Es más, tal vez nunca hubiésemos conocido su nombre si no hubiese pagado con su vida su intento por proteger las vidas de los dibujantes de la revista y por proteger su derecho a caricaturizar libremente lo que quisieran en sus viñetas, aunque a él no le gustasen, o sí. En lugar de eso hoy seguiría vivo, ejerciendo su trabajo, protegiendo a sus compatriotas y disfrutando de su familia.
O tal vez nunca hubiésemos conocido su nombre si en lugar de haber sido asesinado en Francia hubiera sido uno de los más de una treintena larga de jóvenes candidatos a policía asesinados en Yemen pocas horas antes a manos de unos asesinos idénticos a los de París. O uno de los más de 100 alumnos y profesores asesinados también por un grupo de islamistas radicales hace días en un colegio de Pakistán en venganza por el papel de las Fuerzas Armadas de ese país en la lucha contra el terrorismo integrista.
O uno de esos más de mil musulmanes sunníes kurdos, hombres y mujeres, que ya han dado su vida combatiendo en Siria e Irak contra el Estado Islámico, algunos de cuyos actuales miembros no hace muchos meses atrás eran considerados amigos por parte de los Estados Unidos o Francia. Y como tales, por cierto, armados por ambas naciones y otras que ahora les bombardean a diario tratando de limpiar una mancha de sangre con otra.
O uno de esos centenares de miles de nigerianos, somalíes o afganos que a diario luchan en su propio suelo contra la terrible hidra en que se ha convertido el terrorismo integrista. O uno de esos millones de musulmanes de todo el mundo que sufren a diario la presión del matón radical que se sabe fuerte porque contra él nadie opone leyes y justicia sino tiranías tan salvajes como ellos, aunque más sumisas a los dictados de Occidente, prestas a torturar, asesinar y eliminar a todo el que se les oponga, supuestamente para proteger la paz mundial de los radicales.
Millones de personas, miles de muertos cada año, centenares de atentados, choques armados y asesinatos, que cuajan la geografía del mundo musulmán convirtiéndolos en las primeras víctimas de los islamistas radicales y, por eso mismo, también en los primeros en plantarles cara pese a la mínima ayuda que reciben de Occidente? cuando no ocurre justo todo lo contrario. Millones de anónimos hombres y mujeres que sufren en primera persona lo que a nosotros nos llega en contadas ocasiones, entre otras cosas porque ellos están allí para impedirlo.
Millones de musulmanes que no interesa recordar a quienes venden al islam como una amenaza con el objetivo de justificar todas las mermas en las libertades de las que venimos siendo víctimas los ciudadanos de Occidente desde los atentados del 11-S. Millones de musulmanes que no interesan a los islamófobos que ven en el terrorismo de los islamistas radicales la excusa perfecta para inocular en todo el continente el veneno de sus ideas igualmente radicales y terroristas, y no suficientemente bien erradicadas en 1945.
Pues bien, él se llamaba Ahmed y sí, era un ciudadano francés, y sí, era un policía que murió en acto de servicio protegiendo la vida y libertades de unos caricaturistas, de una revista que ya somos un poco todos. Pero también era un musulmán como otros millones que luchan contra la sinrazón y la barbarie de una interpretación falseada y diabólica del Corán. Por eso también quiero sentirme con estas líneas un poco camarada de su recuerdo, de su causa y de la de millones de valientes como él.