Los vientos de Cabu y Wolinski llevaban más de cuarenta años desplegando las velas de nuestros labios a la sonrisa con sus magistrales dibujos satíricos. El resto de sus compañeros igualmente asesinados, alguno menos. Pero todos tenían algo en común, eran periodistas libres cuyas viñetas encerraban, hoy sí y la semana que viene también, mensajes con una carga de profundidad que sacudían nuestros cerebros para hacernos reflexionar. Durante varias décadas pusieron al descubierto las entretelas de la política, la economía, la cultura, las religiones y la sociedad francesa en su conjunto, desmenuzando metódicamente contradicciones y ambigüedades. Una grafía sobre la vida diaria que ha contribuido sin género de dudas a conformar el espíritu crítico de varias generaciones. Evitando todo tipo de amalgamas, resulta evidente el carácter irreverente de algunos de sus dibujos, y hasta comprensible que pudieran herir sensibilidades religiosas, políticas o sociales. Pero las religiones y las ideologías son como las carreteras de doble sentido y el respeto direccional debe ser la clave de esa convivencia tan propugnada y tan poco respetada. Pero lo hicieron en clave de humor, comenzando por reírse de ellos mismos, que es como los mensajes adquieren credibilidad. Los mató gente que carecía de humor y de espíritu crítico, formateados únicamente para eliminar a los que estorbaban a sus formadores. En ellos radica la clave de los sucesos acontecidos, y son las mentes y las manos que mecen la cuna de una juventud postcolonial vacía y desamparada. Uno es muy consciente de las barbaries americano-sionistas y las de sus compinches europeos, pero ambas no pueden convertirse en el velo que cubra esta otra barbarie que trata de matar las sonrisas, las ideas y los pensamientos en libertad. Sería añadir únicamente un candado más a las cadenas que nos atenazan. Los portavoces eclesiásticos musulmanes en Francia han salido a la palestra tras la masacre, propagando condenas y mensajes coránicos de paz, pero me consta que están lejos de ignorar los sermones que algunos de sus imanes transmiten a más de uno de sus jóvenes fieles. Periodistas de investigación nos los han mostrado en pleno trabajo didáctico con grabaciones visibles y perfectamente audibles. Los formateadores les prometen el paraíso, mientras los reclutadores esperan su turno para facilitarles el camino hacia el mismo, adosándoles el dorsal del martirologio en mentes, corazones y espaldas. La cárcel, que buena parte de esta juventud ha visitado por delitos de poca monta, parece haber sido su segundo centro de formación acelerada para acabar de poner barrotes en sus ventanas mentales. Cualquier tierra de misión parece válida para los actuales predicadores del yihad que sermonean a diestro y siniestro a sus esclavizados protegidos a sabiendas que provocarán la mayor de las islamofobias con el fin de poder seguir clamando venganza.
Un inciso sobre la actuación policial y las posteriores declaraciones de sus responsables. Como en el caso de Mohammed Merah que dio muerte en Toulouse a niños de la escuela judía y a militares, también tenían igualmente fichados a los actuales asesinos. Ante el aluvión de preguntas respondieron que la analítica realizada no les confería un perfil de peligrosidad como para empuñar armas y atentar. Habían viajado y se habían entrenado en algunos de los puntos neurálgicos de esta nueva guerra santa, tan inhumana como todas las anteriores de cruces, medias lunas o estrellas judeo-cristiano-americanas. Esto de los análisis debe esconder recónditos secretos, ya que a los vascos, por ejemplo, nos sale desde siempre alto el mal colesterol político en las analíticas francesa y española. Cuando al examinarnos mostramos nuestra lengua, dicen los galenos que está muy cargada y siempre nos encuentran dos hernias discales en la columna pirenaica. En estas historias de moros y vascos que diría Sarrionaindia, París y Madrid siguen cabalgando al unísono, pateando sin cesar sobre nuestra lengua, nuestra territorialidad y nuestros presos. En suma, sobre nuestras libertades, diferenciadas si cabe, pero equivalentes a las suyas.
La inmensa mayoría de la gente que salió a desfilar por las calles de Francia, lo hizo respondiendo a impulsos del dolor y la solidaridad para con las víctimas y sus allegados. Desgraciadamente, los alardes de falso republicanismo y laicidad de los políticos pantalleros y electoralistas contribuyeron a desnaturalizar el verdadero sentido de las iniciativas populares. Fueron la charlotada del Charlie y el homenaje cómico post-mortem a los que les crucificaron en vida. Ahora Hollande, Vals, Raxoi y Fernández Díaz sin ir a la raíz de los problemas, seguirán anunciando contundentes medidas de control, eso sí, respetando al máximo las libertades individuales y todo el bla, bla, bla que conllevan, porque la situación lo requiere y las elecciones están en capilla. Todos los terrorismos, extintos o no, son una excelente excusa para seguir recabando información exhaustiva sobre los dimes y diretes de cada cual, y continuar amordazando, bajo el manto de la seguridad, a todas las ciudadanías.
Sirvan estas líneas de homenaje a los vientos de todas las libertades.