Numerosos estudiantes de Arqueología e Historia Antigua, ante los recortes presupuestarios y la escasez de oportunidades laborales, han decidido emprender la búsqueda de tumbas perdidas de personajes célebres. Las perspectivas de éxito son irrisorias. Sin embargo, quien consiga hallar el túmulo de Gengis Khan o el sarcófago de hierro de Atila se hará tan famoso como Heinrich Schliemann o Howard Carter y no tendrá que volver a trabajar como una víctima de la reforma laboral para llegar a fin de mes. La necesidad no solo es el más poderoso de los acicates, también cambia nuestra visión del mundo. Jugar a Indiana Jones no parece tan perjudicial para el curriculum cuando no queda otra opción que actuar al margen de convencionalismos académicos. Por similares razones, un grupo de jóvenes políticos locales se ha lanzado a una aventura del mismo estilo: descubrir las tumbas de Rousseau, Robespierre y otros ilustres precursores de la modernidad progresista con el objeto de hallar respuestas en una época complicada y convulsa en la que los problemas desbordan las ideologías. Y, de paso, asegurarse ellos mismos sueldo fijo y un despacho.

La analogía con los cazadores de momias no es meramente retórica. Si se animan a leer el nuevo libro de Pablo Iglesias (Disputar la Democracia. Política para tiempos de crisis), que en mi opinión no ha debido de escribir él sino alguien de su entorno con más rodadura dialéctica y tiempo libre para la especulación intelectual, hallarán notables paralelos con la arqueología. No tardarán en darse cuenta de lo antigua que es la madera con que están fabricados los engranajes en la cabeza pensante de Podemos: democracia popular asamblearia, en el sentido de lo que la Revolución Francesa no pudo hacer realidad y la rusa de 1917 no quiso; afirmación del Estado nacional como herramienta de economía planificada y énfasis en la televisión como elemento fundamental para la educación y el liderazgo de masas. Por cierto, esto último produce estupefacción, teniendo en cuenta que hoy día hasta el último perroflauta tiene conexión a Internet a través del móvil.

¿Cómo es posible que con semejante fósil ideológico Iglesias y Monedero hayan sido capaces de movilizar a toda una generación que no suscribe los tópicos del 68? Me refiero a la generación Y, sobre la cual tanto escriben los sociólogos. Una generación que ha crecido con las tecnologías digitales y será la primera que viva peor que sus padres. Una generación que se enfrenta a la vida con criterio realista, que se verá obligada a practicar un consumo responsable y organizar su trabajo en estilos de vida mixtos que no podrán ser reglamentados por la legislación laboral ni las directrices de los sindicatos. En resumidas cuentas, una generación que no está dispuesta a ir a las barricadas para continuar la obra inconclusa de una clase de funcionarios progresistas bien instalados y a punto de jubilarse. Buscar el Arca Perdida es más entretenido que perder el tiempo con postureos paleorrojos. La generación que viene tendrá que ser emprendedora sí o sí, aun sabiendo que el 99% de los que inicien su proyecto fracasarán. Pero no importa porque el 1% restante cambiará el mundo y de ese cambio todos podrán beneficiarse.

Semejante divorcio entre la cosmovisión jacobina de Podemos y el perfil psicosocial de sus bases, inconfundiblemente posmoderno, es un misterio. Induce a sospechar si en última instancia aquí no habrá de por medio algún tejemaneje de ingeniería social con el propósito de juntar dentro de un mismo saco a todos los descontentos para así poder controlarlos mejor, o de crear una escena artificial de radicalismo para obligar a Angela Merkel y el BCE a rebajar la dureza de sus políticas de austeridad. En cualquier caso, este desencuentro entre el cerebro político y el cuerpo social no solo hace que Podemos sea incapaz de aportar soluciones constructivas, sino que compromete la viabilidad de la organización. Si Monedero se hubiese tomado la molestia de leer a Karl Marx con atención, no se le habría pasado por alto un axioma en el pensamiento del filósofo alemán: la superestructura intelectual debe corresponderse con las condiciones de base socioeconómicas, de lo contrario la barca se va a pique. De aquí a pocos meses, y prácticamente a la misma velocidad con la que despegó, esta peculiar y ruidosa plataforma nacida en el plató de La Tuerka se habrá desintegrado en una constelación de grupúsculos inconexos.

Podemos y sus revolucionarios financiados con becas de la Complutense y dinero iraní viven en el interior de películas de Eisenstein coloreadas por ordenador y transmitidas por el canal principal de una televisión pública. Son incapaces de entender que la historia se repite dos veces, una como tragedia y otra como farsa -algo que por cierto también escribió Marx- y que lo del 68 francés fue ya la tragedia. Sin embargo, la quiebra del movimiento no significará el fin del tsunami. Se ha abierto una fractura generacional que ya nada ni nadie podrán cerrar. Cualquiera puede cabalgar sobre la ola y el monopolio de las tablas de surf no lo tiene nadie. Cuando Iglesias y Monedero se harten de este simulacro espartaquista para regresar a sus covachuelas académico-mediáticas, seguramente vendrán otros para tomar el relevo y aprovechar el empuje de la incontenible marea de descontentos. Pero esta vez no dirán que han inventado la máquina de hacer huevos fritos o que van a traer la momia de Lenin a Madrid. Tal vez quieran hacer política en serio: tecnologías digitales, relevo generacional, mejora de oportunidades, quién sabe... En cualquier caso, cosas traumáticas para el sistema.

Paradójicamente, la previsible desbandada de Podemos podría abrir perspectivas favorables para los partidos de masas tradicionales si estos saben aprovecharlas. Independientemente de la ideología -PP, PSOE, PNV, IU, CiU, etc.- lo esencial es llevar a cabo un esfuerzo decidido por la regeneración democrática: combatir corrupciones, privilegios, aparatismos y otras lacras. Además, los partidos deberían incorporar a su política un componente generacional. Para ello habría que adoptar una postura decidida y creíble a favor de la juventud, de todas las personas que ahora tienen entre 15 y 40 años. Ahí está la clave del éxito: apoyar a esos segmentos de la población que tiran de la economía, que aspiran a ponerse al frente de la sociedad, y que algún día, inevitablemente, lo conseguirán. Si esto no se hace, habrá un Podemos 2.