Ocurre, empero, que soplan vientos de cambios radicales, de desafíos, conflictos y situaciones muy diferentes a los que habíamos conocido y que no vislumbramos soluciones claras a los problemas que nos acechan. Desconfiamos de casi todos los pronósticos para nuestro propio futuro y el de los que nos sobrevivirán. Los entendidos nos dicen que las soluciones válidas hasta ahora no van a valer en el futuro incluso próximo. El clarividente escritor Leonardo Boff afirmó hace cosa de un año que nos encontramos, no en un cambio de ciclo sociológico sino en el comienzo de una nueva era histórica. El choque es fuerte incluso para las grandes potencias. Según muchos analistas es preciso partir de premisas diferentes a las actuales y crear un orden mundial nuevo porque los modos de trabajar, estudiar, negociar o simplemente vivir no van a parecerse a los actuales. La sociedad entera va a tener que dar la vuelta hacia algo diferente, y, como todo lo distinto, nos va a costar tanto imaginar lo que viene como afrontar los conflictos añadidos para poder digerir lo nuevo. El mundo actual ha llegado a hacerse tan disparatado que para alcanzar la cordura humana se necesitará un vuelco importantísimo.

Por fijarme solo en el injusto y bochornoso desastre humanitario que supone la falta de igualdad de todos los niños, niñas, mujeres y hombres que habitamos el planeta, ¿hasta cuándo vamos a contemplar impávidos que de los 7.500 millones de personas que poblamos la Tierra, la mitad se vea obligada a sobrevivir de milagro, en una miseria indigna? La pomposa declaración de los Derechos Humanos firmada por la ONU en 1948 sigue siendo papel mojado para la mayoría de los pobladores del hemisferio Sur. Un orden mundial que mira hacia otro lado es una indignidad vergonzosa. De los 2.200 millones de bebés que nacen en el mundo, 18.000 mueren cada día por desnutrición (evitable) antes de llegar a cumplir los cinco años. 100 millones de adultos carecen de alimentos indispensables (evitable). De los 193 Estados reconocidos por la ONU, 71 se encuentran en crisis humanitaria y una veintena de ellos, casi todos africanos, sobreviven malamente (evitable).

Me temo que el mundo próspero va a seguir mirándose al ombligo y, olvidándose de la fraternidad humana se dedicará a repensar en cómo mejorar el estado de bienestar de quienes no vivimos tan mal. El mercado se plantea un desmantelamiento salvaje pero voces más razonables piensan más bien en un nuevo equilibrio entre las necesidades tecnológicas y materiales que ya muestran su rostro y los nuevos modos de redistribución social necesarios en una sociedad donde la creación de riqueza necesitará cada vez menos mano de obra humana. Parece muy ridículo repetirlo, pero nos encontramos ante la gran revolución que tiene pendiente la humanidad actual. Sería criminal que la parte próspera no se tomara en serio, además de su propia situación, la imperiosa necesidad de abordar de una vez por todas las soluciones que necesita el Tercer Mundo. Otra vez París Mayo del 68: la imaginación al poder. Planifiquemos el envío de mano de obra preparada, maestros y personal sanitario (soldados, presos, voluntarios, cada cual con su sueldo), a construir pozos y llenar África de huertas fértiles, a crear hospitales, escuelas, talleres, transportes y las infraestructuras necesarias para que sus gentes puedan aprender y levantar sus países.

Me atrevo a ser una voz más entre las que afirman que este desastre mundial se debe a la falta del trio latino bonum, verum, pulchrum.Consciente o inconscientemente muchísimas personas han borrado de su vida los valores humanos como la bondad y la verdad, cuyo fruto es la belleza de vivir. Oigo en la lejanía muchas carcajadas. Pero insisto en que o decidimos dar el cambiazo e instalar en el mundo mundial un nuevo orden de valores humanos como bondad, verdad, justicia, respeto, compasión, o nos dirigimos a una situación aberrante.