El lunes 16 del mes que ahora acaba nos enteramos, gracias a un informe de la Fundación BBVA elaborado por el excelente Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (IVIE), de un nuevo ranking de productividad (lo subrayo) de un elevado número de universidades españolas: once de las 30 universidades privadas de España y 48 de los 52 campus públicos españoles, luego un total de 59 universidades. Según ese informe, las universidades públicas son más productivas que las privadas en investigación e innovación (o transferencia tecnológica) frente a las privadas, que lo son en docencia. Las universidades de Deusto y de Navarra encabezan el ranking de las mejores universidades en docencia. Habiendo estado treinta años en Deusto, como docente e investigador, me permitirán un par de comentarios al respecto.

No me extraña que Deusto se sitúe a la cabeza en el ranking de docencia, mientras se posicione en el puesto séptimo en innovación y en el decimocuarto en investigación, lo que tampoco está nada mal para ser una universidad que vive de las matrículas de los alumnos. Siempre he pensado que del profesorado de Deusto no saldrá un Premio Nobel, o un candidato a serlo, lo que sí podría salir, por ejemplo, de la UPV (me atrevería a dar algún nombre), si no estuviera localizada en Euskadi (luego fuera de los lobbies de influencia para estos premios). Del alumnado de Deusto ya han salido figuras relevantes, particularmente en el campo del empresariado y de la gobernanza. En Deusto el alumno conforma el centro de su actividad. El alumno es rey en Deusto. Deusto mima al alumno (hay organismos de orientación y seguimiento personalizados) pero, también, le exige (por ejemplo, jamás concede un crédito a un alumno por la mera asistencia a unos cursos sin que haya una evaluación de su aprovechamiento).

La verdad es que soy bastante reticente ante la utilidad de estos rankings de universidades (hospitales, parques naturales, hoteles, restaurantes etc.) así como de los controles de calidad, ISO, Q, y otros que puedan haber, informes PISA, etc., etc., que pululan por doquier en nuestra sociedad. Aunque obviamente me alegro cuando leo que mi universidad de Deusto sale bien parada en una de esas clasificaciones.

Los curricula escolares que ya viví aquí entre asignaturas troncales, optativas y de libre elección eran inaplicables por el corsé horario y, de hecho, apenas se llevó a la práctica. No así en Lovaina, donde la carga lectiva, ya lo he dicho, era menor. También la troncal, lo que permitía, de verdad, una libre elección. En mi licenciatura en sociología, escogí materias de psicología, historia, antropología y hasta teología. Tenía un tutor con quien, al comienzo de curso, organizaba mi carga de lectura y con quien debía ponerme de acuerdo por si, a medio curso, deseaba cambiar alguna materia. De hecho, durante el primer mes teníamos opción para modificar nuestro plan de estudios, siempre de acuerdo con el tutor. ¡Ah!, y no había informática y todo se hacía a mano por el estudiante y en una máquina de escribir, la administración.

La calificación final, en la primera semana de julio, era global. El cuerpo profesoral, en su conjunto, juzgaba la totalidad de nuestro trabajo durante el curso académico y se comprometía, ante la sociedad, sobre que tal estudiante podía o no podía pasar de curso. No conocíamos el caso del alumno que dejaba un año tal universidad para cursar tal asignatura, en la que era particularmente exigente un profesor que hacía una escabechina entre los alumnos aunque hubiera pasado bien el resto de materias, y se iba a otra universidad para superar esa asignatura y, después, volver a la universidad de origen. O, cosa aún más estúpida, un alumno que había aprobado, digamos, Estadística II (y el profesor le guardaba la nota) hasta que aprobara Estadística I, que se le había atragantado. Esa forma de organizar la enseñanza ha hecho que la carrera universitaria, aquí, entre nosotros, sea una carrera de obstáculos donde las vallas son las materias a superar.