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Pagar impuestos

las políticas impositivas son una herramienta fundamental para lograr la mayor integración e igualdad, o todo lo contrario. Esto parece obvio, pero hay que recordarlo porque solemos centrarnos demasiado en el problema de la financiación del gasto público. Sin embargo, junto al objetivo financiero que pretenden los impuestos, el gobernante de turno debe afanarse en conseguir otras metas que la sociedad considera importantes, fundamentales, como es fomentar una distribución más equitativa de la renta y la riqueza, o garantizar una asignación más eficiente de los recursos. No hace falta ser economista para ver que el sentido común democrático requiere que la carga impositiva esté basada en que contribuyan proporcionalmente más los que más tienen.

Así las cosas, Alfonso Alonso le exige al PNV bajar impuestos para hacer a Euskadi “más atractiva”. Pero no ha recordado que a menos impuestos, menos sanidad y pensiones con el añadido de que las desigualdades en educación, salud, vivienda, jubilación y trabajo son determinantes en las relaciones de poder de una sociedad. La verdadera razón que subyace en esa añorada revisión es la de caminar hacia una sociedad donde los ciudadanos con mayores ingresos y las grandes corporaciones paguen menos.

Es obvio que el capitalismo puro tiende a entrar en colisión con la democracia. Las señales de peligro actuales se acumulan: bajo crecimiento, tendencias deflacionistas, endeudamiento, desempleo, bajos salarios, pobreza. El malestar social va en aumento y surgen en democracia los tintes populistas, xenófobos y autoritarios. Es algo recurrente que sucedió hace cien años, en el periodo de entreguerras. Entonces, el mal funcionamiento de la economía propició experimentos políticos totalitarios como el nazismo y el fascismo mientras que el capitalismo prescindió lo que pudo de los fundamentos éticos; la consecuencia es que la civilización europea entró en una profunda crisis moral.

La tendencia capitalista a la desigualdad necesita de un constante factor de corrección social para lograr una real justicia distributiva; y ahí entra la importancia clave de un sistema impositivo u otro. El exitoso libro El capital en el siglo XXI, de Thomas Piketty, concluye que el capitalismo del máximo beneficio sin límites está en cuestión por su esencia insolidaria. La causa es sencilla: el capital y su rendimiento crecen desmesuradamente por su cuenta, más de lo que crece la economía, que es lo que beneficia a la mayoría de la gente.

Rousseau ya aportaba sensatez en El Contrato Social: “En lo que hace a la igualdad, esta palabra no debe ser interpretada como significando que todos los grados de riqueza tienen que ser los mismos sino más bien que ningún ciudadano debe ser tan opulento como para poder comprar a otro y ninguno tan pobre como para verse obligado a venderse”. Y culminaba sentenciando que de lo que se trata es que todos tengan lo suficiente y ninguno posea demasiado.

Todo apunta a la necesidad de un gasto público orientado a la mejor redistribución del ingreso. Y el modo de financiarlo es casi exclusivamente por medio de los impuestos. Igual es justo bajar algún impuesto, pero los recursos públicos que necesitamos pasan por gravar a quienes más tienen y enfrentarse a los paraísos fiscales. Desde luego, resulta una falacia referirse al incremento del PIB como dato que indica la mejora de la economía obviando el índice Gini sobre la desigualdad real de los ingresos. Y una injusticia el que las grandes multinacionales y los emporios financieros apenas aporten al fisco, cuando son los lugares donde se mueve el gran dinero.

Y volviendo al principio, señores del PP, debería preocuparles la otra cara de la moneda impositiva: el gasto público es tan importante como la acción de recaudar: ¿Cómo se gasta?, ¿quiénes son los más beneficiados? Solo un apunte: la promesa del ministro de Economía sobre la devolución al erario público del dinero empleado en los rescates bancarios, algunos muy sonados, no va a ser devuelto en su mayor parte, según el propio Luis de Guindos.

Las señales de peligro actuales se acumulan: bajo crecimiento, tendencias deflacionistas, endeudamiento, desempleo, bajos salarios, pobreza