Refrescar la memoria
los periodos estivales se prestan a infinidad de labores terapéuticas de toda índole que resultan menos habituales en otros períodos del año. Amén de los baños cantábricos, el sol, la brisa y los paseos oxigenantes que alimentan nuestro organismo motriz, la lectura y la analítica que la rodea son fuentes mentales indispensables para el enriquecimiento que acumulemos en el pensamiento y la memoria. La unión de ambas terapias contribuye a fusionar un binomio eficaz para ayudarnos a afrontar infinidad de retos vitales. Uno de ellos es el de nuestra historia como pueblo, parcializada por propios y extraños, según sus intereses políticos actuales o el alambique utilizado para transformar el producto. No cabe duda que para salir de estos enmarañados vericuetos, los hechos contrastados suelen representar la única brújula válida.
Kirmen Uribe lo ha logrado en su relato novelado, que no novelesco, resucitando para nuestra historia a Txomin Letamendi Murua y su saga familiar en el libro Elkarrekin esnatzeko ordua, para que todos juntos vayamos despertando tras los sueños en común de unas realidades olvidadas. Actualmente se utiliza el vocablo epopeya por doquier, desde competiciones deportivas a concursos televisivos de millonario presupuesto. Son el pan y circo nuestro de cada día. Las páginas del libro de Kirmen rezuman, esas sí, épica, dolor, amor a raudales, rubor, identidad, periplos locales y transoceánicos armonizados por las notas fugaces del trompetista Letamendi y las gargantas o piernas acompasadas de Eresoinka, que recorren Europa y América clamando la existencia de un pueblo, el nuestro, víctima de la tormenta fascista que arrasó todo el viejo continente. Es una epopeya familiar dentro de la global, que resulta absolutamente didáctica por cuanto las peripecias de un reducido número de protagonistas consiguen transmitir al lector los sentimientos e ideales de todo un pueblo. Txomin, gudari en Artxanda y exiliado tras la caída de Bilbo, emprenderá algo más tarde, junto a Karmele Urresti y los hijos posteriormente habidos en común, Ikerne y Txomin, otra etapa de su vida. Repescado por Agirre y el Gobierno Vasco para labores de espionaje, vuelve al combate, y tras ser apresado, torturado y encarcelado puede entrever entre rejas a su tercer hijo, Patxi, que acaba de nacer. Después de esta última alegría, maltrecho y enfermo, lo liberan in articulo mortis en Madrid para que fallezca en brazos de su hermano.
Ahora que los nuevos programas escolares educativos pretenden adoctrinar a nuestros nietos en la teoría de que el conflicto comenzó aquí en 1960 y duró lo que el lapso existencial de ETA, les sugiero que incorporen este y otros libros de lectura para sumar el anteayer al ayer, ya que el uno sin el otro traicionan la memoria. A este respecto y en un excelente artículo de opinión publicado el pasado 29 de junio en Berria, el profesor de EHU, Unai Belaustegi, pone los puntos sobre las íes de los trabajos que corrigió en las pruebas de selectividad 2018, por cierto superadas por más del 90% de los candidatos. Centrándose en los trabajos de historia que pasaron por sus manos, concluye que tanto los contenidos históricos, como el nivel de euskara, resultan altamente deficitarios y preocupantes de cara a la evolución de la sociedad vasca. Ha hallado auténticas perlas sobre el franquismo con nácares del estilo: “eran tiempos de una sociedad más libre” y “pensamiento más aperturista”. Sobre la Ley de Prensa hay quien afirma que “los medios de comunicación mejoraron y se suavizó la censura”. Otro olvidadizo enfatiza sobre religión: “La Iglesia se enfrentó a Franco” y yo por mi cuenta añadiría que contra los paseos bajo palio, también. Será quizás que vivimos tiempos tan acelerados por la ignorancia que a veces nos volvemos desmemoriados. Observamos múltiples aniversarios, homenajes y actos de recuerdo, merecidos, sin duda, todos ellos, pero permítanme que mi memoria hoy, camine hacia Txomin Letamendi, uno de los eternos olvidados.