Las rosas son de una belleza efímera, apenas dos días después de cortadas se marchitan. Una semana pueden durar las rosas rugosas cruzadas con otros grupos. El resultado del cruzamiento son las rosas híbridas, menos primorosas pero más resistentes; son las que normalmente se venden en las floristerías. Agradezco estas explicaciones, y otras más, a Javier Irigoien, bilbo-santurtziarra afincado desde hace decenios en Hondarribia, puntero economista que fue –¿pero un economista se jubila alguna vez?– y actualmente cultivador de las rosas más delicadas a este lado del Bidasoa: English roses, Desdémona, Lady Emma Hamilton…

Irigoien fue quien engrasó la maquinaria financiera del periódico Egin y la gestionó con eficacia hasta su dimisión, al igual que Xabier Sánchez Erauskin en la redacción. Otro fue el desenlace de la historia de José Félix Azurmendi y Juan Mari Arregi, purgados por el comisariado político KAS-HASI, en funciones de vicario general castrense. Se sabe, no hay rosas sin espinas ni comisarios políticos sin chivo expiatorio.

Irigoien, que no está dispuesto a que su relato lo escriban los que malbarataron aquel proyecto periodístico, ha plasmado sus memorias en un libro de edición reducida para un grupo de amigos entre los que me encuentro. No es este el momento de entrar en detalles, pero sí les adelanto que el carajal económico, organizativo y periodístico en el que se convirtió Egin por obra y gracia del comisariado fue, irónicamente, ocultado y enterrado por la acción combinada de José María Aznar y el juez Garzón cuando procedieron a su cierre. Luego, debido al abnegado esfuerzo militante de las bases de la izquierda abertzale, Egin se reencarnó, palabra que es otra forma de expresar la noción de continuidad, en el actual Gara, periódico de autocontrolado sectarismo, tan es así que los propios Arregi y Azurmendi encuentran acomodo en sus páginas.

Inflación política

Los tiempos cambian, las transformaciones sociales, las mentalidades, la conciencia política, todo ello está causando transformaciones drásticas tanto en la izquierda abertzale como en la política vasca y, sobre todo, en la española y la catalana.

Mientras miramos impacientemente hacia el futuro, la belleza vive un eterno y caduco presente, como las rosas de Irigoien o los artículos del inmenso escritor ampurdanés Josep Pla. Pues resulta que estaba leyendo La inflación alemana (Crónicas 1924-1924), escrito desde Berlín –donde Pla estaba destinado como corresponsal del diario La Publicitat–, y me tropecé con la mejor síntesis descrita de aquella delirante situación financiera, cuando el valor de la moneda alemana se depreciaba por horas hasta acabar cambiándose un dólar por ¡un trillón de marcos! Pura evaporación del valor del dinero que Pla comparó con “Lo que duran las rosas”. Ante semejante desquiciamiento, transmitió a sus lectores: “Ha llegado un momento en el que la realidad se hace inasible. Los límites se superan cada día. Y los adjetivos y adverbios se vuelven monótonos y desteñidos”.

Aquella descripción de la colosal inflación en la República de Weimar me trae ecos de la actual “inflación política” en Catalunya y en España; una serie ininterrumpida de concesiones, de caídas y de incertidumbres que han llevado a cotizar siete votos parlamentarios como si fueran “trillones de electores”. Habiendo alimentado su corazón con fantasías, con esa dieta le ha crecido brutal el corazón a Junts per Catalunya (parafraseo a William Butler Yeats: El nido del estornino desde mi ventana), por lo que toda la política de Junts se ha convertido en un sinfín de exigencias sin fondo, un corazón políticamente embrutecido.

A Iñaki Anasagasti le gusta citar aquel dicho de Josep Pla cuando era corresponsal en el Congreso español: “No hay nada más parecido a un español de izquierdas que un español de derechas”. Sigue vigente a día de hoy cuando los políticos españoles porfían sobre la “identidad y esencias” de la españolidad. Sin embargo, lo asombroso, lo rigurosamente nuevo, son las profundas diferencias entre un catalán de Junts y uno de Esquerra; les une el independentismo y la lengua, les separa un abismo en todo lo demás.

La inflación política que vivió Catalunya durante los años del procés y su secuela judicial ha conducido a esta paradójica situación donde la derecha catalana se radicaliza y la izquierda catalana se desdibuja.

La “inflación represiva” continúa y a fecha de hoy el inefable juez García Castellón anuncia nuevas causas por “terrorismo” contra Puigdemont y otros, mientras reabre precedentes sumarios. Líbranos de todo mal y de la justicia, podrían rezar los independentistas. Como son escasas las convicciones religiosas de los indepes (con la llamativa excepción de Oriol Junqueras), prefieren acogerse a la laica amnistía, que no es el perdón de los pecados sino el olvido de todo lo cometido. Pero en la vida no se perdonan ciertas cosas y en la política no se olvida ninguna.

La unidad de España

Así que el debate sobre la inconstitucionalidad de la probable ley de amnistía está envuelto en un aire mefítico, que diría Pla –oxígeno que respirado puede causar daño–, producto de la toxicidad de la política española, donde todo acaba reduciéndose a la unidad de la nación siendo el resto puro acompañamiento. ¿De veras alguien cree que la unidad española está en peligro inminente o sometida a derribo controlado? Desde luego que no en el aparato del PSOE ni en sus aliados parlamentarios, rosas híbridas, todos firmes puntales circunstanciales del poder central.

No se equivoquen, al bloque de gobierno ya no les argamasa el miedo a que lleguen los fachas; lo que les une es la posibilidad de sacar rédito político a esa unión legítima, sí, corrosiva, también. Y sobre todo enloquecedora.

Sigo las comparecencias semanales de Felipe González. El gato gordo y tontiastuto, como le llamaba Rafael Sánchez Ferlosio, disfruta de un bronceado de balandrista y un cabello tupido y encanecido revelador de una ancianidad criogenizada. En cada comparecencia se muestra cada vez más exacerbado, cada vez más tronitronante, cada vez más amenazador. Nos amenaza con lo que Franco llamaba los viejos demonios nacionales: la ruptura de la patria, la incapacidad de los políticos, la debilidad de las instituciones. Empieza a mostrar signos de agresiva impaciencia, y convoca desde el púlpito mediático a la movilización general, al igual que Núñez Feijóo, pero sin la parafernalia facha de Abascal. Desconozco los gustos literarios de Pedro Sánchez, en todo caso, le aconsejo la lectura de Alicia, anotada, de Lewis Carroll, donde puede encontrar una respuesta elegante a las acusaciones de González, Guerra, Ibarra y demás vetustos: “Sois viejo, padre William”, dijo el joven, “el cabello se os ha vuelto blanco; sin embargo, siempre andáis de cabeza: ¿os parece sensato, a vuestra edad?”

Mientras la política mira hacia el futuro, la belleza vive un eterno presente. Lo que duran las rosas es el breve tiempo de la actual política, cada vez más cortoplacista, cada vez más convulsa, cada vez más incierta la legislatura. Sometida a una confrontación donde no hay avances visibles, donde la política se aleja más y más de la reflexión, y solo agita turbias pasiones. Solo pido al dios de los vascos que nos aparte de tanta turbulencia, pues ya pagamos con dolor el caro peaje a la utopía que muchos de nosotros emprendimos.