LA ciencia depende de los valores democráticos de cooperación, investigación libre y una comunidad de conocimiento, y este postulado está en la base de la ciencia cívica o ciencia ciudadana (citizen science). La ciencia cívica es un enfoque de la investigación científica que revitaliza los propósitos y las prácticas democráticas de la ciencia. La ciencia cívica ha de tener como objetivo lograr un progreso sustancial en las controversias relacionadas con la ciencia mediante la incorporación de las habilidades cívicas, y su objetivo ha de ser construir una democracia participativa en la ciencia y la sociedad.

En la ciencia cívica, el conocimiento científico es un recurso público vital en la resolución pública de problemas. Se trata de una idea estrechamente relacionada con lo que se vino a denominar public understanding of science (comprensión pública de la ciencia) y, más recientemente, public engagement with science and technology (compromiso público con la ciencia y la tecnología).

La ciencia cívica es un método de investigación de importantes problemas contemporáneos que enriquecen la democracia al formar equipos de ciudadanos para colaborar en proyectos compartidos que analizan las condiciones actuales, visualizan un mejor futuro, e idean un camino hacia ese futuro. ¿Cómo funciona el mundo? ¿Qué deberíamos hacer frente a problemas complejos? La ciencia cívica integra su trabajo con las artes, las humanidades y el diseño para hacer preguntas fundamentales sobre lo que es bueno y justo, animándonos a imaginar y debatir formas de relacionarse y vivir como ciudadanos cívicos.

La ciencia cívica es ciencia transdisciplinar, pero amplía y enriquece dicho marco al vincular estrechamente la práctica científica a la democracia. Comparte con la llamada “ciencia ciudadana” su carácter de comunidad participativa de investigación basada en los movimientos sociales y enfocada en problemas complejos, apremiantes, del mundo real, y valora diversas formas de conocimiento. La ciencia cívica apunta intencional y explícitamente a promover la democracia al enmarcar la investigación como una oportunidad para que los participantes desarrollen su capacidad para trabajar a través de las diferencias, crear recursos comunes y negociar un modo de vida compartido y democrático.

Como práctica democrática y científica, la ciencia cívica tiene un potencial único para avanzar en la deliberación pública, la acción colectiva y las políticas públicas sobre cuestiones apremiantes como la seguridad energética, el cambio climático, la agricultura sostenible, la pobreza y el cuidado de la salud. Estos y otros “problemas perversos” requieren no solo los conocimientos de numerosas disciplinas académicas y conocimiento contextual, sino también enfoques de gobernanza que no estén paralizados por la incertidumbre y puedan adaptarse a nueva información a medida que surja.

De la teorización contemporánea sobre la globalización se pueden inferir interesantes perspectivas sobre cómo podría entenderse la ciencia, y el compromiso de los ciudadanos con ella, en un mundo globalizado. Han surgido en décadas recientes muchos actores transnacionales relevantes para la ciencia, ya sean corporaciones involucradas en investigación científica y comercio (creando riesgos, definiendo lo que es arriesgado y lo que no), u organizaciones internacionales con un mandato científico, como aquellas que regulan cuestiones científicas y tecnológicas. Los convenios, acuerdos y deliberaciones internacionales, como los relacionados con la conservación de la biodiversidad, la bioseguridad, etc., coevolucionando con los comités científicos y con la política de su funcionamiento, se llevan a cabo, al menos parcialmente, a través de las prácticas científicas.

Como resultado de la creciente prominencia de estos actores y redes globales, hay evidencia de una creciente alineación de la ciencia y la política, una alineación que no depende de la orquestación de ningún grupo internacional en particular, organización, institución estatal o localizada. La situación se asemeja a la caracterización de Hardt y Negri de un “imperio” que domina la política mundial contemporánea, basado en una forma cada vez más descentralizada y desterritorializada de gobernanza global. Una consecuencia de esta situación es que se están prescribiendo formas particulares de armonización en la regulación de la ciencia y la tecnología.

Por ejemplo, en los debates sobre organismos genéticamente modificados, la ciencia global se está utilizando para justificar la armonización de estándares para la evaluación de riesgos y la eliminación de barreras al comercio. Tales movimientos también actúan para crear un campo global de relevancia epistémica en el cual los investigadores se encuentran representados para que su trabajo tenga credibilidad y prestigio.

Incluso cuando los intereses político-económicos internacionales parecen más difusos y difíciles de precisar, los conceptos internacionalizados pueden influir poderosamente en los debates locales, aunque median a través de complicadas relaciones científicas y políticas y redes que vinculan tradiciones nacionales de investigación, mecenas y donantes, ONG, proyectos de desarrollo nacionales y locales, etc. Algunas veces, el efecto puede ser silenciar los discursos locales, o más bien, que sus evidencias, conceptos y categorías sean cooptados en términos que se ajustan más o menos a los internacionalizados. Este es el caso, por ejemplo, en Guinea, donde el concepto internacionalmente relevante de biodiversidad ha sido operacionalizado en una variedad de discursos científicos y políticos nacionales y locales.

Lo que es común a todo concepto de cultura científica es la idea de apropiación. Ya sea para el desarrollo de la ciencia, la democratización de los debates en torno a la ciencia o la lucha contra la alienación pública en una sociedad cada vez más compleja debido precisamente al desarrollo científico, lo que está en juego en la noción de cultura científica gira en torno a la idea de la apropiación de la ciencia y la tecnología por parte de los ciudadanos. Así, la cultura científica y tecnológica sería la expresión de todos los modos a través de los cuales los individuos y la sociedad se apropian de la ciencia y la tecnología.

En los debates globales sobre la ciencia y la ciudadanía los sitios de participación pueden ser difusos y transitorios, pero sin embargo contienen potencial para el desarrollo de solidaridades múltiples e interactivas en un contexto global. Por ejemplo, en oposición a los alimentos modificados genéticamente, grupos que trabajan desde temas de derechos de propiedad hasta agricultura sostenible y salud e inocuidad alimentaria en entornos tan diversos como las zonas rurales de India y Europa están encontrando áreas de trabajo común, o al menos superpuestas, facilitadas por una enorme serie de redes de correo electrónico, reuniones y otros foros, para plantear y replantear el debate sobre los futuros de la alimentación y la agricultura.

A su vez, estos compromisos ciudadanos pueden crear, a través de la práctica repetida, el aprendizaje experimental, la construcción de solidaridades y nuevas formas de compromiso con la ciudadanía que proporcionan, al menos para quienes se involucran, la posibilidad de concebir agendas alternativas de ciencia y tecnología.

La ciencia apropiada como prácticas y conocimiento aumenta obviamente la cultura de la ciencia y la tecnología de una sociedad. La cultura de ciencia y tecnología es una noción multidimensional y ello es precisamente lo que le otorga su maleabilidad y su valor heurístico.

En la práctica, la mayoría de las concepciones actuales favorecen una perspectiva individual, enfatizando un solo aspecto de la apropiación social de la ciencia y la tecnología (como por ejemplo la popularización); o la dimensión colectiva, concentrándose en el rol de un grupo de actores (como por ejemplo los comunicadores de ciencia y tecnología).

Sin embargo, una visión global de la cultura de la ciencia y la tecnología también debe considerar, de forma primordial, la dimensión intrínsecamente social de la cultura, para siquiera concebir que la ciencia y la tecnología formen parte de los usos y costumbres, de los modos de vida, de una sociedad. Cultivando esta perspectiva, la apropiación generalizada de la ciencia y la tecnología puede tener ciertas garantías de éxito.

Visiting Professor, UCL; United States Fulbright Professional Ambassador