resulta algo extraño comprobar cómo se multiplican las alabanzas a la juventud, divino tesoro, mientras queda sumida en una sima de precariedad económica que tiende a golpear autoestimas sin ninguna misericordia. Ahora se plantea como problema el que muchas personas jóvenes no se marchan de la casa familiar hasta una edad demasiado tardía. No hay duda de que no se puede obviar la cuestión, pero lo verdaderamente problemático es en qué condiciones anímicas se encuentran estos millones de personas jóvenes.

Se acaba de anunciar una ayuda de 430 euros, vinculados a un contrato de formación, para jóvenes que ni estudian ni trabajan. No está mal, así prolongamos la confusión entre becas que se convierten en contratos basura para personas cualificadas y mezcla de estudio-trabajo para alargar la serie de días y años de precariedad. Ponemos 500 millones encima de la mesa y ya está resuelto el problema. Con becas precarias queremos callar la boca a la juventud muy formada y con contratos de formación precarios queremos hacer algo similar con una juventud algo menos formada.

Cuando hay jóvenes excluidos socialmente porque no pueden contar con la ayuda familiar, cuando otros sobreviven en el contexto familiar y muchos perciben un salario y aún así no les llega para poder vivir en alquiler o comprar una vivienda, no podemos seguir hablando de que vivimos en el estado de bienestar. ¿Cómo asomarse a un futuro lleno de esperanza y crear una familia cobrando 800 euros al mes? Exclusión social y exclusión del mercado laboral tienen los mismos genes, que generan personas alejadas de todo lo que suene a sistema, pero también la precariedad en el empleo produce desafección al sistema. Claro que preocupa que existan tantos jóvenes antisistema, pero es que la fábrica de antisistemas funciona a pleno rendimiento cuando hay demasiadas personas jóvenes con dificultades económicas y muy conscientes de las injusticias, a pesar de que existe una propaganda desmovilizadora vía Cuéntame, la alternativa Cristiano-Messi, que da mucho juego, o el phubbing, que consiste en mirar el móvil incluso aunque no haya notificaciones, y esa costumbre de fiesta de noche, sin día, que también influye en la falta de convivencia familiar y en las responsabilidades no compartidas, porque no sólo hay que trabajar la igualdad de género, sino también la igualdad intergeneracional a la hora de compartir responsabilidades domiciliarias.

El caso es que con una tasa de paro juvenil que algunos sindicatos cifran en un 41,6%, la “segunda más elevada de toda la Unión Europea”, y un porcentaje de temporalidad para menores de 30 años en el 56% y del 73% para los menores de 25, es difícil tocar las campanas, porque no suenan. El Consejo de la Juventud clama contra la frágil situación del mercado laboral y la inaccesibilidad a la vivienda, porque se le tiene en cuenta menos aún que a los informes de Cáritas. Si el último informe FOESSA indica que la mitad de las familias del Estado español está peor que antes de la crisis y hay tantas personas jóvenes que dependen de la protección de sus familias, sólo quienes son acusados de buenismo defienden que hemos de evolucionar hacia un sistema económico más solidario y sostenible. ¿Tiene sentido plantear el retraso de la edad de jubilación mientras tantas personas jóvenes se encuentran sin un puesto de trabajo? Y, si mejoran los datos macroeconómicos pero las economías familiares no mejoran y se sigue afirmando, con datos, que aumenta la grieta entre quienes tienen ingresos desmesurados y quienes viven en la pobreza, habrá que tomar nota para que luego no nos echemos las manos a la cabeza. Ser joven es ser pobre, aunque pueda viajar a más lugares que sus progenitores, aunque domine la calle en noches eternas, porque la pobreza, hoy, además de género, tiene edad, y sabe disfrazarse en el escaparate de cierto postureo.

A veces, la caricatura es injusta porque deja a un lado otros aspectos de la realidad que se analiza, como el de muchísimas personas jóvenes que se han echado al monte de las empresas o de la creación de empleo, que tienen una gran formación o que sin tener gran formación no desisten de seguir luchando por mejorar la propia vida y la ajena, y que siembran esperanza para el futuro. Pero la caricatura también sirve como género literario para desvelar ciertas vergüenzas que no nos viene bien ocultar.