Estamos escuchando, últimamente, diversas opiniones en relación a la memoria histórica, o memoria democrática. Hay quien afirma que nunca es el momento más adecuado, que hoy los problemas son otros, y que lo mejor es dejar a un lado el pasado.

Si consideramos que la historia es una acumulación lineal de sucesos que conviene recordar, y que, además, es pertinente transmitirlo de unas generaciones a otras mediante una “memorización” que exalta a quienes vencen en las batallas, encontramos muy lógico que la respuesta simple, y desde una perspectiva de los vencedores, sea la de que hay que dejar en paz a los muertos, que bastante han tenido ya, y que ahora, lo que interesa, es diseñar el futuro, que vendrá acompañado de un gran progreso debido a los avances tecnológicos. También han existido movimientos, llamados revolucionarios, que han hablado de “enterrar a los muertos” y fijar en el futuro todos los objetivos, un futuro que será mejor, dado el progreso de la historia, impulsado por las fuerzas revolucionarias, incluso una utopía en la tierra, aunque para ello también haya sido preciso dejar personas muertas y sufrientes en las cunetas.

Walter Benjamin, que sufrió en su propia carne las consecuencias de un contexto marcado por el nazismo, por ejemplo, tiene planteamientos sugerentes respecto al pasado, el presente y el futuro. En primer lugar, no aboga por realizar una mirada hacia el futuro, algo que no se entiende muy bien en un mundo de tantas prospecciones y cálculos que, entre otras variables, lo pone en manos de la inteligencia artificial.

Cuando Benjamin hablaba de “invitar a los difuntos” a la mesa de la historia planteaba que el futuro todavía no es, y está vacío, mientras que el pasado es real y concreto. Y eso significa que tenemos una deuda con la felicidad del pasado, especialmente si esa felicidad no se ha realizado tanto en el ámbito personal como en el colectivo, y sobre todo si la causa ha sido la explotación y el maltrato. Ahora que tanto se insiste en el “Carpe diem” con un planteamiento superficial de disfrute de la vida, podemos volver al poema de Horacio que dice: “… Sé prudente, bebe buen vino / y reduce las largas esperanzas / al espacio breve de la existencia. Mientras hablamos, / huye la hora envidiada. Aprovecha el día, no confíes en el mañana”. El epicureísmo hizo bandera de este lema, pero su búsqueda de la felicidad se cifraba en disfrutar del día con moderación, lo que propiciaba la “ataraxia” o estado de paz y tranquilidad interior.

Walt Whitman, en el poema que se le atribuye, titulado Carpe diem dice: Aprovecha el día. / No dejes que termine sin haber crecido un poco, sin haber sido feliz, / sin haber alimentado tus sueños. / No te dejes vencer por el desaliento. / No permitas que nadie te quite el derecho de expresarte, que es casi un deber. / No abandones tus ansias de hacer de tu vida algo extraordinario… / No dejes de creer que las palabras y la poesía, sí pueden cambiar al mundo; / porque, pase lo que pase, nuestra esencia está intacta. / Somos seres humanos llenos de pasión, la vida es desierto y es oasis. / Nos derriba, nos lastima, nos convierte en protagonistas de nuestra propia historia. / Aunque el viento sople en contra, la poderosa obra continúa. / Y tú puedes aportar una estrofa/ … / No te resignes / … / Disfruta del pánico que provoca tener la vida por delante. / Vívela intensamente, sin mediocridades. / Piensa que en ti está el futuro, y asume la tarea con orgullo y sin miedo. / Aprende de quienes pueden enseñarte. / Las experiencias de quienes se alimentaron de nuestros “Poetas Muertos”, te ayudarán a caminar por la vida. / La sociedad de hoy somos nosotros, los “Poetas Vivos”. / No permitas que la vida te pase a ti, sin que tú la vivas…”. A pesar de todo, sigue muy extendida la idea de que “Carpe diem” consiste en poner en práctica, de forma especial, ciertos posibles excesos en la fiesta.

En el poema de Whitman se va más allá del estado de ataraxia, hay una invitación a cambiar el mundo, a transformar el presente viviéndolo intensamente. Benjamin incide más aún en la dimensión social; quiere transformar el hoy sin que se diluyan las posibilidades de felicidad actuales, sin olvidarse de todas aquellas personas a las que, por diversas razones, la mayor parte de ellas muy poco edificantes, se les hurtó la felicidad. Se trata de tener muy en cuenta a quienes vivieron en el pasado y no se cumplieron sus esperanzas de felicidad, porque el pasado no ha caducado, y en todas las generaciones existen personas que lo captan y se deciden a vivir de esa manera transformadora, como un escalón más al “Carpe diem” epicúreo, o whitmaniano, viviendo al día en un tiempo que Benjamin llama redentor, con una fuerza transformadora para que el sufrimiento padecido por una gran parte de la humanidad, a causa de la desigualdad y la injusticia, no se reactive, sino todo lo contrario.

La cuestión no es tanto sacralizar la memoria de las víctimas, pues esa memoria puede convertirse en estéril si se queda sólo en eso. Una escultura o una placa dedicada a las víctimas descartadas de la historia pueden servir para recordar, sí, pero es preciso plantear llegar más allá de la nostalgia, e intentar revivir en el presente las esperanzas que tenían quienes sufrieron la discriminación y la injusticia. Es más que un compromiso moral para rehabilitar a quienes sufrieron la opresión. Es necesario vivir en el presente como un tesoro, con las esperanzas de aquellas personas a quienes se les arrebató el poder vivir con dignidad. Y en ese sentido, siguiendo a Benjamin, el que exista una presencia no lineal del pasado en el presente, ha de significar un trampolín para vivir el presente de forma transformadora, no sólo para actualizar lo que una determinada manera de ver la historia puede ocultar, como el sufrimiento y la explotación de las mayorías, sino para revivir los anhelos y esperanzas de las personas olvidadas por ese concepto historicista que es el relato de los vencedores.

Exhumar tumbas de victimarios, responsables de genocidios, y cambiarlas a lugares privados, y exhumar tumbas colectivas para dar nombre a las víctimas puede ser un síntoma de que la memoria democrática se está activando. Pero la memoria histórica, el vivir hoy, de forma transformadora, va más allá del recuerdo. Y a uno le resulta sugerente que Benjamin hable de un tiempo diferente al del reloj, de un tiempo cualitativo, y con una concepción del ahora como un tiempo de redención, de muchos mesías que quieren redimir las pasadas felicidades dañadas, como una sincronización con el pasado oprimido que se fusiona con el presente y lleva a vivir el día a día con una voluntad de acción que se activa constantemente para mejorar el aquí y el ahora. Es un tiempo pleno, sobre todo porque el pasado nos viene a la mente sin que hayamos querido invocarlo especialmente en ese momento, incluso algo más que fruto de un impulso voluntario, como quizá hemos subrayado demasiado en este texto, sino como una memoria involuntaria que nos inunda cual ola de mar que se va imponiendo entre la colectividad, como una inmersión, como una corriente que proviene del pasado y ayuda, también, a curar heridas, pero, sobre todo, a prevenirlas. Esa vía no es fundamentalmente la realización de actos conmemorativos ritualizados por otras clases dirigentes, aunque sean más sensibles a las víctimas, y no afirmamos con esto que no sea necesario, sino que el concepto de Benjamin, en este caso, va más allá de un recuerdo. Es el pasado el que nos sumerge sin que lo hayamos previsto, es una “inmemoriación”. Y no deja de ser sugerente, aunque no encontremos el término en nuestro diccionario.

El caso es que a uno le resulta descorazonador el hecho de que muchas personas, que también viven hoy desde la precariedad y el sufrimiento socialmente innecesario, tienen el riesgo de escuchar los cantos de sirena de quienes anhelan ser nuevos vencedores que se visten con mantos mesiánicos para hacer avanzar las ideologías y prácticas fascistas. Quizá siguen considerando un concepto lineal de la historia que mantiene la idea de un progreso continuo, enumerando hazañas bélicas presuntamente relacionadas con sus ídolos del pasado que, por lo visto, desean que pervivan en el presente; pero cuando no lo ven posible inmediatamente, o cuando pierden las elecciones, en las que en realidad no creen, les seduce flirtear con la idea de catástrofe, con la idea de que todo está muy mal, hasta que llegue quien nos salve y nos arrastre a trompicones hacia el lado correcto de la historia, de esa manera de concebir la historia. ¡Menudo chasco!

Escritor