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Orixeri zor zaiona

En los versos se sintetiza la aspiración primordial de la nación vasca. Es decir, la voluntad de perdurar como tal comunidad nacional en el tiempo, haciendo del progreso -me viene al pelo la frase del humanista Lacroix- “la tradición en marcha”.

Aquí y ahora apreciamos a Orixe, pero hubo un tiempo en el que alguna gente del país lo consideró como representante de lo viejo que habría de ser arrumbado por lo nuevo. Estos agentes de lo nuevo identificaron en Orixe el ejemplo negativo con el que cebarse para desacreditar los significados concretos que vinculaban lo tradicional con los significantes modernos (aberri, Euskadi,?) que el nacionalismo puso en circulación desde finales del siglo XIX.

Todo eso con la irrupción de una versión de la liberación nacional que solo era expresión de una revolución universal. En un conflicto fabricado contra las voces ancestrales que se quiso presentar como un choque de generaciones. Así, Juaristi pudo plagiar a Kipling: “nuestros padres nos mintieron”. Otros se retractaron algo más tarde: “gezurra esan genuenak gu ginen, harroak eta pedanteak ginelako”.

La ruptura acabó perjudicando al desarrollo de la buscada revolución vasca, reconocía el mismo Federico Krutwig en 1977: “EuskalHerrian egin behar dugun iraultza, eztatza españolkerien aldakuntzetan, non españolkeria baten ordez bertze españolkeria bat ezartzen baita, baizik eta? ekharri deraukuten españolkerien ezabatzean egiazko euskal strukturak sort litezin, egiazko systema gizartelogiko euskalduna iaio ledin? Herri batbedera bere tradizionearen semea da? halatan ere euskaldunok euskal tradizionearen semeok gara?” (Zehatz 1, Euskal gizarte-asmo batentzako oinharri ideia ba-tzu. Urtarrila-Otsaila 1977).

Podemos ir a un ejemplo concreto. Orixe realizó la traducción no literal de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, adoptada por la ONU en diciembre de 1948. En el Gizonaren Eskubidegaien Aitorkizuna, Nikolas Ormaetxea proclama que la vida, la libertad y la personalidad son un deber humano, que afecta a la propia persona tanto como a su prójimo. Si bien las Naciones Unidas afirman, en el artículo primero de la Declaración, que toda persona tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad, Orixe traduce que a la persona “se le deben la vida, la libertad y la seguridad”.

La fórmula que utiliza en euskera es zor zaio (“Zor zaio edozein gizoni, bizia, bere esku izatea eta segurantzia”). Manuel Irujo, jurista de profesión, elogió esta transposición: “no es traducción del original, sino adaptación al espíritu, al genio civil, a la filosofía de la lengua vasca” (Una lección del maestro Orixe.Escritos en Alderdi. Tomo II). Sus críticos, en cambio, le acusaron precisamente de operar de acuerdo con la mentalidad vasca, y no atenerse a un lenguaje jurídico universal que no admitiría someterse a ninguna concepción normativa particular.

Vista con perspectiva, la crítica es infantil. Ni aquellos que fueron sus promotores la sostendrían. Por un lado, la posición de Orixe podría ser tan universal -o más- que cualquier otra. ¿Hay alguien que pueda sostener cabalmente que la universalidad de la Declaración de los Derechos Humanos depende del mimetismo uniforme con el que se la proclame?

La concepción del zor zaio puede ser universalmente compartida y es más cercana a lo que podría ser un imperativo categórico que el concepto de derecho, al que se ha de reforzar necesariamente con la condición de inalienabilidad para que tenga el vigor de aquel. Zor zaio es obligación y servicio cooperativo (gizakiari zor zaio, etxeari zor zaio, auzoari zor zaio,?). Derecho puede ser reivindicación y exigencia sin medida. Queda al margen el problema que deriva de traducir literalmente derecho por eskubidea (o sea, eskuko izateko bidea, noción probablemente más cercana a lo que se entiende por libertad negativa), cuestión en la que no procede entrar en esta ocasión.

Además, es lamentable la renuncia a la profundización en el espíritu de la lengua, imagen como es de un sistema de creencias que puede ser útil para el abordaje de problemas presentes.

La fuerza centrípeta del euskera es, sin embargo, impresionante. No hay huida sin retorno. La Carta de los Derechos Sociales de Euskal Herria alude a un texto de Nekane Jurado en el que se destaca la potencialidad intrínseca del zor zaio frente al absolutismo del derecho. Aunque la cita de la economista no tenga efecto práctico, y ni siquiera esté presente en la parte más sustancial de la Carta, no es poca cosa. Probablemente, es una estrella fugaz. O puede ser que la admonición de Krutwig ha producido la reacción que deseaba en su campo. O que, increíblemente, Nikolas Ormaetxea haya sido reivindicado por los sucesores de quienes abominaron de él. Nada nos alegraría más que esto último. Horixe baita Orixeri zor zaiona.