¿Cuál es el tema del presente artículo? ¿El portero del Villarreal, Pepe Reina? ¿La forma de gobernar de los reyes? ¿Un homenaje a la reina Letizia, que cumple 50 años? ¿O un comentario sobre la recientemente fallecida Isabel II de Inglaterra?

Nada más leer el titular la respuesta es fácil. Es un ejemplo claro de sesgo de disponibilidad; es indudable que la presión mediática tiene su peso. Un peso que además tiene un pequeño inconveniente: no es bueno para mantener nuestra memoria fresca. De hecho, siempre se comenta el tema de moda y nos olvidamos de lo demás. Es más: sorprende que en las noticias de la televisión pública, pasados seis días del fallecimiento de la reina, todavía mantengan en titulares como principales noticias el asunto de los homenajes que se realizan en Gran Bretaña. ¿Es para tanto? ¿No será una forma implícita de defender la monarquía? ¿Italia, Francia o Alemania darán la misma importancia a todo esto? La intuición nos dice que no.

A partir de aquí, entra un debate nuevo. ¿Fue Isabel II una buena reina? ¿En qué factores nos debemos fijar para contestar a la pregunta? Los análisis son muy complejos; en investigación experimental para saber si un medicamento o una política económica es adecuada se comparan dos grupos homogéneos entre sí de manera que uno lo dejamos como estaba (grupo de control) y a otro se le aplica el tratamiento (grupo, claro está, de experimentación). A partir de ahí, se obtienen conclusiones. En este caso tan sólo podemos hacer conjeturas, ya que no existe otro país de las mismas características de Inglaterra con el que se pueda realizar una comparación.

Se debe destacar una conclusión relevante: la suerte influye en la vida, e influye mucho. No se puede olvidar que el tío de Isabel renunció al trono por amor (bueno, también le gustaba la buena vida) y en consecuencia su padre Jorge, hermano de su tío Eduardo, pasó a ser el rey inglés. Su temprano fallecimiento hizo que Isabel heredase el trono. Y lo hizo en momentos difíciles: el imperio británico se estaba desmoronando.

Era la época: en la década de los 50 y los 60 se independizaron la mayor parte de los países africanos. En unos casos hubo guerras, otras veces la transición fue más pacífica... aunque después de pasar un período, digamos, complicado. Por ejemplo se han acreditado torturas británicas en Kenia. De hecho, el gobierno de David Cameron (sí, el del referéndum del brexit) compensó a más de 5.000 personas con 3.800 libras en concepto de reparación del daño causado. En fin, sombras hay en todos lados.

Recordemos también que la declaración de nacimiento del Imperio Británico no es de ayer. Concretamente, corresponde al año 1532. Tiempo suficiente para haber acumulado muchas riquezas. Más de setenta colonias repartidas por el mundo dan para mucho.

Eso sí, la monarquía británica tiene un mérito enorme: se vende muy bien. Es incluso una marca de país, de manera que se pueden comprar multitud de souvenirs con su imagen. No es algo que pase por estos lares. Pensemos en la historia: allí reconocen sus victorias, aquí se recuerdan las derrotas. Por ejemplo, en nuestro caso es más conocido el hundimiento de la Armada Invencible de Felipe II cuando buscaba destronar a Isabel I (1588) que la gran victoria de Blas de Lezo contra la potente flota inglesa comandada por el Almirante Edward Vernon en la célebre batalla de Cartagena de Indias (1741). Eso en Inglaterra es impensable.

Desde luego, no es el propósito de estas líneas criticar de forma despiadada el legado de Isabel II: bastantes disgustos ha tenido por parte de su familia. El objetivo es comprender que ni la reina ha sido una completa maravilla ni un completo desastre. Es obvio, y eso es su mayor mérito, que ha sabido adaptarse a sus tiempos manteniendo una discreción y neutralidad admirable. También es cierto que no ha estado tan cerca del pueblo como se parece: los historiadores sólo nombran la fiesta posterior a la victoria de los aliados al finalizar la Segunda Guerra Mundial como situación en la que se mezcló con el populacho. Bien mirado, eso tiene una consecuencia: se crea un mito. Las personas que ocupan altos cargos son más parecidas a nosotros de lo que parece. Sin embargo, si no conocemos nada de su vida privada, si mantienen una serie de ritos y protocolos envueltos en clase y lujo, creemos que están por encima del bien y del mal. No es así.

Es lógico y merecido el reconocimiento a la reina británica. A la vez, es exagerado: la suspensión de la Premier League tiene un pase (mejor habría sido un homenaje en los campos de fútbol) pero que se anulen citas médicas o se supriman vuelos para que haya más silencio en las pompas fúnebres es más una sobreactuación que un homenaje. Así es nuestro mundo. l

Economía de la Conducta. UNED de Tudela