Cuentan que el filósofo griego Platón, viendo cómo se gestionaban los problemas de su comunidad, decidió entrar en política. Pensaba que desde dentro se podrían arreglar las cosas y encontrar mejores soluciones para su pueblo.
pero volvió rápidamente a su puesto de trabajo, escarmentado y defraudado. Desde entonces, cada vez que alguien entra en política y vuelve desencantado, se le pregunta: ¿qué tal tu viaje por Siracusa?
Este es el viaje que suelen vivir muchas personas. ¿Merece la pena? Todo lo que se hace de acuerdo a nuestros valores y propósitos la merece; todo lo que se intenta bajo el halo de la coherencia es legítimo. Aunque el desenlace no sea el esperado. No podemos olvidar que vivimos en una sociedad donde mandan los resultados, bien sea en términos de puestos de trabajo, salarios o reputación social. Aunque esta máxima se ha convertido en algo común (haciendo ley), somos partidarios de modificar el escenario, intentando que el discurso honesto lleve a la acción, y no al contrario. Socialmente admiramos a las personas que tienen una posición de prestigio. Sin embargo, en muchos casos, desconocemos los medios y el esfuerzo que han empleado para llegar a cumplir sus objetivos. ¿Qué es más admirable? ¿Alguien que renuncia a un puesto muy goloso debido a su ética personal o alguien que lo consigue y lo acepta por cualquier medio sin merecerlo? Un buen principio para poder ser fieles a nuestros valores sería el suscrito por el primer ministro ruso Yegor Gaidar: “Haz lo que tengas que hacer y lo que tenga que ser será”.
¿Cuáles son los incentivos que hacen que una persona se dedique a la política?
La respuesta está en el pensamiento de cada ciudadano y puede ser variada. Pero, desafortunadamente, la corrupción que hemos visto en algunos políticos recientemente nos ha llevado a pensar que todo se resume finalmente a posibles favores futuros. Es una actuación lógica para la mente de muchas personas. A pesar de todo, hay quienes siguen entrando en política por razones más altruistas, más coherentes, más honestas. Por eso nos preguntamos con ingenuidad: ¿qué es la política para muchos, un fin o un medio?
Algunos piensan que la política es un fin en sí mismo. Un fin buscado bajo premisas utilitaristas en una sociedad donde las normas morales vigentes no son más que formalismos de la cultura dominante. Una cultura que no les permite un nivel razonable de ingresos y reputación personal. A partir de ahí, los que así piensan tratarán de dar algunas ideas en los medios repitiendo los mensajes ya conocidos por todos: “la sanidad debe ser universal”, “las tasas de desempleo son impresentables”, “educación de calidad para todos” y buscarán inmediatamente servirse de su puesto político. Ahora bien, ¿quién no quiere estas mejoras? No obstante, eso supone subir impuestos, endeudarse o quitar presupuesto de otro lado. Las cosas que queremos son muy nítidas. Pero, ¿cómo las llevamos a la práctica?
Otros, por el contrario, piensan que la política puede ser un medio para poder lograr un mundo mejor, un buen altavoz para aportar ideas donde, además, participen personas con vocación de trabajo por la comunidad, aspecto ya gratificante de por sí. Por desgracia, es difícil lograr ese objetivo en muchas ocasiones. Se impone pues, en aras de la autenticidad, la reconsideración de la política, la revisión radical que permita distinguir las incongruencias que los desfiguran y la vuelta a un orden jerárquico de valores por el que tradicionalmente se ha regido la sociedad, tal como lo hemos observado en el reciente caso de Nepal, donde el mundo se ha unido para ayudar a los necesitados. Sin embargo, no siempre ocurre así. En numerosas ocasiones el mundo de los políticos da la espalda a numerosos conflictos. ¿Tiene esto solución?
La evidencia ha demostrado que los mensajes actuales y los que se están aportando en la presente campaña electoral no sirven. Se necesita algo nuevo y rompedor. Cuando le preguntaron a Henry Ford qué demandaba el pueblo, su respuesta fue: “Un caballo más rápido”. Por fortuna, Ford tomó una solución disruptiva: el coche.
¿Qué necesita, pues, nuestra sociedad? Necesita esperanza. Necesita pasión. Necesita creer que un mundo mejor es posible. Un propósito de mejora continua, denominado en japonés Kaizen. Necesitamos que esa mejora llegue a cada persona para que cuando le preguntemos ¿qué tal estás?
su respuesta no sea: “Bien, sin entrar en detalles”.
Queremos poder decir a cada ser humano, como expresa Carlo Fabretti: “Estás en el mejor momento de tu vida porque es el resultado de todos los anteriores. Estás mejor cada día, porque cada día eres mejor”. No queremos ser más que los demás. Queremos ser más con los demás. Y lograr una sociedad más humana. Quizá ha llegado el momento de ponernos a ello.
Por eso ya estamos volviendo de Siracusa.
Cuentan que el filósofo griego Platón pensaba que desde dentro se podrían arreglar las cosas y encontrar mejores soluciones para su pueblo
¿Qué necesita nuestra sociedad? Necesita esperanza. Necesita pasión. Necesita creer que un mundo mejor es posible. Un propósito de mejora