La Parte Vieja lleva soportando desde hace muchos años un proceso de gentrificación y turistificación constante. Un proceso que ni es natural ni un accidente, sino una estrategia intencionada y planificada. Consecuencia de políticas en las que intervienen instituciones públicas, empresas privadas, medios de comunicación y miembros de la sociedad civil, que impulsan lobbies que escapan al control y a la legitimidad democrática formal.
Dos fenómenos que se han extendido globalmente en muchas partes del mundo, pero que se desarrollan de formas diferentes en función del contexto local. Donostia no se ha librado.
Dos fenómenos que, al mismo tiempo que se retroalimentan y solapan, en la Parte Vieja están causando profundos cambios en el paisaje urbano del barrio y graves perjuicios en la salud y calidad de vida de sus residentes, su sistema de relaciones sociales, sus valores culturales e identitarios, su cohesión social, su bienestar medioambiental, su morfología, su patrimonio y su estructura económica y comercial.
Todo ello nos remite a un contexto no solo socioeconómico sino también político y civilizatorio. En el Foro Universal de las Culturas (Barcelona 2004) se acordó una declaración universal de los derechos humanos emergentes. Entre ellos, el del Derecho a la Ciudad. O lo que es lo mismo, el derecho del vecindario, de quienes residimos, a conocer y participar activamente del proceso de desarrollo de nuestras comunidades. Sin embargo, no es este el caso ni de la Parte Vieja ni el de Donostia. No es casualidad.
Esta situación ha conducido a la Parte Vieja a un punto de colapso. Ya no es suficiente denunciar qué se hace mal, sino también denunciar que este sistema ha roto los mecanismos de permanencia como barrio.
En febrero de 2020 se cumplirán ocho años desde que Parte Zaharrean Bizi Auzo Elkartea se constituyó. El diagnóstico del barrio en 2012 fue el detonador de la alarma que puso las bases para organizarnos.
Reivindicábamos la defensa del barrio frente a la terciarización y la mercantilización. Denunciábamos la ausencia de políticas activas de vivienda social y de alquiler; la invasión del turismo y el ocio; la intrusión en nuestra intimidad; los problemas de salud derivados del ruido y la falta de descanso, la carencia de equipamientos y, en general, la privatización de espacio público y sobreexplotación mercantil, así como la pérdida de nuestra identidad y del euskera en especial.
En 2017 hicimos público un Manifiesto en defensa del derecho a vivir en la Parte Vieja, exigiendo un giro radical en la posición del Gobierno municipal de Donostia para que se realicen cambios normativos que garanticen poder vivir en el barrio, nuestra permanencia y, en definitiva, nuestro futuro. Así como participar activamente del proceso de desarrollo de nuestra comunidad.
En 2019, acaba de comenzar una nueva legislatura sin que se haya hecho frente a los principales problemas de la Parte Vieja. La gentrificación y la turistificación caminan de la mano, imparables.
Sabemos que en teoría existe un marco regulador, legislativo y local que establece unas reglas de juego. Sin embargo, la política pública del Consistorio respecto a la Parte Vieja ha sido de pasividad o tolerancia si no de impulso respecto a la sobreexplotación del espacio público. Hace tiempo que hizo aguas ese marco teórico. La institución municipal es hoy un agente activo y relevante de ese proceso.
Los recursos y presiones en favor de la propiedad, la promoción inmobiliaria, los fondos de inversión, las franquicias, etc. han doblegado, frecuentemente, al “árbitro y defensor” del interés general. A través de la especulación y la presión, movilizan importantes capitales, en muchos casos forzando o ignorando la ley. Y promueven políticas urbanas, económicas y territoriales no sostenibles ni equitativas, contrarias a la necesaria cohesión social, a la identidad histórica y cultural, al cuidado del patrimonio, pero generadoras de importantes plusvalías y beneficios privados.
La rápida implantación de las plataformas de alquiler por Internet, sin que las administraciones hayan tomado medidas de protección al residente, “consumidor” de vivienda en alquiler o compra, ha provocado su indefensión y, al final, su expulsión y sustitución por el inversor particular o empresas y fondos de inversión.
Es más que evidente que se ha establecido algo así como una estrategia global para la ciudad, ésta se pone al servicio de la economía y eso que llaman mercados, y no al servicio de las personas.
La realidad de la Parte Vieja habla por sí sola:
-6.401 habitantes en 2004, 5.832 en 2017 (-8,9%). Se prevé que dentro de 10 años seamos 5.400 (-7%).
-Sangrante situación de la juventud, que ha de emanciparse fuera del barrio, porque no volverán. El envejecimiento del barrio esconde una tragedia aún mayor: el colapso de nuestra comunidad.
-Población muy envejecida. El barrio no tiene capacidad para regenerarse. Más del 32% de la población es mayor de 60 años. El 9,36% es mayor de 80 años. El 63,7% de las personas de 65 años o más son mujeres, y en las de 85 o más el porcentaje asciende al 78,5%.
-340 viviendas en riesgo de quedarse en desuso. 452 viviendas potencialmente vacías.
-4,32 establecimientos hosteleros por cada 100 habitantes. El 30,2% de los habitantes vive en un área con una concentración superior a seis establecimientos de este tipo a menos de 50 metros de distancia. Mientras el comercio al por menor desciende un 9,2%, la actividad hostelera ha aumentado un 5,7%.
-190 viviendas turísticas, 62 pensiones, tres hoteles y dos más en construcción. El número de plazas de alojamiento turístico que se ofertan asciende a más del 20% de nuestra población.
-Gestión insuficiente de los residuos. Invasión de nuestra intimidad. Problemas de salud y medioambientales muy graves, con focos de ruido permanentes y múltiples en calles, portales, patios y viviendas.
-Invasión y privatización de hecho del espacio público. Banalización del paisaje histórico.
-Falta de equipamientos específicos para desarrollar proyectos estratégicos para sus residentes.
-Inacción municipal, falta de eficacia en el control y cumplimiento de las ordenanzas, de inspecciones y dejación de funciones.
La Parte Vieja transita en un viaje sin retorno. Definitivamente, se ha consolidado el parque temático. La Parte Vieja no es un barrio, sino una mera atracción turística. ¡Viva la ciudad de vacaciones! Soportamos lo que Lisa Vollmer llama “el nuevo colonialismo urbano”.
Seguramente no faltará quien esté interesado en este aspecto para iniciar una aventura inmobiliaria que le reporte beneficios y presentarse como regeneradores del barrio que un día destruyeron. Al tiempo.
Las asociaciones vecinales no estábamos preparadas para este “enemigo global” y la opinión pública tampoco es consciente de la envergadura del problema y se ha perdido mucho tiempo, tiempo precioso antes de actuar.