Es significativo, pero poco conocido, que decenas de grupos convenientemente legalizados y organizados, según la legislación vigente, desarrollan labores educativas durante todo el año y realizan campamentos de verano como coda final a su labor educativa, aunque no falta quien afirma que, durante esos quince días estivales, los procesos educativos avanzan más, a la hora de cumplir los objetivos, que el resto del año. No deja de ser una observación que puede tener contenido en algunos casos, y en otros no tanto, pero resulta lo suficientemente motivadora como para tomar en consideración esta cuestión.

A pesar de estos dos años de pandemia, hay grupos educativos, cuyas señas de identidad básicas son la presencialidad y la socialización, que se han mantenido en actividad desde el voluntariado de los equipos educativos remando contra la corriente, y, ¡Oh contradicción!, durante muchas lunas, las más oscuras, no han tenido más remedio que reinventarse, vía online. Dos años de actividad con mascarilla, sin contacto físico, con el goteo de contagios y afecciones que conocemos, no han sido precisamente el mejor contexto para optimizar estos procesos grupales. Y no es una novedad, ni una minusvaloración del trabajo realizado, indicar que las dificultades vividas han podido acarrear algunas grietas, algunas heridas.

El primer verano de la pandemia no fue posible realizar campamentos de ningún tipo. El pasado año existió la posibilidad de realizar campingmentos, colonias en albergues, con las medidas adecuadas a las necesidades sanitarias del momento. Como es lógico, además de las formaciones específicas precisas ante la anomalía sanitaria, las actividades tuvieron que adaptarse a tan compleja situación, y más de un grupo, con todo lo que ello había significado de esfuerzo extra para poder gestionar las programaciones a la situación pandémica, y para conseguir los espacios adecuados, tuvo que suspender las actividades debido a los imprevisibles contagios que hacían inviable la actividad.

A pesar de las dificultades, y del contexto que indudablemente debilita a las asociaciones de este tipo, alrededor de 3.000 eskauts de Euskal Herria, además de otros colectivos, no menos numerosos, han vuelto este año a la carga, en decenas de campamentos, fijos o volantes, dejando en las vidas de quienes participan en ellos experiencias imborrables que van más allá de las anécdotas y recuerdos indudablemente divertidos, pero donde el esfuerzo y la austeridad, la supervivencia creada en las ciudades de lona en medio de la naturaleza, dejan huellas imborrables. Son incontables las parejas que han surgido de estos procesos, y hay familias que colaboran con este estilo de vida, que pasa a nuevas generaciones, porque consideran que los valores que se han recibido merecen la pena, y se transmiten de nuevo.

Hay quien no ve que hay cientos de jóvenes que ofrecen lo mejor de su tiempo libre, de sus vacaciones, para dar lo mejor de sí en este tipo de compromisos. Y las instituciones lo apoyan con más o menos acierto, porque no sólo es preciso medir tal apoyo en torno a las cantidades económicas que se aportan, que contribuyen, ¡cómo no!, a su realización, pero las dificultades técnicas y administrativas que se encuentran van más allá de lo que puede significar una carga añadida a las dificultades a superar. No hay duda de que las instituciones pueden tener buenas razones para organizar campamentos urbanos, campamentos en zonas ya preparadas con sus instalaciones propias donde los grupos llegan, plantan sus tiendas de campaña y realizan sus actividades programadas, o albergues homologados donde las propias instituciones o empresas del sector organizan sus actividades, en las que en ocasiones se incluye la práctica de un idioma y otras actividades lúdicas interesantes. Y aunque uno se permita la licencia de denominar como campingmentos a ese tipo de actividades, no por ello existe la intención de realizar una valoración negativa, en absoluto, pues cada planteamiento educativo tiene sus procesos de socialización. Y ni siquiera las comparaciones en relación a las subvenciones vienen en este momento a colación, porque es lógico que las actividades realizadas por personal contratado o en instalaciones con costes altos tengan mayores gastos, pero no está de más que exista un poco más de empatía ante un sector cuyo nicho de actividad no genera royalties, pero cuyo patrimonio inmaterial puede estar en riesgo de extinción.

Cada vez resulta más complejo encontrar un lugar adecuado para realizar este tipo de campamentos. Hay ayuntamientos que, si se lo proponen, pueden ofertar espacios en los que sea posible que afloren estas ciudades de lona. Es verdad que cualquier lugar no sirve, pero de la sensibilidad hacia este tipo de actividades pueden surgir más posibilidades, con una cierta cercanía a una corriente de agua, y cumpliendo la normativa, claro. Hay cientos de hectáreas que podrían ser manifiestamente utilizables, pero no parece que los tiempos están para dar facilidades en este terreno. Uno ha conocido de primera mano cómo, incluso en autonomías donde hay listados en los que aparecen diversas ofertas, supuestamente realizables, con referencias telefónicas incluidas, la realidad es muy diferente, y sirven, sobre todo, para hacer perder el tiempo a quienes se interesan por esas posibles zonas de acampada.

Lo cierto es que este tipo de ofertas para potenciar procesos educativos adecuados a cada edad, desde ocho a 18 años, pueden estar debilitándose por diferentes razones. Y no sólo corresponde a las instituciones posibilitar que el viento sople un poco más a su favor, pues no hay duda de que determinadas familias y ámbitos, entre los que, por cierto, la Iglesia católica está jugando un papel positivo, pueden facilitar la labor del trabajo para consolidar este ámbito educativo en valores que ayudan a crecer también como personas y contribuyen, de manera significativa, a crear tejido social en barrios y pueblos.

Que se hable de cambiar el mundo y de servir, de ayudar a los demás, “beti prest”, en estos tiempos que corren, cantar o actuar en una velada, sin prejuicios sobre diferencias y desigualdades, ser autosuficientes, repartir las tareas, trabajar en equipo, aprender a cuidarse y a cuidar a los demás, fomentar la confianza, equivocarse en un entorno seguro, desarrollar habilidades, ver el mundo de una forma diferente… son otros tantos elementos que se van cargando en la mochila de la vida. Y eso no quiere decir que todo es perfecto, ni mucho menos, porque un campamento es un microcosmos en el que se hacen visibles las fortalezas y debilidades humanas de una manera intensa, pero lo mismo que las excursiones en la naturaleza tienen sus dificultades y sus logros, de la misma manera el superar una ruta con desnivel pronunciado tiene su aliciente al final, en la cumbre, para darse cuenta de que ha merecido la pena el esfuerzo, y que el ámbito de confort puede trasladarse a espacios diferentes cuando se han sabido superar dificultades.

Como nuestros hábitos de vida se desarrollan entre techos y paredes, un insecto o una araña en una tienda de campaña pueden significar una amenaza insuperable, o un motivo para avanzar ante una dificultad, pero en algunos ambientes este lenguaje es incomprensible, lo mismo que resulta incomprensible tener grandes dificultades para encontrar extensiones de terreno con suficiente espacio para realizar construcciones con madera y cuerda, organizarse por grupos en tiendas de campaña, lavar la propia ropa, bañarse en un río, lo cual resulta cada vez más difícil, y no hablamos de participar en un fuego de campamento, porque en estos tiempos de tan altas temperaturas e incendios incontrolados, sólo la nostalgia puede avivar llamas imaginarias. Y no resulta ya significativo el hecho de que algún infante pueda seguir pensado que la leche no tiene un origen diferente al de la caja que se vende en el supermercado.

La educación en el ámbito de la naturaleza no necesita demasiadas explicaciones teóricas sobre el cambio climático o el deterioro medioambiental, sino que ha de entrar por los pies y por los pulmones, y tenemos claro que la comunicación presencial entre iguales no pasa por las pantallas de los teléfonos móviles sino por la interacción socializadora en procesos educativos de largo alcance. Pero cuando hablamos de todas estas cuestiones somos conscientes de que con estos planteamientos podemos idealizar excesivamente una realidad que no tiene tanta presencia en nuestra sociedad y que, además, suenan tambores de que puede convertirse en la reivindicación de algo que ya no va con los tiempos que corren, pero esos tiempos dependen de las decisiones que se van tomando día a día, y, a pesar de las dificultades, sigue habiendo un sector de personas dispuestas a no tirar la toalla. l