A pesar de todo, yo también soy Charlie
Y el policía francés musulmán que custodiaba la sede de una publicación irrespetuosa con sus creencias, y judío perseguido por nazis, y palestino machacado por israelíes y sobre todo, defensor de la libertad de expresión, con lo que implica de respeto a todas las opciones, aunque no se compartan.
Obviamente, condeno la matanza como condené sin paliativos ni medias justificaciones, siendo estudiante la de Atocha, más tarde las de Hipercor, Vic, Zaragoza y tantas otras, demasiadas, insertas en el “contencioso” y las más lejanas geográficamente, pero recientes en el tiempo, de Egipto, Sarajevo y Beirut, Gaza e Irak, a pesar de lo cual, y como cualquier persona de bien, no termino de acostumbrarme.
Respeto a los miles de manifestantes de buena voluntad que por la defensa de los principios republicanos desfilaron en París el domingo. En el espíritu, también estuve allí, alejado de la pestilente cabecera, eso sí. ¡Vaya panda! ¡Qué falta de autoridad moral! Oxígeno para un casi asfixiado Hollande. Y qué contento se veía al negro de sombrero del bracete con el primer mandatario francés. Y qué buenos argumentos para la defensa de la Ley Mordaza y para dar una nueva vuelta de tuerca a la limitación de libertades. ¡Es preciso garantizar la seguridad de todos!
No puedo identificarme con esas caricaturas y textos degradantes, cuando no blasfemos y por ende, ofensivos, contra la población árabe y los musulmanes, que sitúo dentro de un contexto global de “guerra contra el terrorismo”, ni con la carga colonialista que conllevan, porque históricamente, los árabes en general y los magrebíes en particular, suponen un sector marginado, empobrecido y explotado por la sociedad francesa. Baste recordar a los 200 argelinos masacrados por la policía en el metro de París en 1960 porque demandaban el fin de la ocupación de su país de origen, cuando ya llevaban un saldo aproximado de un millón de muertos.
Pero volvamos a la cabecera de la manifa. Tanto el anfitrión Hollande, como Cameron, como Obama, han suministrado armas recientemente a los yihadistas en su estrategia de Oriente Medio. Putin y Abdalá II, son claros exponentes del respeto a la libertad de expresión, siempre y cuando no les critiquen.
El sátrapa turco, el amigo de Mariano, ¿lo recuerdan?, el de la plaza Taksim, que también se agrupaba entre los defensores de las libertades, es el responsable de la censura de la prensa y de Internet, del encarcelamiento de periodistas y de la pretendida implantación de una sharia blanda en Turquía, para reconducir el papel de las mujeres en la sociedad turca, cada vez menos laica.
Y el propio Mariano, gure Mariano, que también figuraba entre los cincuenta mandatarios mundiales asistentes, paladines de la libertad de expresión todos ellos, lleva años negando la licencia de emisión a Euskal Herria Irratia de Pamplona porque emite en euskera, a pesar de las sucesivas sentencias favorables, secuestra la revista El Jueves que ironiza sobre el papel de la Monarquía y bendice el cierre de Egin y Egunkaria. ¡Libertad de expresión!
Fue el filósofo judío portugués Spinoza quien, en el siglo XVII, recomendaba que, ante semejantes tragedias, no es suficiente llorar, sino que hay que buscar las razones.
No son razones únicas o sencillas. Los que han alentado el radicalismo sectario porque convenía a los intereses occidentales, democráticos y por supuesto cristianos en algún momento determinado, pero como advertía Maquiavelo, los mercenarios y pretendidos aliados, se han independizado, convirtiéndose ahora en enemigos.
El libanés Maalouf Amin describe clara y sencillamente en su ensayo histórico Las cruzadas vistas por los árabes, publicado en 1983, la paradoja de que ellos, a pesar de haber expulsado a los cristianos, perdieron la guerra. El Oriente árabe sigue viendo en Occidente al enemigo natural. Cualquier acto hostil contra él, sea político, militar o relacionado con el petróleo, no es más que una legítima revancha; y no cabe duda que la quiebra entre estos dos mundos viene de la época de las Cruzadas, que aún hoy los árabes consideran una violación.
Y no hemos escarmentado. Esos mismos paladines con su hipocresía descarada son los que amparan o mantienen la absoluta falta de libertad en Arabia Saudí que, sin ser cristianos, nos compran trenes y nos venden petróleo y justifican el terrorismo de estado. Guantánamo y las cárceles secretas. Las matanzas de Egipto y de Libia. Los asesinatos de Pakistán y Afganistán. El genocidio palestino. Crímenes que, sin embargo, no conmueven tanto nuestra conciencia democrática y humanista cristiana occidental.
Presiento que caminamos hacia una espiral xenófoba donde los musulmanes han tomado el relevo a los judíos de los años treinta del pasado siglo. En realidad, y si al Génesis nos acogemos, ambos, árabes y judíos son hijos de Sem, nietos de Noé. Semitas.