P arecían sacados de otros tiempos. Como si alguien hubiera equivocado el atrezzo. Quisieron presentarse como “los vengadores” y en lugar disfrazarles como si fueran los superhéroes de Marvel, a los guionistas se le fue la mano y fueron más atrás —hasta la década de los sesenta— cuando una productora londinense puso en antena los primeros capítulos televisivos de una serie de igual título. Y donde hoy estaba el martillo de Thor, el vengador de antaño utilizaba un paraguas de caballero a juego con el bombín característico de un prototípico galán de la city. Aquellos vengadores —colegas de ficción de 007 y compañía— eran defensores del orden y del bien frente a los malos-malísimos asesinos del crimen organizado.

Desnortados

Con ese porte de viejunos vengadores, como si de una aparición de Halloween se tratara, irrumpieron en el centro de Alonsotegi —Bizkaia— las tres super-estrellas de los populares vascos: Carlos Iturgaiz, Raquel González y Eduardo Andrade. Su cita en el municipio enkartado tenía como propósito iniciar su estrategia mediática de cara a las elecciones municipales y forales que se desarrollarán el próximo mes de mayo.

La verdad es que como campaña electoral, la actividad parecía temprana, pero, conociendo la necesidad del personal por recuperar terreno perdido, no extraña la anticipación de la escena. Tan solo unos días antes, el mandamás de los populares, Alberto Núñez Feijóo, en su primera visita a Euskadi, había anunciado la voluntad de su formación por recuperar posiciones en el País Vasco —unos 200.000 votantes en veinte años— . Pero una cosa es recuperar espacio —el terreno es un concepto físico que se amplia o se reduce— y otra cosa bien distinta que quienes te han votado te retiren la confianza y no vuelvan a hacerlo en el futuro. Una apreciación que, al parecer, no distinguen los de Iturgaiz, empecinados como están en vivir en permanente radicalidad, algo que no casa con la voluntad mayoritaria de su votante sociológico, siempre rendido a la templanza y al conservadurismo y enfrentado a la radicalidad y al histrionismo.

Los populares vascos —cada vez menos populares entre los vascos— son tenaces en su apuesta de radicalismo desafinado. Como de piñón fijo y aunque las evidencias les hayan demostrado que por ese camino terminarán por situarse en la más estricta marginalidad política —casi lo están ya— no ceden en su propósito. De ahí que la letra y música de su discurso sea más reconocible en los tiempos de la orquesta de Casado que en la del nuevo solista residente en Génova. Y eso no deja de ser un lastre para Núñez Feijóo que necesita activar al Partido Popular vasco si de verdad aspira a alcanzar la Moncloa, —recordar que en las últimas elecciones generales el PP solo consiguió un acta de diputado y en el último momento (Bizkaia)—.

El gallego que aspira a ser opción de gobierno en el futuro ha visto como su proyección demoscópica de meteoro se frenaba en seco por errores de bulto que han puesto en solfa su consistencia como líder de futuro. Su inicial retórica de calculada centralidad ha ido dejando paso a “ocurrencias” más propias de su antecesor que de su propio estilo. Y ha sido ahí donde Pedro Sánchez y los suyos le han sacudido en tromba, acusándole de representar a los intereses de las “élites” o de actuar coaccionado por las fuerzas más reaccionarias de su ámbito sociológico (desde la “caverna mediática” hasta las insolencias de Isabel Díaz Ayuso).

La constante fragilidad en las propuestas de carácter económico planteadas como alternativa a la política gubernamental española y su bochornoso paso atrás en el acuerdo para la renovación del poder judicial, han puesto en evidencia los enormes obstáculos que deberá sortear Feijóo para poder llevar a cabo la alternativa de centro político que pretendía con su salto de Galicia a Madrid.

Su ajetreo en la agenda interna le tiene bloqueado y en el poco tiempo de su mandato ya ha tenido que abordar su primera crisis interna con el rechazo de la candidatura autonómica en Asturias y la amenaza de revuelta interna por similares causas en la Rioja.

Tal bloqueo le ha llevado a renunciar a la renovación de su partido en la Comunidad Autónoma Vasca trasladando su congreso territorial más allá de las elecciones locales y forales. Esto ha supuesto ratificar en su puesto de presidente interino a un Carlos Iturgaiz cuya provisionalidad en el cargo se arrastra desde que sustituyera a Alfonso Alonso por designio directo de la Génova de Casado.

Un interino sin respaldo implícito de su militancia y con una brújula política escorada a la marginalidad es y seguirá siendo la mejor “alternativa” que podrá presentar Núñez Feijóo al electorado vasco. Un electorado que encuesta tras encuesta sitúa a Iturgaiz como el peor político vasco en valoración.

Todo ello con el lamento público del dirigente gallego que reconociera la “inteligencia del PNV” para crecer electoralmente a costa del PP y de su errática evolución política en Euskadi. Tal lamento no parece tener enmienda puesto que el líder nacido en Ourense ha puesto en manos del acordeonista Iturgaiz, y en las de su equipo de “vengadores” su esperanza de recuperación y de mayoría en el Estado. Y con estos mimbres, probablemente quien espere, desespere.

Carlos Iturgaiz y compañía no han tenido mejor idea para reforzar sus expectativas que plantar cara “a la omertá” (ley de silencio vinculada a la mafia siciliana) que según él ha decretado el PNV en Euskadi para ocultar su corrupción.

Como suele ser habitual en él, Iturgaiz lo ha dicho sin ruborizarse, sin aportar datos que avalaran su gravísima acusación y sin los titubeos con que en ocasiones nos tiene acostumbrados.

Las acusaciones de corrupción lanzadas ahora por el PP contra el PNV no son nuevas, ni hasta el momento han resultado efectivas de cara a mermar la buena imagen de gestión asignada a los nacionalistas.

Ya en comicios territoriales anteriores desde ámbitos próximos a Podemos y, de manera más nítida, desde la Izquierda Abertzale, se orquestaron campañas en las que se acusaba a los jeltzales de múltiples supuestas malas praxis en su gestión institucional. Corruptos y corruptelas fueron la batería de imputaciones de brocha gorda utilizadas por las fuerzas de oposición como arma electoral y sin respaldo probatorio justificado contra el PNV a fin de restarle liderazgo en las urnas.

Los intentos por desacreditar al PNV por estas vías que rayan la injuria han resultado baldíos. Tanto en el ámbito judicial donde han llegado en algunos casos las denuncias como en el plano electoral donde el desgaste ha sido mínimo a pesar de la ferocidad de los infundios inferidos.

Pese a que las acusaciones no obtuvieron el éxito que esperaban sus promotores, el PP de Iturgaiz ha creído encontrar un filón en tal argumento. Hasta el punto de haber dibujado un “mapa de la corrupción” en el que sin ningún orden ni fundamento lanzan acusaciones gratuitas y calumniosas en un planteamiento de choque frontal con los nacionalistas.

Resulta curioso asistir a este episodio del “mundo al revés” y que sea el PP quien pretenda convertirse en dedo acusador de la corrupción. ¿Será por experiencia propia? Insólito el atrevimiento de quienes no son capaces de reunir la ejecutiva en su sede –en venta- tras quedar acreditado que aquella fue adquirida por los fondos opacos de la contabilidad “B” de Bárcenas.

Más allá del enfado por la desfachatez de los “vengadores”, el PNV continúa tranquilo. Las torpes maniobras de Iturgaiz afectan más a Feijóo que a los nacionalistas. La distancia entre ambos partidos sigue siendo insalvable al día de hoy. Y así seguirá mientras la derecha española continúe instalada en posiciones impresentables como las manifestadas en relación a la memoria histórica. Nadie puede entender que un partido con vocación de gobierno se ausente de un acto de reconocimiento de las víctimas del franquismo. No tiene un pase tampoco que se eluda pronunciarse sobre la exhumación de un genocida como Queipo de Llano bajo la excusa de “hablar de los vivos y dejar a los muertos en paz”. Por cierto, ¿Cuándo ha dejado en paz el PP a los muertos y a las víctimas del terrorismo? .

El PP continúa desnortado. En Euskadi, su inconsistencia y su histrionismo discursivo le mantendrán en la marginalidad. Y en el Estado, atenazado por las presiones de la derecha económica y mediática, la alternativa de Núñez Feijóo empieza ha hacer aguas y desinfla sus expectativas. ¿Vengadores? ¡Venga ya! l

Miembro del Euskadi Buru Batzar de EAJ-PNV