La palabra ilusionismo está completamente asociada a la magia. Esa magia con la que tantos ilusionistas nos han hecho soñar tantas veces. Esa magia que para el gran escritor Arthur C. Clarke era la tecnología avanzada. Y es que tenía razón: una persona que hubiese dado un imaginario salto en el tiempo hace 60 años se quedaría asombrado de tantos y tantos artilugios, aunque quizás lo más alucinante sería Internet que permite, entre otras posibilidades, comunicarnos con una persona ubicada en cualquier lugar del mundo (siempre que haya una mínima cobertura).
Curiosamente, de la misma forma que a un futbolista excelente se le asocia a Maradona o un gran jugador de baloncesto se asocia con Michael Jordan, de un buen ilusionista decimos que es Tamariz, en alusión al gran mago Juan Tamariz. Y es que una buena sesión de magia nos hace pensar en que otros mundos son posibles, que las leyes de la gravedad no son del todo ciertas, que la física tal y como la conocemos es falsa.
¿En qué se basa el ilusionismo? En maniobras de despiste y en conocer los puntos débiles de nuestro cerebro; es decir, tener una percepción de lo que está ocurriendo que es falsa para quedarnos completamente asombrados cuando vemos el resultado final.
Lo que ocurre es que todo esto nos lleva a una trampa dentro de nuestra interpretación de la realidad. Como he comentado, el ilusionismo lo asociamos únicamente a la magia. Y la cuestión es que eso no es cierto. La realidad, tal y como la percibimos, es ilusionismo. Puro y simple ilusionismo. Muchas cosas no son lo que parecen, lo que ocurre es que nuestro cerebro tiende a quedarse con ideas superficiales como estrategia para filtrar la gran cantidad de información que recibimos.
Comenzamos por los ejemplos más simples: las personas y las empresas. Muchas veces, en el momento de ver que una pareja se separa, pensamos: “No puede ser, si estaban muy unidos; siempre riéndose juntos, con un montón de proyectos, parecían uña y carne, estaban hechos el uno para el otro”. Eso sí, en el momento de separarse los argumentos cambian y ya se sabe, se repite el típico: “No, si ya se veía venir”.
Y la idea no sirve solo para situaciones sociales, sirve también en situaciones emocionales; el caso típico vendría dado por una persona viviendo feliz, con viajes lejanos, compras exclusivas y un vacío existencial desolador.
Lo mismo ocurre con muchas empresas, aunque también hay que admitir que hoy en día los mercados son más volátiles que antes y un tipo de negocio que parece va a dar réditos sin fin en poco tiempo se hunde. Que se lo digan a empresas como Nokia o Terra. Además, en el mundo de la empresa a menudo se usa el ilusionismo contable, mediante el cual los libros están inflados, las acciones se sobrevaloran y pensamos que la empresa va mucho mejor de lo que realmente va.
La televisión es otra forma de ilusionismo. Lo es a nivel técnico, ya que la información se procesa de manera que el cerebro puede ver la realidad como si estuviese asomado a una ventana. Pero más que a nivel técnico lo es a nivel emocional: sobreestimamos las personas que salen en televisión, de manera que pensamos que son mejores de lo que son. Nada más lejos de la realidad.
La labor de los grandes ejecutivos puede ser, algunas veces, una forma de ilusionismo ya que también se sobrevaloran. Por supuesto, lo mismo ocurre en el mundo de la política: nadie llega a una nación o comunidad y la cambia por arte de magia. Es más útil no tomar decisiones equivocadas e inspirar a las personas que cualquier otra cosa. Para ello, un gobierno debe dar confianza. No podemos olvidar el famoso discurso de Kennedy: “No pienses en lo que América puede hacer por ti y piensa en lo que tú puedes hacer por América”. Ese es el camino ya que si la sociedad percibe que unas medidas económicas, por correctas que sean según los manuales de macroeconomía, es injusta, difícilmente podrá avanzar hacia un futuro mejor, ya que es más importante creer en lo que se hace que hacerlo por imperativo legal.
Podemos comprender la idea mediante el siguiente ejemplo: supongamos una persona que elige una determinada carrera profesional. En retrospectiva, es fácil decir si hemos acertado o no: si tengo buen puesto de trabajo, he acertado. Si no, no. Y eso es un análisis muy simplista de la realidad ya que olvidamos nuestra responsabilidad personal, la capacidad que tenemos de hacer que una decisión individual, sea del tipo que sea, podamos hacerla buena. Y eso pasa por creer en ella.
Cuando descubrimos que la persona menos esperada maltrata a su pareja, está realizando actividades ilegales o tiene un ataque de ira inesperado tendemos a sorprendernos. Y no debería ser así, ya que nada es lo que parece. Vivimos dentro del ilusionismo.