El alcalde de mi pueblo

tiene mucha ilustración,

sabe tocar el txistu...

y se llama... ¿San Odón?

He pasado unas breves vacaciones pagadas por Osakidetza y, al despertar de la anestesia, creía estar escuchando esta canción. Estaba avisado de la posibilidad de tener delirios. Pero no, eran las enfermeras cercanas que comentaban: Odón Elorza quería de nuevo ser alcalde de San Sebastián. Le pareció poco veinte años. A mí, en cambio, una eternidad.

Elorza llegó a la Alcaldía de San Sebastián de rebote. El PNV no pudo soportar que aquellas elecciones las ganara EA, con Xabier Albistur a la cabeza, y, junto a PSOE y PP, organizaron lo que ahora llaman un pacto Frankenstein. Sin esperárselo, el joven Odón se encontró alcalde. En el trato cada uno se llevó su bocado, el más curioso la plaza de toros de Ilunbe para el PP. En sus comienzos Odón actuó con cierta humildad, estaba despistado, pero, como consecuencia de las repeticiones en el cargo, llegó a sentirse el reyezuelo de la corte donostiarra, y, cuando al cabo de veinte años, el éxito de la izquierda abertzale, el arrepentimiento del PNV y las zancadillas internas de su propio partido le cerraron la puerta para renovar, reaccionó con una pataleta galáctica. Él tenía en mente seguir el modelo de Elizabeth II. Hasta cantares le hicieron.

Odón no fue el peor alcalde que pudo haber tenido San Sebastián, ni tan bueno como él cree. Incluso puso en marcha algunos proyectos interesantes, varios encaminados por sus antecesores aunque él se llevó el reconocimiento. Pero hizo uso de un populismo donostiarra falso y pegajoso. Parece que a eso se refiere con la necesidad de liderazgo. Y, desde el punto de vista del patrimonio histórico, exhibió una sensibilidad de papel de lija: la demolición de todos los mercados de la ciudad, o la transformación del valioso Boulevard en una chabacanería horrible. Reseñable de forma especial que, en el plazo de diez años y bajo su mandato, en la Brecha se erigió y se derruyó, el famoso Espacio Canovas, siempre con gran propaganda y siempre pagando el contribuyente. Y fue asimismo Odón quien encendió la mecha del cohete que anunciaba la subasta libre de nuestro barrio. Una única condición podría empujarme a apoyar su candidatura: que, en compensación por lo de Ilunbe, incluya en su programa la eliminación de los fuegos artificiales. Basta ya de tanto ruido, peligro, suciedad y contaminación. Alguna vez habrá que comenzar a buscar un sustituto decente y ecológico para esa zafiedad.

La palabra alcalde, como tantas del español y el euskara, viene del árabe: al qadi, que, en sentido lato, es equivalente a juez o patriarca. En las pequeñas comunidades, el cadi era la persona cuyo juicio sensato y ponderado era aceptado por todos y cuya intervención mediadora encaminaba muchos litigios. Todavía queda algo de aquel prestigio en la memoria colectiva. Quizá por eso sea un cargo tan apetecido y tantos lo quieran pasa sí.

En estas fechas de comienzo de setiembre, y en las de fines de junio, todos los años me sigue sorprendiendo el interés de los alcaldes de Fuenterrabía e Irún, por seguir pegados al bastón de mando, cuando resulta evidente que son incapaces de encaminar apropiadamente el absurdo y pelmazo conflicto de los alardes. Con lo fácil que resulta dimitir. Peor que Carlos Lesmes.

Hace ahora 25 años escribí: Antes pronto que tarde las mujeres tomarán parte en los Alardes de Irún y Fuenterrabía con igualdad derechos respecto a los hombres. Y muchos que últimamente han dicho numerosas tonterías malintencionadas tendrán que callarse avergonzados.

Este año, con el cuerpo cosido a grapas, la malicia me ha hecho reír un rato. Se adivina, visto el despertar de iruneses y hondarribitarras, que en breve se cumplirá aquella profecía. Y los alcaldes Sagarzazu y Santano tendrán que contratar al patrón de la trainera verde, Ioseba Amunarriz, para buscar la manera de realizar la dificilísima ciaboga que les viene encima. Quizá tomando a Odón Elorza como asesor les sea más fácil. Este también es artista haciendo ciabogas.