Los años de elecciones no dejamos de recibir promesas, promesas y más promesas. Es algo normal: se prometen bajadas de impuestos, ayudas a la Ley de independencia, dedicar más esfuerzos a la investigación o aumentar la renta básica. Todas estas promesas tienen un detalle común: necesitan dinero.

Y ese es el tema. ¿De dónde viene el dinero que necesitamos para financiar una promesa electoral de este tipo?

Hay tres posibilidades. La primera, subir algún impuesto. ¿Cuál es? La segunda, gastar menos en alguna otra partida presupuestaria. ¿Cuál es? La tercera, aumentar la deuda. En un mundo en el que se deben cumplir requisitos cada vez más exigentes sobre la deuda, esta opción tiene poca viabilidad. Y en caso de dudas, consultar con Yanis Varoufakis (el mediático ministro de finanzas griego). Eso sí, existe una posibilidad adicional, que es la más usada por los partidos políticos. Decir que se va a reducir el fraude fiscal. Esa no falla.

Ahora bien, no concibo ningún gobierno racional que no desee reducir el fraude fiscal. Ninguno. Un gobernante con muchos recursos puede hacer muchos servicios para la comunidad, y en consecuencia es más fácil que repita mandato. Para muestra, un ejemplo. Cuando la economía iba bien, en plena burbuja inmobiliaria, todos los alcaldes de las grandes ciudades y todos los presidentes de las comunidades autónomas ganaban siempre las elecciones. Siempre. Se da la circunstancia de que no siempre gobernaban ya que a menudo se aliaban el resto de partidos para tumbar a quien había recibido más votos. En este caso la comunidad de Mallorca era muy particular, ya que si el PP no ganaba elecciones por mayoría absoluta se juntaban los demás partidos y le arrebataban el poder. María Antonia Munar era una experta, tenía un pequeño partido llamado Unión Mallorquina que siempre terminaba de bisagra. Ahora, como tantos otros, ha pasado de ir los fines de semana a las tiendas más caras de París a terminar con sus huesos en la cárcel.

¿Por qué no se termina con el fraude fiscal? Es la pregunta del millón. Seguro que se puede hacer más y se pueden tomar medidas como efectuar castigos mayores o dotar de más medios a la Hacienda Pública. Pero es muy complejo, por desgracia parece existir todavía cierta connivencia en las esferas más altas. Existen rumores perversos: algunos llegan a decir que cuando se descubrió la lista de Hervé Falciani (el informático que filtró una lista del banco privado suizo HSBC de evasores fiscales) hubo llamadas a bufetes de abogados de personas de alta relevancia social para regularizar sus listas sin que perdiesen reputación. Quién sabe, ¿verdad?

En economía se llama coste de oportunidad al sacrificio que realizamos en términos de tiempo, dinero y energía cuando realizamos una actividad o gastamos dinero en un bien determinado. Por ejemplo, cuando vamos al gimnasio estamos invirtiendo dinero y tiempo a cambio de bienestar y energía futura. Cuando compramos libros, no podemos gastar dinero en otros bienes diferentes. De la misma forma, cuando un gobierno invierte en infraestructuras deja de invertir en otras actividades como la educación, la sanidad o la defensa.

El coste de oportunidad es un concepto muy poderoso que tenemos infravalorado. Está muy bien ver un programa de televisión por la noche, pero con eso estamos sacrificando otras cosas: una buena lectura, una conversación, una actividad deportiva o una partida de cartas. Recuerdo una ocasión en la que llegué un cuarto de hora tarde a dar una clase debido a un desajuste en la agenda. Yo estaba muy disgustado, ya que los alumnos habían perdido un cuarto de hora de su vida esperando. Yo les pedí disculpas, ya que ese rato podían haber estado tomando un café, estudiando más rato o apurando la siesta. Ellos me miraron como si estuviese loco, dejaron el WhatsApp y comenzó la clase. De la misma forma, este coste de oportunidad no se tiene en cuenta cuando oímos las promesas electorales. Claro que no todas ellas son pecuniarias. Por ejemplo, realizar un tipo nuevo de contrato para las relaciones laborales o cambiar una ley determinada. Pero en la mayor parte de los casos sí se da ese matiz monetario.

Recuerdo un entrenador de fútbol que tenía un método muy sencillo para calmar a los jugadores que se encontraban a disgusto debido a que no eran titulares. Siempre les decía lo mismo: “me parece muy bien lo que piensas. Ahora bien, ¿qué jugador deseas que quite del equipo para que salgas tú en su lugar?”.

En conclusión, nos esperan meses de promesas y más promesas. Bajadas de cotizaciones sociales, aumento de ayudas y subvenciones, bajadas de impuestos. Muy bien.

Sólo pido que me contesten una pregunta.

¿De dónde quito?