tanto en el caso español como en la mayor parte de países industriales occidentales.

Otro de los motivos de la baja rentabilidad de la energía nuclear, en opinión de Antonio Turiel, investigador científico en el Instituto de Ciencias de la Mar de Barcelona del CSIC y conocido divulgador de los problemas de sostenibilidad de nuestra sociedad, manifestada en su libro Petrocalipsis: Crisis energética global y como (no) la vamos a solucionar, guarda relación con el tipo de energía producida: la electricidad. La realidad es que hoy en día, en las sociedades industrializadas el consumo de energía eléctrica supone solo alrededor del 20% del total de la energía final. Por tanto, producir solamente electricidad es un handicap importante para las centrales nucleares, porque su energía no es apta para muchos usos necesarios y eso limita el interés y el desarrollo de la energía nuclear.

Otra cuestión importante es la escasez de uranio. La previsión del ritmo de declive en la producción de uranio anticipa el surgimiento de problemas en el suministro de uranio a partir de 2025, según la Agencia Internacional de la Energía (AIE).

Pero, además, las centrales nucleares reúnen un conjunto de problemas, algunos de carácter tan grave, que las hace totalmente desaconsejables. Uno de ellos, es que todavía no hay una solución satisfactoria para los residuos radiactivos que siguen siendo radiactivos durante varios miles de años.

Actualmente, ante el declive de la energía nuclear y la producción de uranio, los defensores de la energía nuclear suelen mencionar la llegada próxima de los reactores de IV generación. Estos reactores operarían con neutrones rápidos, a diferencia de los lentos de los reactores de fisión convencional, al aprovecharse de materiales como el torio, mucho más abundante en la corteza terrestre. Y que no es radiactivo en sí mismo.

El gran problema de los reactores de IV generación es que no se trata de una tecnología nueva, data de hace más de 70 años, pero tienen muchos problemas técnicos. Un reactor de neutrones rápidos es muchísimo más peligroso que en un reactor nuclear convencional, ya que en este último el que puede ocurrir es la fusión del núcleo, mientras que en los reactores rápidos se puede dar una verdadera explosión nuclear.

Experto en temas ambientales y Premio Nacional de Medio Ambiente