Crisis o lisis
A médicos y enfermeras se nos enseña que hay una ley inexorable en la biología que establece que los procesos patológicos se resuelven bien por crisis (el tejido se transforma y regenera) o bien por lisis (el tejido se licúa y desaparece). Desde un catarro a un cáncer, la enfermedad se conduce siempre por una de estas dos vías. Pensándolo bien, es una norma de aplicación a muchas otras realidades. En el PP comienzan a disfrutar de la posibilidad de elegir presidente sin haber hecho antes una reflexión de qué ha pasado, por dónde quieren conducirse, y hasta qué punto se están jugando su propia pervivencia. Porque o algo cambia muy de veras, o se acabó. Arruinado el mayor capital político que nunca se concedió a un partido, sin nada que identifique un cimiento ideológico, atrapado en un modelo de organización creado solo para salvaguardar al líder, los de Génova huyen de su propia realidad. Nadie ha reparado en que deben refundar el proyecto entero, y en cambio avanzan corajudos hacia la proclamación de un nuevo cabecilla que seguramente saldrá elegido de entre alguno de los que tuvieron parte principal en el encallamiento. Renuncian a la crisis, se dirigen a la lisis.
Observar a los candidatos va a ser el entretenimiento político de las próximas tres semanas. Digo observar, no escuchar, porque poca idea nueva resuena. Veremos la manera en la que Soraya deambula por el alambre, esta vez sin la red de protección que ella misma tejió en los medios de comunicación siendo todopoderosa vicepresidenta. Ni es la primera persona que conozco cuya primera providencia haya sido “a mí que no me toquen un pelo”, ni será la última. Vende a los suyos una especie de fast track hacia el poder, de nuevo en casa, alentando la posibilidad de que Sánchez tenga que llamar a las urnas. Luego está Cospedal. Aquello del finiquito en diferido no fue una anécdota, un lapsus, sino toda una categoría representativa de la inutilidad de esta señora y su muy deficiente capacidad para ejercer la política. “Yo he dado la cara”, es su blasón en la contienda, dejando estupefaciente al personal. Porque no es lo mismo dar la cara que tener cara. Su trabajo en los últimos años no ha sido expulsar la corrupción del PP, sino evitar que esta dañara la marca. Bajo su indelegable mando orgánico figura una gerente que a día de hoy está procesada por la destrucción de los discos duros de Bárcenas e imputada por financiación ilegal del partido en Valencia. Ahí sigue tal cargo, indemne e incluso en el comité organizador del congreso de los populares. Es impensable que aquellos episodios, por los que la justicia está pidiendo cuentas, no hayan tenido que ver con la propia Cospedal actuando a través de sus subordinados. Finalmente, Pablo Casado es persona que al menos en algún momento predicó que la política había de basarse en convicciones transformadoras, sean lo discutibles que sean, y no tanto en filiaciones de recua. Su paso por la dirección del PP parece que le ha aproximado a Maroto, lo que ya no dice mucho de él. Hoy depende de la decisión de una jueza, que si considera delictuoso lo de su máster lo imputará y ahí acabarán sus opciones. Por supuesto, si años después se comprobara que el asunto era una estupidez, la jueza seguirá en ejercicio y el perjuicio causado solo merecerá en ella una mirada despectiva desde su sórdido juzgado.
La caridad impone no hacer más daño al caído, pero es inevitable que este sea un proceso congresual con Santa Pola al fondo, allá donde parece que Rajoy va a ejercer como registrador, después de enterarse que hay una cosa llamada firma electrónica (el día que pidió la excedencia, hace tres décadas, no existía siquiera Internet). Ahí pasará algunos días de su semana quien ha desmoronado todo un proyecto político, quien con su cobardía ha mandado a la calle a miles de colaboradores, quien ha espantado a millones de votantes que confiaron en un partido que era el de las clases medias y el reformismo sensato, y quien ha hecho de la indolencia el único libro ideológico del poder político. En Santa Pola sirven una gamba blanca increíble, pescada en la misma bahía. Las malas lenguas atribuyen la dulzura de ese marisco a que a tres kilómetros de la costa desemboca un colector de aguas fecales que nutre a tan preciadas especies. Que le aprovechen.