espués de un tiempo confinados, que a muchas personas se les ha hecho muy largo y de incierto futuro, se ha elaborado un plan de obligado cumplimiento para salir de él y volver de forma paulatina a la “normalidad”, por medio de unos pasos de desescalada.

Junto al interés por parte de la Administración, un sector de la población tiene mucha prevención por el deseo de proteger la salud, evitando contagios, y con cierta sospecha de primar los intereses económicos.

Sin pretender sentar cátedra, vemos la necesidad de equilibrar ambas realidades, pues si no las consecuencias sociales serán tan negativas o más que la pandemia. Ojalá estas circunstancias nos animen e impulsen a revisar nuestras actitudes y compromisos con la finalidad de mejorar la vida social. Tenemos presente sobre todo a quienes tienen su futuro más oscuro por no disponer de los medios adecuados que les posibiliten una vida digna de su ser personas.

Se habla del cierre indefinido de muchas actividades minoristas (pequeños comercios, profesionales, bares...), también de aplicación de ERTE a muchos asalariados (aunque con el temor a que esa T de temporal, se convierta en definitiva y triunfe el desempleo). Lo cual ha implicado que todos los niveles de la Administración hayan aumentado su gasto para garantizar a estas personas un nivel de vida digno. Las cifras del desempleo de estos últimos meses han crecido exponencialmente, porque las cifras de producción también han caído y hay muchas posibilidades de que se tarde mucho en recuperarlas.

Ha existido la iniciativa de aplaudir cada día a las ocho de la tarde el buen trabajo que realiza, incluso con riesgo de la propia salud, el personal de los centros sanitarios. Está bien, pero mejor si viniera acompañada de un esfuerzo personal por asumir las normas establecidas, no actuar según intereses particulares y, además, concienciarnos de la obligación legal y moral de no defraudar a Hacienda, pues es de ahí de donde prioritariamente deben salir fondos suficientes, sin verse obligada a endeudarse más de la cuenta.

Cuando algunos afirman la “necesidad” de bajar los impuestos para así “animar” la economía, lo hacen normalmente desde una visión individualista y economicista, sin asumir las obligaciones sociales.

. Esta penosa realidad nos orienta hacia el mayor problema que existe en nuestro mundo avanzado, pero que tendemos a taparlo y olvidarlo: ¿cuál es el sentido que queremos dar a nuestra existencia? Para algunos se concreta en pasarlo lo mejor posible el tiempo que vivamos, que no les falte nada de lo que desean a mis cercanos y que me dejen en paz. Otros, más abiertos a lo social, se vuelcan en ayuda de los demás, pero les parece que el compromiso por la transformación estructural no va con ellos y es propio de los políticos profesionales. Unos pocos, más conscientes de sus causas profundas, buscan la manera más adecuada de aportar su granito de arena en diferentes espacios, sabiendo que la capacidad de cambio es mínima, pero necesaria. Lo mismo dijimos al hablar de la realidad del cambio climático y su repercusión en la vida de toda la humanidad, pero con incidencia más grave en los pobres.

Lo económico es muy importante, pues su misión es realizar lo mejor posible la adecuación de los bienes existentes para que cubran el mayor número de necesidades humanas; es como la prudente administración de la vida (personal o colectiva), donde están presentes todos los aspectos que inciden en ella: alimentación, vivienda, sanidad, cultura... Por tanto, tiene una clara orientación ética, siendo preciso que responda a criterios de equidad, sostenibilidad, respeto a los derechos humanos... En definitiva, contribuir a que toda persona pueda llevar una vida digna. Pero si lo desenfocamos y convertimos la actividad económica en un medio de obtener el mayor dinero, porque nuestra existencia se basa en lo crematístico, hemos perdido radicalmente el sentido de la vida.

La solidaridad nos impulsa a dirigir la mirada hacia quienes están pasándolo peor, porque su subsistencia depende, en gran parte, de los demás. No debemos echar balones fuera afirmando que ellos se lo han buscado o no han tenido suerte en la vida. Por encima de todo está nuestra humanidad y el deseo de hacer una sociedad más aceptable por todos y para todos. Aquí hay una exigencia personal, como antes veíamos, pero también institucional.

En su correspondiente ámbito, cada institución pública debe sentirse concernida en garantizar a los damnificados por esta situación el disponer de las ayudas suficientes y adecuadas para su plena inserción social. Ciertamente, se traduce en un crecimiento del gasto público y el peligro de aumentar un déficit ya alarmante, siendo necesario mejorar los ingresos y, subsidiariamente, la ayuda de la Unión Europea. Cuestión que abordaremos en una próxima colaboración.

Patxi Meabe, Pako Etxebeste, Arturo García y Joxemari Muñoa