Desconozco si se trata de un problema estacional o si es otra cosa. En esta parte del calendario suele ser habitual la irrupción de dolencias respiratorias, y especialmente la gripe, que durante estas últimas semanas ha arrasado como un tsunami imparable. Pero más allá de estos brotes epidémicos, todos los años por las mismas fechas nos ataca otra problemática. A mí no me consta que sea tan notoria como, al parecer, demuestran las programaciones de los principales medios de comunicación, pero cuando los mensajes publicitarios resultan tan abundantes y contundentes, y con lo costoso que debe estar el segundo en televisión, algo de cierto pasará.

Al parecer, los especialistas en marketing han debido de identificar que en estos días, a caballo entre un año y otro, olemos mal. Sí, debemos apestar. Nos debe “cantar el alerón” o las “partes húmedas” –por decirlo finamente–. Alguien que debe tener la pituitaria muy desarrollada ha llegado a la conclusión de que nuestro hedor es insoportable, bien por halitosis o por estar reñidos con la higiene. Y ante tanta fetidez pretende vendernos mil y un fragancias de denominaciones insospechadas. Ni “maderas de oriente” ni “flor de romero”. Cada elixir tiene un nombre más difícil.

Yo creo que lo del olor no es para tanto, pero sí es cierto que determinados especímenes de nuestra especie no han conocido ni el mar ni el agua dulce .

Siempre que sale el tema aromático vinculado con la roña, mi cerebro recuerda la fragancia que desprendía un animoso y feliz pastor de ovejas que, pongamos por caso, se llamaba Miguel. El día que aquel hombre se quitó la boina descubrió que su cabeza la cubría una calva blanca inmaculada a modo de tonsura monacal. La mugre le tenía inmunizado. Por eso, cuando sus sobrinos decidieron asearlo para que un médico pudiera auscultarle, le despojaron de su poder de superhéroe. Le quitaron el buzo azul con el que había convivido desde antiguo y quedó como superman sin capa al albur de la criptonita. Luego, le introdujeron en una bañera donde al rato, como Pitágoras, hizo un descubrimiento que le encantó. Miró sus pies y gritó: “¡Eureka, si tengo deditos como en las manos!”. Después de aquella catarsis, convertido en un hombre nuevo, Miguel no volvió jamás a pasear junto a su rebaño. Había dejado para siempre el “aire de machorra” para compartir el ambientador de una residencia de ancianos donde aún hoy trascurren felizmente sus días.

Con seguridad, Miguel no entenderá el aluvión de anuncios que nos publicitan un perfume. Sonreirá al ver los fornidos mozos y las guapísimas chavalotas que aparecen en escena entre músicas insufribles e indescriptibles frases pronunciadas con acento de panciallá. Hasta un apellido como el suyo, “Rodríguez”, suena como un gato constipado.

¿A qué olerán todas aquellas fragancias de nombres impronunciables? Si hacemos caso a su propaganda, las colonias de marras huelen a “agua fresca de rosas blancas, a notas de mandarina, té, pachuli, mimosa, bergamota, almizcle, etc.”.

El “almizcle” o “musk”, obtenido de glándulas animales, tiene un olor intenso casi insoportable para el olfato humano, por eso se utiliza en dosis muy pequeñas en los perfumes que resultan excitantes pues poseen moléculas de tipo feromona.

¿Almizcle? Sí, como Miguel, el pastor.

Al igual que esta percepción olorosa que alguien parece haber descubierto en las vísperas de cuando las personas acostumbran a hacerse regalos, hay otra sensación que se instala en el ambiente y que es difícil de hacer frente. Cada vez que por calendario toca que la gente vaya a votar a elegir a sus nuevos representantes que les gobernarán en el futuro, se produce un fenómeno curioso. Por un lado, por lejos que esté la fecha en cuestión, hay alternativas políticas que todo lo miden con el calibre electoral. Es decir, que todo lo que hacen está dirigido a la galería, como si su actividad fuera un concurso para ganar adeptos o seguidores. Todo se convierte en una flamante pasarela o un fotocol en el que lucir palmito y decir lo que resulte más ocurrente.

Suele ser esta una temporada en la que algunos políticos dejan en suspenso su pretendida responsabilidad, hacen un paréntesis incluso de lo que han defendido hasta la víspera, para atender las apreturas de la “coyuntura”. Si lo que la gente quiere oír es lo del “gratis total”, pues venga, hacemos que todo sea de balde, aunque, al final, la ronda la acabemos pagando todos.

La cuestión es “no quedar mal” con el público, surfear los problemas para que su resolución no nos atropelle.

Y así estamos. Con unos prometiendo el oro y el moro, y otros, con la cantinela de que todo está mal, todo huele mal, todo es un desastre.

Entre estos últimos, destaca de manera especial, no una formación política sino otros exponentes de liderazgo social. Se trata de determinados medios de comunicación.

Aunque no la exhiban, los medios de comunicación o los grupos que los amparan también tienen ideología e intereses y tratan de incidir especialmente en la opinión púbica y en la decisión de la ciudadanía.

No necesitan para nada demostrar diariamente su filiación monárquica ni su compromiso con la “unidad de España”. Están en su derecho de ser conservadores, liberales españoles y unionistas. Les va en el ADN y con estos principios bien atesorados durante decenios, se dedican a “interpretar” la realidad vasca con formato periodístico. Nada que objetar a su labor. Lo que ya comienza a ser un poco llamativo es su pertinaz tendencia a escorarse hacia un lado cada vez que los vascos nos aproximamos a las urnas.

Seguramente, les gustaría una clase dirigente distinta, más próxima a sus intereses, pero al no tener una alternativa realista en su campo sociológico, aceptan la estabilidad existente. Pero sin mayorías amplias que “distorsionarían” su moderación.

De ahí su papel de “vigilancia” y “denuncia” leal de la labor de gobierno.

No diré yo que dejen de ser críticos. Son muy libres de informar y opinar de lo que consideren, pero me llama la atención la machacona tendencia a titular en clave negativa o buscando el ángulo menos favorecedor para la actual opción de gobierno en este país.

No ha habido día en las últimas semanas en las que, bien en su edición impresa o en la digital, no hayan titulado de manera interpretativa –en negativo– alguna gestión o decisión institucional. Reto a cualquiera a que encuentre una jornada sin reproche o sin fórmula redaccional que induzca a la interpretación sesgada.

El ejemplo más evidente –no el único– ha sido el “culebrón” de las bonificaciones públicas al transporte de viajeros.

No discuto que quienes han gestionado la materia lo podían haber hecho mejor, sobre todo si el factor de distorsión electoralista no hubiera estado tan presente, pero su traslado a la opinión pública por las cabeceras del grupo de comunicación dominante ha sido una provocación. Ni una sola palabra de la excepcionalidad de la medida prorrogada. Ni una sola mención al objetivo básico de todas las autoridades –desde las locales a las estatales– por favorecer el uso habitual de los medios de transporte, de no impulsar una movilidad ocasional o esporádica. Ni una cita al esfuerzo económico que las administraciones hacen por presentar al país un transporte público amplio y de calidad (solo la Diputación de Bizkaia destina 124 millones al Bizkaibus y 55 para el mantenimiento del metro).

Todas las “píldoras informativas” han hablado de “discriminación”, de que los descuentos en el transporte dejarían fuera a los que usaran tarjeta monedero (Barik). Cuando la autoridad del transporte decidió continuar con las bonificaciones, se acentuó el hecho de la “reconsideración” de la medida. Las autoridades habían “reculado” y lo habían hecho “tarde y dejando en barbecho un mes sin descuentos “ (ocultando la necesidad procedimental de la exposición pública). Nada en positivo, todo negativo que diría Van Gaal. Se ha promovido el agravio, la desconfianza en la gente, abonando la sensación de descontrol y falta de previsión. Ni una sola línea para apelar a la responsabilidad o al compromiso colectivo. Así se generan estados de opinión y se influye en un electorado que pronto tendrá que depositar su voto en una urna.

¿Huele mal? ¿Tenían razón los publicistas? Sí, apesta a fosfatina, a suciedad informativa. A electoralismo de garrafón. A populismo. A demagogia. Miembro del Euskadi Buru Batzar del PNV