Son graves los acontecimientos que se han producido en el interior y en las antepuertas del continente y es lógico que los europeos quieran poner a punto los planes y estrategias, las alianzas y los medios más adecuados para fijar la seguridad de sus ciudadanos. Se busca que en el evento participen también, al lado de los 28 de la Unión, los países del Mediterráneo meridional y oriental, con la excepción de Siria y Libia.

Tras las masacres de Charlie Hebdo y el Museo del Bardo, Europa se moviliza a cámara lenta. Hace un mes largo que se realizó la cumbre norteamericana sobre el CVE (Countering Violent Extremism - Contrarrestar el extremismo violento). Allí estuvieron 69 países, diversas organizaciones internacionales y representantes de la sociedad civil de todo el planeta. Al calificar como ‘extremismo violento’ a Al Qaeda o a Daesh (Estado Islámico) lo que se ha buscado es rechazar la identidad islámica de este terrorismo y favorecer la integración de la comunidad musulmana en la lucha contra el mismo.

Es posible que las conclusiones de la conferencia de Barcelona sigan la misma línea. Teniendo en cuenta que algunos estados participantes en Washington repiten en este acto, no sería extraño que se produzca una transposición de los apartados conclusivos de las dos cumbres. Es posible que de esa manera se arrastren algunos errores. Así, el que se produce al designar a este tipo de terrorismo con una fórmula eufemística, como ‘extremismo violento’, que persigue establecer una definición que sea fácilmente popularizada, aunque al eludir una descripción precisa del terrorismo islamista puede resultar completamente inútil y equivocada para entender el contexto socio-estructural en que se reproduce esta lacra. Algo parecido vienen a decir Marquardt, Ibrahim, Ramadan y Bensheij -representantes de un islam renovador- cuando afirman: “Tenemos que tomar en serio al EI y a Boko Haram cuando dicen que practican un islam riguroso? Que las acciones de esos grupos terroristas provoquen acusaciones contra la “mayoría silenciosa” musulmana puede ser injusto, pero hay que abordarlas”.

Por mucho que la élite mundial haya acordado lo contrario, la realidad sobre el terreno suele escaparse de las convenciones globales. No conviene situar este debate en el ámbito del puro interés antiterrorista. La irrupción de Al Qaeda y el Daesh plantea al mundo un escenario de conflicto con una evidente dimensión de choque interreligioso (interno al mundo musulmán) e intercivilizatorio, junto a otras dimensiones que no cabe olvidar que son de carácter socio-económico o político, y que el recurso a lo religioso contribuye a agudizar. Es el islam como totalidad, la soberanía absoluta de Alá (hakimiyya), el yihad contra la jahiliyya (apostasía) y la interpretación selectiva del Corán y la Sunna. En términos de Sayyid Qutb, es un “rechazo completo del gobierno humano en todas sus formas y modelos, sistemas y acuerdos?”. En cierto modo, esto viene a significar el retorno de Huntington. Políticos populistas y líderes religiosos entremezclados, levantan la causa de Dios como principio de conflicto y poder que esgrimen, en primer lugar, contra la población y los gobiernos de sus propios países, a los que acusan de renegados.

Por eso mismo, consentir la ocultación de las contradicciones internas que sacuden al mundo musulmán por favorecer la realización de alianzas transversales contra el terrorismo es una forma de mantener al Islam y a Occidente como realidades incomunicadas y estancas, que viven de espaldas la una a la otra, sin interacciones críticas que pueden ser enriquecedoras. Es imposible comprender lo que sucede y afrontarlo desde la negación de la vinculación de estas organizaciones violentas con un sectarismo de signo islámico, sin conocer la verdadera trascendencia de la religión entre sus gentes, sin preguntarse por la popularización del islamismo como teología/ideología de carácter absolutista, sin cuestionarse acerca de los efectos movilizadores o perturbadores de esa doctrina entre la población musulmana. Hasta la doctrina más preciosa puede corromperse bajo la presión del sectarismo.

Sin esta apertura y confrontación de la que participemos todos no es posible ayudar responsablemente a una línea de desenmascaramiento de la coartada religiosa de las organizaciones sectarias. Aunque en el caso que nos ocupa, este desenmascaramiento debe ser principalmente afrontado desde el mismo mundo islámico, tal y como lo ha hecho históricamente a través de algunas de sus escuelas interpretativas, con la reactivación del ijtihad hoy estancado entre los sunníes. Para adaptarse a una era en la que la aceptación de la diversidad de confesiones y creencias religiosas y su interrelación precipite la confluencia de todas ellas en torno al valor compartido de la dignidad de las personas. Sin embargo, lo que puede pasar con la decisión de negar la identidad islámica de los extremismos de Al Qaeda y Daesh es que, al contrario, no pueda desplegarse esa dialéctica positiva que logre precisamente neutralizar la justificación religiosa de estos terrorismos.