Se cumplen 78 años de las primeras bombas atómicas arrojadas en Hiroshima, el 6 de agosto de 1945, y tres días más tarde, en Nagasaki, tal día como hoy. Sus efectos fueron terribles, y supuso la muerte en el acto de unas 80.000 personas, la gran mayoría de ellas civiles, un número de víctimas mortales que se elevó a más de 250.000 por las heridas y enfermedades derivadas, las ciudades totalmente reducidas a escombros y las graves secuelas en la salud de miles y miles de personas debido a la radiación liberada durante bastantes años.

Un año más, en estas fechas recordamos los horrores cometidos en las dos ciudades japonesas, que debería servir, además de un acto de memoria con las víctimas y con tanto sufrimiento, para reflexionar sobre lo que suponen estas armas de destrucción masiva, y el sinsentido de todas ellas.

78 años después, asistimos a una nueva carrera armamentística nuclear y nos encontramos ante una amenaza nuclear sin precedentes. Estos días, con motivo del aniversario de las bombas de Hiroshima y Nagasaki, más de un centenar de publicaciones médicas del mundo, entre ellas The Lancet, British Medical Journal, New England Journal of Medicine o JAMA, han publicado un editorial conjunto coescrito por los editores de once revistas líderes, la Asociación Mundial de Editores Médicos y la Asociación Internacional de Médicos para la Prevención de la Guerra Nuclear (IPPNW) en la que vienen a decir que “el peligro es grande y creciente. Los estados armados nuclearmente deben eliminar sus arsenales antes de eliminarnos a nosotros”.

En esa editorial conjunta, también vienen a decir que “la capacidad del Tratado de No Proliferación (TNP) para frenar la proliferación y avanzar hacia el desarme nuclear es, cuando menos, cuestionable. Desde su entrada en vigor, en 1970, el número de países que poseen armas nucleares ha pasado de cinco a nueve (Estados Unidos, Rusia, Reino Unido, Francia, China, India, Pakistán, Israel y Corea del Norte) y los acuerdos para la reducción de arsenal han sido acuerdos bilaterales entre Rusia/URSS y EEUU realizados fuera del marco de este Tratado”.

Según un informe del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI, en sus siglas en inglés), fechado el 16 de junio de 2023, los nueve países con armamento nuclear modernizaron sus arsenales y crearon nuevos sistemas de armas atómicas en 2022. En 2023, el número total de ojivas nucleares listas para usarse en el mundo ascendió a 9.576, 86 más que el año pasado. Alrededor de 2.000 ojivas se mantuvieron en estado de alta alerta operacional, y todos pertenecían a Rusia y EEUU, que disponen del 90% del armamento nuclear mundial, el cual permaneció relativamente estable en 2022, pero “la transparencia respecto a los arsenales nucleares disminuyó en ambos países”.

El estudio subraya como más alarmante la crisis en diplomacia nuclear que existe actualmente debido a las tensiones internacionales: Estados Unidos suspendió el diálogo sobre las armas estratégicas con Rusia, se desconoce si se reactivará el JCPOA (el Plan de Acción Integral Conjunto (PAIC), que eliminaba varias sanciones contra Irán a cambio de no desarrollar ni comprar armas nucleares, y los cinco Estados nucleares reconocidos por el Tratado de No Proliferación Nuclear están incumpliendo su compromiso de desarme nuclear.

De esta forma, el Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI), señala que “se incrementa el riesgo de que las armas nucleares puedan ser usadas de forma agresiva (no en ensayos) por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, de forma premeditada o por error”.

La guerra de Ucrania ha afectado a todos los aspectos de las relaciones internacionales, considera el SIPRI, que advierte del “continuo deterioro de la seguridad global” y de que nos dirigimos a “uno de los momentos más peligrosos en la historia de la humanidad”.

El estreno de la película sobre Julius Robert Oppenheimer, el físico teórico de Nueva York que se convirtió en hombre clave durante el Proyecto Manhattan en la Segunda Guerra Mundial destinado a crear las primeras bombas nucleares, nos señala que algunos científicos se negaron a colaborar con la fabricación de la bomba atómica y varios de los que participaron en ella se arrepintieron –entre ellos, el propio Oppenheimer–, tras los terribles efectos que tuvieron las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki. Hoy en día, más que nunca, es necesario que la sociedad civil actúe impulsando el Tratado de Prohibición sobre las Armas Nucleares (TPAN), que 92 países ya lo apoyan –España no está entre ellos–, y que las Naciones Unidas reclaman su universalización.

La guerra en Ucrania ha reavivado la posibilidad de una guerra nuclear, pero quizá en estos momentos, el peligro más inminente está en la situación de la central nuclear de Zaporiyia –la más grande de Europa– que está siendo disputada entre las partes como objetivo de guerra tras la invasión de Rusia, una situación nueva y sin precedentes ante la que la comunidad internacional no está preparada, según distintos expertos, y que han advertido de los múltiples riesgos asociados al uso civil de la energía atómica en tiempos de guerra.

La central nuclear de Zaporiya, tal y como han vaticinado distintos expertos en la materia, se encuentra en una situación muy difícil, ya que cualquier proyectil puede provocar una explosión y que la radiactividad se expanda por el aire. Así, por ejemplo, la zona de las piscinas de combustible nuclear gastado no se encuentra con protección. La experiencia de Fukushima, en la que el tsunami desatado en el mar de Japón colapsó los generadores de emergencia, indica hasta qué punto es grave su situación.

Tal y como señala Alejandro Zurita, exjefe de cooperación internacional en investigación nuclear de la Comunidad Europea de la Energía Atómica (Euratom) durante el período 2008-2016, en un artículo, “si la energía nuclear convencional de fisión debe continuar produciendo electricidad para el mundo, la comunidad internacional tiene que asegurar que sus instalaciones queden estrictamente fuera de cualquier conflicto armado. Se necesitan acciones inmediatas de la comunidad internacional para evitar una posible catástrofe durante esta guerra y reducir el riesgo actual de accidente nuclear en centrales ucranianas. En teoría nadie desea un accidente nuclear, pero por primera vez se disputa una central nuclear como objetivo en un frente de guerra, con ambos contendientes acusándose mutuamente de desinformaciones y de preparar sabotajes o acciones terroristas en la central. Con la disminución de varios márgenes de seguridad, Zaporiyia se haya en una especie de periodo de gracia que no es infinito. Desde hace tiempo se viene gestando un posible desastre a cámara lenta y se tiene que poder actuar ahora, antes de que acontezca”. l Premio Nacional de Medio Ambiente