En más de una ciudad, en las nórdicas, sin importarles la extremidad del clima y la presencia omnipresente de la oscuridad, se aprovisionaron de mantas y calefactores, obviando en este caso la controversia existente sobre los efectos perniciosos que al medio ambiente causan. El objetivo pasaba por mostrar calles bulliciosas y, sobre todo, atractivas a sus visitantes. Un tono vital que sirve de enganche incluso en las zonas alejadas del Ecuador. Pero que, sobre todo, insufla ánimo a los que deben apechugar con los meses sin sol.

En este ámbito, Donostia se mueve en la máxima de trabajar en una solución que satisfaga a los diversos y antagónicos intereses en juego. Sobre el papel, nada que reprochar al intento de llegar a un escenario que no deje a nadie en el camino. Para evitar abusos, la ocupación de la vía pública debe ir acorde con el respeto de la legislación y ello exige rigor sin dar pie a las arbitrariedades. Pero, al final, como en tantos otros temas, la casa sin barrer y el resultado final no satisface a nadie.

Diríase que la apuesta en Donostia ha sido tímida, rayando en la discreción, coincidente con una forma de ser que también ha dado, sin duda, resultados muy positivos. Pero los tiempos han cambiado y hoy se exige, sobre todo, la superación de inercias que bien poco sirven para encarar el futuro inmediato.

En esta ciudad poco dado a estridencias, poco a poco se abre paso un paisaje, hoy habitual en muchos rincones del mundo. Aunque las constantes pegas a los emprendedores, también en este tema, tampoco ayuda a que se cree una corriente de impulso mayoritaria de la que tan necesitada está la ciudad.

Pero superando las dificultades, a cuentagotas se abre cada cierto tiempo alguna nueva terraza y el comentario es generalizado: ¡Harían falta muchas más! ¡Cuánto gana la ciudad! Cuando la apertura de la terraza se produce en pleno invierno, la satisfacción es todavía más evidente. El duro invierno se nos hace más llevadero. Incluso podemos pensar en que el rechazo es marginal, poco relevante y, por ello, nos preguntamos sobre si realmente existe el problema.

Porque con las terrazas, sobre todo, quienes ganaríamos seríamos los que residimos en la ciudad, ganaría el día de día, sin que tuviéramos que esperar a la llegada de un verano que siempre se queda corto y tampoco aporta la suficiente gasolina vital para el resto del año, más cerca de la rutina. No cabe duda que asimismo, tal como señalábamos al inicio del articulo, una imagen callejera viva es un reclamo poderoso para el foráneo y en eso estamos.

Los reticentes, a las terrazas, y defensores de su derecho al sueño y luchadores contra el ruido, alegan, con parte de razón, que con el número de turistas que recibe la ciudad, número que se convierte en avalancha en determinadas épocas del año, poca necesidad existe para impulsar terrazas, causantes de tantos problemas y, sobre todo, perturbadores de una vida apacible y monótona, monotonía asumida e interiorizada.

En cualquier caso, el tiempo corre, y la competencia entre ciudades se presenta brutal. Quién gana lo hace a expensas del perdedor, quien ofrezca más se queda con el botín. No son tiempos para las medias tintas. Tanta especulación, cálculo y análisis, para que al final todo desemboque en una indefinición paralizante, es en muchos casos la tónica de una ciudad que se juega su futuro en los próximos cinco años.

Tenemos ejemplos recientes de soluciones poco valientes que al final en lugar de traer luz solamente ha servido para que los problemas se enquisten y que las tristes calles sigan en la penumbra. La imagen oscura, por cierto, no es el mejor reclamo de quienes día si, día no, mostramos estadísticas que aparentemente nos situán en la élite de la atracción turística. Todo se resume al final entre calles luminosas y calles oscuras y muertas. No hay apuesta más estratégica en una ciudad que aquella que garantice un tono vital elevado, luminoso, más allá de que la climatología no sea un aliado fiable y regular.

El debate en torno a las terrazas refleja en Donostia, con más o menos matices un choque que es parte de la genética de la ciudad: el choque entre aquellos que desean que las cosas sigan igual y entre aquellos que abogan por modificar situaciones que nos pudieran situar en mejores condiciones en el futuro. No es un debate sobre el presente. Es, sin duda, el debate sobre el futuro. Y el futuro en Donostia, en la opinión de algunos, pasa indefectiblemente por impulsar las terrazas en la vía pública, cuantas más mejor.

La llegada inminente de los nuevos equipamientos que tantos calificativos de groso calibre engloban (tractores, estratégicos...), y que tantas esperanzas concitan, requiere de los complementos idóneos para que la apuesta no se quede a medio camino y, sobre todo, se eviten imágenes desangeladas.