Hacía tiempo que no escuchaba ese sonido tan fácilmente identificable como el que anuncia la presencia del afilador. Pensaba que tales profesionales ambulantes habían desaparecido pero no, he podido comprobar que aún hay amoladores capaces de poner a punto nuestros cuchillos y tijeras. Pero el afilador de nuestros días ya no llega a las calles con una bicicleta o ciclomotor sino con una furgoneta en cuyo interior, a modo de taller, se ubica el juego de poleas y correas que ahora como entonces alucinan a los niños cuando hacen saltar las chispas en el metal.

Charlatanes de feria

Cuesta escuchar el sonido del chiflo con esa peculiar secuencia de notas musicales. Como extraño resulta encontrar hoy a quien con rudimentarios altavoces anuncia “melocotones de Calanda”, “melones de Villaconejos”, “ajos de Corella” o , simplemente la presencia del “colchonero lanero” que cambia los viejos jergones de lana por modernas piezas en la que descansar las espaldas.

En mi subconsciente vive la imagen de aquellos mercadillos en los que a viva voz se anunciaban bragas “a euro”, o la estampa del quincallero capaz de presentar al público las bondades de un exprimidor convertido en pelapatatas, sacacorchos, cuchillo o abrelatas. “Todo por el módico precio de tres euros y el regalo de una jarra de duralex y un peine”.

Cuentan que el rey de los charlatanes de feria se llamaba León Salvador, un vallisoletano que vivió en Bilbao y que rodó por toda la península vendiendo relojes suizos de 24 rubíes por solo quince pesetas, medallitas de la virgen bañadas en oro por un duro, hojas de afeitar “piel roja” a peseta el paquete y todo tipo de enseres imaginables.

Aquel embaucador de incautos se jactaba de llevar cincuenta años engañando a la gente con ofertas insuperables, gangas irresistibles y propuestas “mano de santo” que atendieran la sed demandante de un público absorto y ávido complicidad ante la desfachatez.

León Salvador fue un innovador. Su verborrea hacía cambiar duros a peseta y lo que él calificaba de “máquina de escribir” se transformaba, sin caer en la falsedad, en una pluma estilográfica americana fabricada, según sus convincentes explicaciones, en “plake-oro, punto de iridio y alimentador automático”.

Veníamos observando desde hacía tiempo que la acción política en el Estado pasaba de estado líquido al gaseoso. Es decir que cualquier medida que tomaban los representantes del gobierno como de la oposición obedecía al puro interés electoral de quien la patrocinaba. Ni la convulsa situación económica provocada por la invasión rusa de Ucrania, ni crisis energética por ella derivada o la disparatada inflación, amenaza del bienestar de miles de familias, merecía el esfuerzo mancomunado de arrimar el hombro para tratar de mitigar las incertidumbres y desafíos que se cernían sobre el conjunto de la sociedad.

Por el contrario y para escarnio de la política, en España se iniciaba una alocada carrera por atraer votos a los caladeros particulares de quienes hoy son gobierno y oposición. Y en esa práctica de la pesca electoral han aparecido nuevos charlatanes de feria, prometedores del oro y el moro, que han utilizado la rebaja tributaria como señuelo con el que obtener pingües beneficios en las urnas.

El Partido Popular de Núñez Feijóo han insistido con la matraca de la rebaja fiscal como pócima mágica que resolverá todos los problemas.

La adalid de esta teoría es la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, que ha convertido su territorio en una “tierra de oportunidad” abierta al establecimiento de grandes contribuyentes incentivados por la inexistencia de un impuesto sobre el patrimonio que grave su riqueza. Tal “paraíso”, como la propia Ayuso ha calificado su laxitud fiscal, ha servido durante años, de atracción de capitales que al calor de la no imposición han buscado refugio cómodo.

El digamos “atractivo fiscal” de la capital del Estado ha servido para que unas cuantas empresas del País Vasco hayan hecho las maletas rumbo a Madrid. Según el último Estudio sobre cambios de domicilio de Informa D&B, filial del grupo de gestión de riesgos Cesce, Euskadi perdió 39 firmas y 1.276 millones de euros de facturación en 2021. De este modo, el País Vasco se convirtió en una víctima más del “dumping fiscal madrileño”, santo y seña de la “tierra de libertad” de Ayuso.

A la estela de Madrid se ha unido la Andalucía de Moreno Bonilla, el segundo “barón” popular que tras su rotunda victoria electoral ha decidido igualmente eximir a sus contribuyentes del impuesto de Patrimonio, teniendo la osadía, y el mal gusto al mismo tiempo, de hacer un llamamiento a los contribuyentes catalanes para que abandonen su tierra de origen y establezcan sus bienes en su comunidad. Comenzaba la competición entre regiones para atraer caudales, recursos e inversiones a cambio de tratos de favor impositivos. Como bien calificara el portavoz del Gobierno Vasco, Bingen Zupiria, se activaba “la pesca de los ricos” en un escenario de “tonto el último”.

Para tratar de enredar un poco más la situación, el ministro Escrivá, tan listo y académico él, intermedió en la polémica para apoyar una recentralización tributaria. El polémico profesor pidió acabar con la capacitación autonómica para determinar marcos fiscales, algo que quizá podría tener algún recorrido en las comunidades de régimen común, pero que resultaba absolutamente un “casus belli” en el caso de los territorios amparados por los derechos históricos forales . Es decir Euskadi y Navarra y los respectivos Concierto-Convenio Económico.

Los socios gubernamentales en el Estado dejaban ver sus desavenencias una vez más. Mientras el partido de Escrivá, el PSOE, desautorizaba la propuesta “armonizadora”, Unidas Podemos la aplaudía y apoyaba. En paralelo, los populares de Núñez Feijóo continuaban con su retahíla de rebaja de impuestos. Como en la feria de charlatanes se sucedían las propuestas. Murcia anunciaba seguir los pasos de Madrid y Andalucía. Galicia por su parte apostaba por rebajar el tramo autonómico del IRPF. Y Ximo Puig, en la comunidad valenciana le “chupaba” rueda. ¿Pero Ximo Puig no era socialista? Sí, pero en este zoco en el que han convertido la política española, todos quieren ser como León Salvador; embaucar sin etiquetas. Duros a peseta.

La cuadratura del círculo –a la espera de que Cantabria, La Rioja, Canarias, Aragón o Castilla-La Mancha… se sumen a la puja de la subasta– la ha puesto el Ministerio de Hacienda que, en lugar de buscar soluciones que serenen el guirigay, se ha sumado a la melé, inventado la posibilidad de una nueva fórmula impositiva que incida sobre el mismo sujeto patrimonial. Echándole literatura ideológica lo han denominado “impuesto de la solidaridad” si bien algunos querían bautizarlo con un rotundo título de “grandes fortunas”. Lo importante no es el fondo la cuestión sino el relato. Lo básico del lío es quién se convierte en defensor de los “pobres” y quién en benefactor de los “ricos”. Lamentable.

A la hora de redactar estas líneas, se desconocían los entresijos de este nuevo invento tributario –algo ya habitual– pero las extrañas explicaciones que ha ido aportando la ministra Montero apuntan a una variante bis del impuesto de patrimonio hoy existente. Un gravamen dirigido a patrimonios que superen los tres millones de euros y que no hayan tributado hasta ahora a la normativa existente. Se da la paradoja que de aprobarse tal figura impositiva, el Gobierno español debería concertarla con Euskadi y Navarra. Y si esto se hiciera –como marca la legalidad vigente– los territorios forales se encontrarían con la inaudita situación, si así lo regulasen sus órganos competentes, de aplicar dos normativas diferentes para sujetos idénticos pero de cuantías distintas. Un despropósito de tomo y lomo.

La vocación de las instituciones vascas ante el “chalaneo” general en el que ha devenido el falso debate tributario debe ser mantener el sosiego y la seriedad, no dejándose arrastrar por la carrera loca de modificación de impuestos por puro interés electoral. La fiscalidad de un país es algo muy serio pues de su sobriedad depende la salud de todo el sistema público. Nadie discute que en las actuales circunstancias, las instituciones tomen decisiones coyunturales que protejan a la ciudadanía de la desbocada carestía de la vida. Lo aconsejable en este panorama es echar mano de una “fina cirugía” que retoque temporalmente el cuadro impositivo para mitigar el sufrimiento provocado por el alza de los precios y la pérdida de poder adquisitivo. Sobriedad y templanza que contraste con el comportamiento de tanto charlatán de feria que anda suelto.

Miembro del Euskadi Buru Batzar de EAJ-PNV