Los diversos sondeos electorales realizados por el CIS y el Euskobarómetro, así como otros publicados por medios de comunicación, apuntan a un posible triunfo del nuevo partido Podemos, lo que llevaría a su líder, Pablo Iglesias, directamente a la Moncloa. Al parecer, se trata de un joven y brillante profesor universitario, con grandes dotes en el dominio de la dialéctica y promotor de una idea regenerativa del poder político español que ha calado profundamente. Su misión, según dice, es acabar con la corrupción que sacude a las instituciones y a numerosas personalidades públicas y cambiar el modelo socioeconómico. Gran apuesta. ¿Lo conseguirá?
Analicemos, hasta entonces, su figura. Y de su singularidad surgen varias dudas: ¿Es su imagen adecuada para ser presidente de un Estado? ¿Puede representar con dignidad y compostura a su país, usando su coleta y llevando pendiente, algo insólito? Es cierto que la imagen personal es fundamental en la medida que simboliza “nuestra tarjeta de visita”. La identidad externa contempla un conjunto de características y rasgos personales que reflejan la mejor o peor apariencia de uno mismo hacia los demás, cómo nos ven en función de los gestos, la mirada, el lenguaje, la indumentaria, la higiene, el estilo, el cabello, el maquillaje, el perfume, el calzado, los complementos y, sobre todo, la actitud y la conducta perceptible.
Pablo Iglesias tiene su propio estilo, no improvisado, y es consciente de que esto marca y condiciona la opinión de la gente sobre él y su proyecto. Vemos que tiene su forma de mover el cuerpo y las manos, tanto en sus comparecencias públicas como en sus intervenciones en televisión, desde donde ha alcanzado gran popularidad. El dirigente de Podemos cuida su lenguaje, el tono de voz, los gestos. Sin fallarle la corrección y el respeto, no se suele alterar al ser atacado y ofendido, mantiene la mirada en sus interlocutores, nunca la pierde ni la desvía. Conoce la importancia de la imagen.
Ningún líder político hasta ahora ha sido tan extraño en su aspecto: cabello largo, coleta y algunas veces pendiente. ¿Está bien o mal? No es esta la cuestión, dado que es una opción privada y libre de cada uno. Pero vivimos en un mundo global que tiene sus reglas y su protocolo, al menos en el ámbito público y representativo. Si Iglesias fuera una estrella del rock, o un artista, su imagen sería incluso algo conservadora; pero resulta que puede ser el presidente del Gobierno de España y su aspecto chocaría frontalmente con las reglas actuales.
Me pregunto: ¿Sería aceptable para los ciudadanos y para los representantes internacionales un presidente desastrado, con coleta y pendiente? ¿Supondría un desprestigio añadido para el Estado tener un tipo así en la reuniones de la UE, en el G20 y otros organismo económicos y estratégicos? Aun reconociendo su libertad para ir a su modo y su moda, ¿es o no una falta de respeto que no se cumplan determinadas maneras de relación, costumbres y prácticas de corrección? El protocolo y las buenas maneras no son rígidas e invariables formas de hipocresía, sino convenciones que tratan de prestigiar y ennoblecer la cultura democrática.
El señor Iglesias debe considerar la revisión de ese otro punto de su programa, el de su aspecto. Porque, si fuera presidente, dejaría de ser un ciudadano cualquiera, más o menos libre de hacer las cosas a su antojo. Sí, la imagen es importante; pero no por una cuestión de estética o de moda, sino por su carácter representativo, por su función simbólica. Todos somos imagen y los políticos aún más. Como decía Oscar Wilde, “solo un imbécil no juzga por las apariencias”.
El líder de Podemos está condenado a hacer muchas mejoras, en el plano político y estratégico y también en su figura externa. Puede ser todo lo osado y creativo que desee y le animamos a cambiar las cosas a mejorar. Puede echarle la imaginación que quiera. Pero de la misma manera que ya ha comenzado a matizar sus locuras económicas, le conviene -por sí y por la vergüenza de la ciudadanía- hacerse unos arreglos estéticos. Ningún experto en comunicación apoyaría el obstinado mantenimiento de su imagen actual, impropia de un país serio. Quizás con esta revisión no lleguemos a escuchar en las noticias de que a un determinado acto ha asistido la princesa Rapunzel de Disney, confundida con el presidente español.
No sé si la sociedad española se va a aventurar con Iglesias. Eso está por ver. Y si apoyase mayoritariamente esta opción sería su programa político, económico y social, lo cual no implica que tenga que aceptar como representante a una persona que no sabe comportarse en público con el debido decoro y responsabilidad. No es un asunto menor o una frivolidad. Ya tenemos bastantes dificultades como para empeñarse en crear otro problema más.