Hace unos días leía a la pedagoga Eva Bach, que se preguntaba si sabíamos que los niños y niñas tienen una serie de necesidades para crecer emocionalmente sanos y que esas necesidades son auténticos derechos.

Yo creo que sí, pero iría más allá, ¿somos conscientes de cómo repercute emocionalmente en cada niño o niña la vulneración de sus derechos? Esta parte quizás no la tengamos tan presente.

Cada 20 de noviembre se celebra en todo el mundo el Día de la Infancia, como conmemoración de la fecha en que entró en vigor la Convención sobre los Derechos del Niño de 1989, el tratado de derechos humanos más ratificado de la historia. El Día Mundial de la Infancia llama la atención sobre temas importantes que afectan a las vidas de las personas más jóvenes hoy en día, y apoya el compromiso de niños, niñas y adolescentes en la defensa de sus propios derechos.

Este año, desde Unicef, hemos querido preguntar a los niños y niñas qué les hacen sentir los derechos. Porque cuando los derechos no se cumplen se produce una injusticia y todos sabemos lo que es el sentimiento de injusticia y seguro que lo hemos experimentado alguna vez. En general, las injusticias nos hacen sentir mal, mientras que el cumplimiento de los derechos nos hace sentir bien.

Y lo hemos hecho porque hemos considerado que, profundizar en el conocimiento de los derechos de la infancia desde una perspectiva emocional y de empatía, es acercarnos a la esencia de las personas, fomentando el respeto de los derechos y la asunción de responsabilidades.

En los últimos años ha crecido la preocupación sobre las cuestiones relacionadas con el bienestar mental en la infancia y la adolescencia. Este bienestar o salud mental, como parte de la salud general, es un derecho de la infancia y debemos velar por su protección y promoción desde todos los ámbitos.

Y para tener éxito en esta labor es importante que podamos transmitir los conocimientos, actitudes y habilidades que permitirán a cada niño o niña: desarrollar un autoconcepto sólido de sí mismo, entender sus emociones, fortalecer su espíritu crítico, gestionar su propio aprendizaje y cultivar sus relaciones y aficiones.

Porque una buena salud mental es algo más que la ausencia de un trastorno: su fundamento es la prevención. Al igual que se insiste en la adquisición de hábitos saludables y de higiene para fomentar una adecuada salud física, se puede fomentar el aprendizaje y práctica de medidas de prevención para el desarrollo de una buena salud mental a lo largo de la infancia y la adolescencia.

Pero somos conscientes de que la influencia de la sociedad en el bienestar mental es determinante. Las personas somos seres sociales y la calidad de nuestras relaciones, la cultura en la que vivimos y las normas, estereotipos e ideas que nos rodean tienen mucha influencia en el modo en que niños, niñas y adolescentes perciben el mundo, se valoran a sí mismos y se relacionan.

También la discriminación y la pobreza son dos riesgos importantes para la salud mental en la infancia y la adolescencia. La falta de igualdad de oportunidades, los prejuicios y la escasez son un lastre para el desarrollo integral de millones de niños y niñas, incluidos aspectos cognitivos y emocionales.

La violencia, la negligencia, el abuso o el aislamiento dejan una profunda huella en las emociones de las niñas, niños y adolescentes y en su percepción del mundo. Una buena salud mental necesita de un entorno seguro para prosperar y recuperarse del posible trauma.

Y para ello la familia es clave. El apoyo y el cariño familiar tienen un efecto protector para el bienestar emocional y los estilos parentales tienen un impacto muy decisivo en el desarrollo psicológico de cada niño o niña.

La salud mental, ya lo he comentado, contribuye a una buena salud general y, a su vez, una buena salud incide positivamente en el bienestar psicológico. Y reitero que hábitos de salud y prevención como la higiene del sueño, una buena nutrición, la actividad física o evitar el consumo de sustancias tóxicas son esenciales para la salud mental en la infancia y la adolescencia.

Alcanzar el máximo potencial de cada niño o niña no es posible si su bienestar psicosocial está en riesgo. Una buena salud mental facilita el desarrollo físico, cognitivo, emocional y social desde la primera infancia y, a su vez, una buena salud mental solo es posible si prestamos atención a todos los demás indicadores de desarrollo.

El que cada niño o niña pueda alcanzar todo su potencial de desarrollo va a ser imprescindible para que pueda contribuir a la sociedad en la que vive. Contar con niños, niñas y adolescentes conscientes, responsables y participativos, favorece el desarrollo de una ciudadanía global que puede lograr un mundo más justo, ético, solidario y sostenible.

Un país humanamente desarrollado es un país que cuida su cuerpo y su mente, que promueve la salud mental y los vínculos saludables entre las personas, y que permite que sus ciudadanos y ciudadanas desarrollen sus potencialidades, su bienestar y felicidad.

Así que, sin duda, hablar de derechos es hablar de emociones