Fieles vascones
Pretendiendo quitar importancia a nuestra lengua, algunos se atreven a sostener que no hay ninguna certeza acerca de la antigüedad del euskera en Navarra y que casi nos tenía que dar igual que hubiese llegado hace 3.000 años o en el siglo V de nuestra era. En el fondo, lo que subyace en esas opiniones es un desprecio mayúsculo hacia el tesoro que nuestros ancestros nos han transmitido desde tiempo inmemorial. Es como tener un Picasso y que te digan que igual es falso y que igual no vale nada. Sí que tiene importancia la antigüedad de una lengua, porque nos puede llevar a indagar en la noche de los tiempos. Científicos alemanes y centroeuropeos fueron los primeros que se dieron cuenta de lo remotamente antigua que puede ser la lengua de los vascos. Pero si el origen del euskera es un misterio, mayor misterio aún es su supervivencia, como dijo Koldo Mitxelena. La pregunta que surge es: ¿por qué ha sobrevivido esta lengua?.
Nadie puede negar que de todos los pueblos de la península ibérica solo el nuestro ha conservado su lengua prerromana, heredera directa de la que se hablaba aquí antes de la romanización. Nuestro territorio también fue romanizado, pero eso no ha impedido que mantengamos nuestra lengua ancestral. En la península, cada pueblo tenía su propia lengua, unos hablaban lenguas celtas, otros lenguas íberas, pero, ¿por qué desaparecieron todas menos la vasca? ¿Ocurrió algo prodigioso o mágico para que nuestra lengua sobreviviese? La respuesta no está ni en la magia ni en ningún suceso sobrenatural, la respuesta está en Roma. Los romanos eliminaron a los pueblos que se enfrentaron a ellos. Y respetaron la lengua y cultura de sus aliados. Así de simple.
El euskera lo hemos heredado de los antiguos vascones, sí, de esos vascones que consideraban invasores y enemigos a celtas e íberos, y que siglos más tarde decidieron aliarse con los romanos para expulsarlos de su tierra. Porque, en contra de ciertas opiniones, los vascones nunca se enfrentaron a los romanos sino que fueron sus aliados. La relación entre vascones y romanos fue pacífica y amistosa y produjo sus frutos. Mientras el resto de pueblos de la península se enfrentaron a Roma, los vascones colaboraron con los romanos para deshacerse de su enemigo común: los celtíberos. Derrotados éstos en el año 72 a. C., la colaboración de los vascones fue recompensada por los romanos con la entrega de amplios territorios que llegaban a 15 kilómetros de Salduie, la que después de su conquista sería llamada por los romanos Caesar Augusta. La amistad entre vascones y romanos llegó a tal punto que el general romano Pompeyo pasó dos inviernos en tierra de vascones, tierra que gozaba de agua abundante y de gran riqueza agrícola y forestal, y que le permitió avituallarse y descansar, fundando a finales del año 75 a.C., la ciudad de Pompelo. Esto lo sabemos por Salustio, el más importante historiador romano del siglo I a.C.
Siempre han considerado a los vascones como un pueblo aislado y que no participó de la civilización romana por ser una tierra de bajo interés económico, y si conservan su lengua es por el escaso contacto que tuvieron con otros pueblos. Pero hallazgos arqueológicos han demostrado que aquí la romanización fue incluso superior a otras zonas de la península, sobre todo al sur de la actual Navarra. La pervivencia de la lengua vasca pudo deberse al buen entendimiento con los romanos, no a su aislamiento. En el hallazgo de diversas monedas, acuñadas en tierras vasconas por la administración romana, desde los primeros años de su dominación, (monedas con la leyenda Bengoda, siglo II a. C), o en el descubrimiento del puerto romano de Oiasso u Oiarso, en la actual Irun, con sus termas y sus necrópolis, puede probarse que la convivencia entre vascones y romanos fue real. El historiador romano Ptolomeo relata la existencia de una calzada que cruzaba el Pirineo y que transcurría por una población llamada Iturissa (se han encontrado restos de esta ciudad romana entre los pueblos de Burguete y Espinal).
Pompeyo no fue un general cualquiera, conquistó Hispania y regresó triunfador a Roma, convirtiéndose en ídolo del pueblo romano y siendo elegido cónsul, no sin antes haber premiado a aquellos pueblos que habían colaborado con él y castigado a quienes se habían enfrentado a las legiones senatoriales. En ese contexto debe situarse la fundación de Pompelo. Pompelo puede entenderse como la prueba de la fidelidad manifestada por los vascones a Pompeyo. Un detalle significativo: nunca existió ninguna tropa regular romana para controlar el territorio vascón.
Roma desplegaba todo su poderío militar para someter a sus enemigos y los pueblos rebeldes que osaron enfrentarse a ella recibieron un duro castigo. Sirvan estos tres ejemplos. En el siglo II a.C., los cartagineses, acérrimos enemigos de Roma, fueron exterminados o reducidos a esclavitud y la ciudad de Cartago destruida hasta los cimientos por las legiones de Escipión. En el siglo I a.C., los supervivientes de las guerras cántabras fueron la mayoría destinados a las minas como esclavos y gran parte del resto de la población dispersada en diferentes asentamientos de la meseta. Y en el siglo I de nuestra era, tras la sublevación del pueblo judío, toda Judea se convirtió en ruinas, Jerusalén reducida a escombros y el Templo de Salomón destruido. Murieron entre 600.000 y 1.300.000 judíos, y el resto fueron vendidos como esclavos. El resultado fue la diáspora.
En el año 60 a. C, el Imperio Romano estaba gobernado por un triunvirato formado por Julio César, Craso y Pompeyo Magno. Ocho años después, Pompeyo fue nombrado único cónsul para restablecer el orden en Roma. Cuatro años después fue asesinado. Para los historiadores romanos, la vida de Pompeyo Magno era la de un héroe mitológico, un gran hombre que logró unos triunfos extraordinarios a través de su esfuerzo, y que acabó perdiendo el poder del mayor imperio del mundo. Pompeyo, que gobernó la provincia de Hispania, permitió que un pequeño pueblo de los Pirineos, fiel a Roma, sobreviviese con su lengua y cultura. Nos queda de él el nombre de nuestra ciudad: Pompelo, que expresa la romanización de lo vasco. Pompelo=Pompei Illum, que significa la ciudad de Pompeyo.