El lehendakari Iñigo Urkullu, en el pasado Pleno de Política General, citó esta frase que, a menudo he utilizado en mis trabajos: “Euskadi siempre ha demostrado capacidad de hacerse a sí misma”. La expresión proviene del sociólogo Alain Touraine, ya desde sus primeros trabajos hace 50 años y, lo ha seguido utilizando hasta el momento actual. La hice mía hace desde que la leí, creo que en Sociología de la acción de Touraine. Es una idea muy rica.
Quiero hoy tratar de la distinción capital entre la noción de historicismo en relación con la de historicidad. Es mucho más que un juego de palabras. El historicismo es una expresión que es, también, capital, y nos muestra la necesidad de situar los comportamientos, actitudes y valores de una persona, o de un colectivo, en el contexto en el que se produce. En otras palabras, no podemos entender, menos aún juzgar, acontecimientos de otros tiempos sin contextualizarlos (palabra clave) en el momento histórico en el que se produjeron. Un ejemplo sencillo ayudará a comprenderlo. La esclavitud no fue desterraba ni condenada hasta avanzado el siglo XVIII.
Así, la afirmación de Pablo a los Gálatas (3,28) de que “no hay ya esclavos ni hombres libres entre vosotros pues sois uno en Jesucristo” es leída actualmente, a partir del ideal humanitario de la igualdad, como “no puede haber más esclavos y hay que abolir la esclavitud”, cuando durante 18 siglos se ha entendido la expresión paulina como “incluso los esclavos pueden ser cristianos”. De aquí no hay que concluir que todo es relativo, sino algo mucho más importante: que la verdad es histórica o, si parece que la afirmación (que sostengo desde hace mucho tiempo) es demasiado rotunda, que las acentuaciones, incluso en temas centrales, divergen al albur de los siglos y de los cambios culturales y sociales. Los ejemplos son legión y varían según las sociedades y los tiempos.
En este contexto me gusta citar la siguiente reflexión del gran filósofo canadiense, Charles Taylor, que se comenta por sí sola: “Los primeros cristianos no sintieron como una exigencia irreprimible de la fe en Jesús, Cristo, la abolición de la esclavitud, idea que era impensable en aquella época. Aristóteles no apreciaba apenas la esclavitud, pero juzgaba que la sociedad no podía funcionar sin explotación de algunos, los bárbaros de preferencia. La situación apenas cambió con la llegada del Imperio Romano. Así las sociedades han sido trabajadas, soterradamente, por el Evangelio, al mismo tiempo que por otras fuerzas, de tal suerte que en un determinado momento de la historia ha parecido evidente que la práctica de la esclavitud era incompatible con la fe cristiana, y con el advenimiento de la democracia moderna, anteayer como quien dice.
El concepto de historicismo nos habla de una sociedad en gran medida estable, pasiva con grandes consecuencias. En gran medida la vida de cada persona estaba regida, programada, por el lugar y familia en la que venía al mundo. El ascenso de una situación de pobreza a otra de gran bienestar y poder era entendido como un cuento de hadas, como en La cenicienta en la que la sierva esclava deviene princesa. Todavía hoy no faltan quienes señalaban, y siguen señalando, resabios de otros tiempos felizmente superados, como un error mayúsculo que la locutora y periodista Letizia Ortiz devenga reina de España.
El concepto de historicidad refleja algo bien distinto, y está bien resumido en la expresión “la capacidad de una sociedad para hacerse a sí misma”, esto es, una sociedad activa, abierta al cambio, conforme al evolucionismo de la sociedad, en el campo político, social, cultural, religioso y familiar, sin que falten en su seno quienes aboguen por la revolución para la obtención de sus objetivos ideológicos, políticos, sociales y culturales, mediante la violencia si fuera preciso, aunque la gran mayoría de la sociedad vasca desea obtener sus objetivos, en su gran mayoría no coincidentes con los de los revolucionarios, mediante vías democráticas pensando en David frente a Goliat. Reflejo de una sociedad plural, en la que los cambios de estatus son posibles sin que el lugar de nacimiento, como en la sociedad anterior, determine la vida de las personas.
Si las sociedades industriales, seculares y post- seculares hacen su historia de manera más activa y explícita que las anteriores, es porque logran de manera más clara autorepresentarse en tanto que sistemas de acción históricos. A esto también se refería Alain Touraine, cuando hablaba de la historicidad de la sociedad postindustrial. Evidentemente, en esta sociedad, la de nuestros días, no faltan los fundamentalistas del signo que sean, por decirlo rápido los de derechas cuyo norte es conservar lo que recibieron de sus mayores y los revolucionarios que quieren otra sociedad, radicalmente distinta, sin dudar el uso de la violencia más cruel para lograr sus ideales.
En el fondo debemos distinguir, al límite, la sociedad pasiva, determinada programada, (no en el sentido actual del término referido a la era digital, aspecto en el que, sin embargo, veo los inmensos riesgos de una sociedad hiperdigitalizada y deshumanizada), frente a una sociedad abierta, activa, en constante reflexión sobre sí misma, una sociedad en constante adaptación. Así veo yo a la Euskadi actual.
Euskadi es una sociedad en continua adaptación, en base a dos factores centrales:
–El encaje con la sociedad en la que está inserta, la sociedad occidental de la era digital (aun con los riesgos de la digitalización a ultranza), bajo la capucha de Europa, Francia y España.
–La continua autorrepresentación como tal sociedad vasca, en continuo cambio, en un cambio constante.
Así de una sociedad bastante arcaica, rural, hasta su industrialización, una sociedad de una religiosidad tradicional, de encuadramiento (se era natural o sociológicamente religioso) a una sociedad avanzada, (en los estudios sociológicos, un colega investigador madrileño, me decía que los vascos éramos los suecos del sur de Europa), una sociedad abierta, en continua transformación, una sociedad laica, pero con un talón de Aquiles muy serio: delegamos en exceso la responsabilidad de la acción, de la protección y del avance en general de la sociedad, en la Administración, sea local, territorial o nacional, de la nación vasca. Y cuando las cosas no van como uno quisiera, el responsable está en España o en la Unión Europea. Y el tema va más allá de la independencia, de la creación del Estado Vasco. Piénsese un momento. Quién tiene más historicidad, más capacidad de hacerse a si mismo como lo quieran sus ciudadanos, ¿Malta o Baviera, un land de Alemania?
Conozco a varios estudiosos vascos, que se dicen nacionalistas vascos, que afirman que estamos en un punto que supone el comienzo del declive de nuestra sociedad. Somos una sociedad con elevados indicadores en muchos ámbitos socioeconómicos. Y las personas necesitadas con una cobertura social que muchos (y no solamente en España) quisieran para sí. Pero, como ya he apuntado arriba, dependemos en demasía de las administraciones. El estado del bienestar, mejor, la sociedad del bienestar, es la marca de Europa. Y nosotros estamos en Europa. Pero, me viene a la cabeza la frase del presidente Kennedy: “No te preguntes qué puede hacer América por ti, sino qué puedes hacer tú por América”. Cambien América por Euskal Herria y ahí tenemos la solución a nuestro declive, según no pocos vascos. Ahí estamos.
Una sociedad con capacidad de hacerse a sí misma no es una sociedad que delega ese “hacerse a sí misma” a la Administración”. Y aunque tenemos el derecho de exigir a las autoridades servicios de calidad (sanidad, educación, protección a los más necesitados etc., etc.) cada ciudadano en lo está haciendo, en su trabajo, debe hacerlo lo mejor posible y no limitarse a pedir esto y lo otro, y lo otro. No tengo los datos, pero creo que somos de las sociedades en el Estado español que más protestamos, y que más nos manifestamos por esto y por aquello. Si no podemos seguir.
Ese es el cambio de chip que tenemos que hacer nosotros, los ciudadanos, si, definitivamente, no queremos superar lo que de declive hay en la sociedad vasca: “no pedir que todo me lo haga la Administración, sino qué puedo hacer yo por Euskadi”. l
Catedrático emérito de Deusto