El presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, sigue bajando a los infiernos donde no habitan ni la moral ni la democracia. Después de clausurar cientos de ONG, lo último que ha hecho es expulsar del país a 18 monjas Misioneras de la Caridad, seguidoras de Teresa de Calcuta, a las que califica de peligro para la seguridad nacional. Primero cerró sus obras de beneficencia y canceló su personería jurídica y después procedió a expulsarlas. En un solo acto Ortega ha golpeado el derecho de asociación y el derecho de las personas pobres a recibir asistencia social desde la sociedad, en este caso desde una comunidad religiosa.

Esto sucede en los días en que Daniel Ortega movilizó a cientos de soldados y policías en la frontera con Costa Rica, para impedir la entrada en el país de un grupo de parlamentarios, hombres y mujeres de las izquierdas de América Latina que se unieron para verificar el estado de los Derechos Humanos en Nicaragua. Lo formaban nueve personas, argentinos, brasileños, dominicanos, panameños y mejicanos. Fue la policía de fronteras de Costa Rica la que el 2 de julio pasado advirtió que del otro lado de la aduana un descomunal despliegue militar esperaba a los visitantes que optaron por retirarse.

Lo cierto es que, entre partidarios del régimen, la expulsión de las monjas ha causado perplejidad, más si cabe al justificarse como un problema de seguridad nacional. Pero por otra parte no es de extrañar esta decisión de Ortega que se inscribe en el marco de una persecución a la Iglesia Católica que comenzó con fuerza en abril de 2018 cuando las calles y plazas se llenaron de protestas. El nuncio apostólico fue sacado del país, y con él otros sacerdotes y religiosos, siendo acusados de apoyar un golpe de estado. Además, fueron asaltadas iglesias y algunos curas fueron encarcelados. Lo de ahora es más sorprendente ya que la Misioneras de la Caridad no hacen política ni proselitismo contra el régimen.

Pero el cierre de centenares de ONG, nacionales y extranjeras, ya permite señalar la existencia de un plan de criminalización de la solidaridad que Ortega y su vicepresidenta Rosario Murillo, perciben como una competencia al Estado. Y es que no hay que olvidar que uno de los pilares de la autocracia es el clientelismo del que deriva una lealtad electoral. Es así que Ortega guarda para sí el control de la asistencia social.

Sin embargo, cuesta encontrar una explicación a la expulsión de las Misioneras de la Caridad. Tal vez haya que acudir a los más de 1400 documentos sobre Nicaragua, filtrados por WikiLeaks, que están basados en cables diplomáticos de los que se hace eco el periódico digital nicaragüense, Confidencial, en un artículo firmado por Carlos F. Chamorro. Entre esos documentos, hay uno fechado el 27 de abril de 2009, hace más de 13 años, por el embajador estadounidense Robert Callahan, en el que cita un encuentro privado con la entonces primera comisionada de la Policía Nacional, Aminta Granera, en el que la máxima jefa policial relata el temor y la paranoia de Ortega provocado por la supuesta amenaza de unas monjitas. Según narra un documento de WikiLeaks, la jefa de la Policía Nacional, Aminta Granera, le dijo al embajador Callahan que el presidente “Daniel Ortega está completamente loco y representa una amenaza para el país”. Y agregó que, según Ortega, hay “unas monjitas que están rezando para que lo asesinen”. En todo caso, las monjitas citadas por Granera no son necesariamente las Misioneras de la Caridad que ahora han sido expulsadas.

Hay que decir que Nicaragua no está en los medios. Tras las oleadas de detenciones. encarcelamientos y sentencias condenatorias, se ha ido extendiendo un manto de silencio. Nicaragua no es noticia. Este escenario invisibiliza las violaciones de Derechos Humanos que continúan siendo diarias, Ahora la impunidad es mayor. En la cárcel del Chipote, levantada hace 90 años, la dictadura de Anastasio Somoza torturó, mató y privó de libertad a miles de ciudadanas y ciudadanos. Ahora, paradojas de la vida, en esa cárcel que es símbolo del terror, sobreviven sandinistas condenados por tribunales especiales dirigidos por el régimen. A falta de acusaciones creíbles juezas y jueces, haciendo dejación de su independencia, dictaron sentencias en base a una acusación general de golpe de estado que nunca se produjo.

En prisión murió el ex general Hugo Torres, por negligencia en el tratamiento médico de sus males. Dora María Téllez, legendaria guerrillera, en la que se concentra todo el odio de Ortega y Víctor Hugo Tinoco, un brillante ex diplomático del gobierno sandinista de los años ochenta en la ONU, resisten junto a otros 182 presos políticos.

El escenario sociopolítico ya se hizo muy peligroso en 2013, cuando sabemos que la vicepresidenta y esposa de Daniel Ortega, Rosario Murillo, levantó en diferentes puntos estratégicos de la ciudad de Managua árboles metálicos, de entre quince y veinte metro de altura, llamados por su creadora “árboles de la vida” para proteger a la ciudad de Managua de los malos espíritus. Dicen que estos árboles esotéricos son una expresión de las creencias filosóficas de Murillo, su espíritu de la nueva era y sus gustos por los atuendos coloridos, colgandejos y amuletos. En todo caso esta pareja debería de pasar una ITV mental, pues no es razonable mantener en el poder a personas que piensan y actúan de este modo. ¿Por qué no caen?

Conozco bien Nicaragua. Son innumerables las veces que he viajado hasta ese país. Los nicas son un pueblo bravo. Muy buenos a las buenas y muy malos a las malas. Orgullosos, amables, afectivos, poetas, luchadores. Pero también forman un pueblo vulnerable, por su pobreza extendida, sus creencias a veces supersticiosas, su inclinación a obedecer a liderazgos. Un pueblo víctima de la propaganda del poder de la pareja Ortega-Murillo, al que se ha hecho creer que el país vive una continuidad de la revolución de 1979 y por consiguiente una épica colectiva. Con Ortega de presidente amplios sectores de la población humilde, empobrecida, encuentra en las donaciones del gobierno en forma de animales de campo, láminas de zinc para sus casitas, aperos de labranza, bicicletas, y alimentos, una especie de falsa justicia, gracias al gobierno que en realidad alimenta el patrimonio de sus allegados. A todo esto, hay que añadir el terror a una represión que controla el discurrir de la vida cotidiana.

Politólogo especialista en Relaciones Internacionales y Cooperación al Desarrollo