LA cuestión de para qué sirve la literatura ha ocupado no pocos libros y, sin embargo, a veces, sólo hay que ver una película como la de Francois Ozon, Dans la maison/En la casa, para tener una respuesta directa y entretenida. También inquietante y de variadas lecturas. Basada en la obra teatral de Juan Mayorga, El chico de la última fila, la película nos permite acceder a la génesis de la ficción, a uno de esos momentos en el que se fragua una historia, y la forma en que se va gestando y tomando cuerpo, territorio fronterizo de realidad e imaginación, que no deja indemnes a los que se adentran en él, tampoco a lectores o espectadores.

Estar en clase en la última fila, todos lo sabemos, no es banal, en cierta forma, es una elección que tiene diversas motivaciones. Ver todo sin que te vean, afirma en algún momento el profesor Germain. Yo añadiría que también es una forma de estar y no estar en la realidad, como si uno no dejase que ésta nos invada totalmente, protegiendo un espacio para sí mismo, para su desgana o pereza, pero también para sus evocaciones y ensueños.

Por eso, en la película, el alumno de la última fila que escribe la redacción, llamando así la atención de su profesor, arrastra a éste a una aventura personal y literaria de consecuencias inesperadas: ¿Qué pasa en esa casa? ¿Qué pasa en ese mundo que no conozco pero imagino? ¿Qué pasaría si yo entrase en ese mundo? Digamos que, alumno y profesor, se enganchan a la historia de la familia que habita en esa casa, la modifican o la interactúan, pero también la sueñan, la imaginan. E, inevitablemente, no salen indemnes de ese juego entre realidad e imaginación ya que ambas se mezclan y confunden. Tampoco salieron indemnes de sus lecturas Don Quijote o Madame Bovary. Porque digámoslo ya: el origen de la ficción literaria, como productor o consumidor de ella, es una gran insatisfacción respecto a la realidad. Los escritores lo saben, los lectores que les leen también.

La necesidad de la ficción parte de una sencilla constatación: al ser humano no le basta con sobrevivir, quiere más. Y para aplacar esa insatisfacción, ese deseo de abrirse a otras realidades, de vivir otras vidas, de sentir con otros corazones, nacieron las ficciones. En la ficción queremos encontrar algo que nos divierta, nos entretenga, pero, también, a menudo, a la ficción le pedimos algo más: que nos forme, o nos deforme o nos transforme. Nos emocione, al menos.

En realidad, como bien decía Walter Benjamin, vivimos unos tiempos en que tenemos acceso a todo tipo de información, nunca los libros y el arte estuvieron tanto a nuestro alcance, pero quizás sentimos poco, nos emocionamos muy raramente, devoramos más que masticamos. Es decir, consumimos ficción pero casi nada nos pasa. Pocas cosas nos conmueven realmente, nos emocionan, nos tambalean, nos transforman.

En la película, tanto profesor como alumno, buscan ser más de lo que son. Ver por otros ojos, imaginar con otras imaginaciones, sentir con otros corazones. Sus realidades no les bastan: el profesor es un escritor frustrado, el alumno un adolescente con una dura realidad familiar.

Así pues, la literatura, como bien se aprecia en Dans la maison/En la casa, tiene, entre otras funciones, la de ensanchar la vida, aunque no la redima, ni la exima de sus espinas. La vida soñada también forma parte de nuestra autobiografía, o en palabras de Roland Barthes, "la literatura no nos permite andar, pero ayuda a respirar".