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El racismo selectivo del Frente Nacional

CUANDO hablamos de racismo contra los negros, y seguramente por influencia del cine, una de las primeras imágenes que nos vienen a la cabeza es la de un siniestro hombre del Ku Klux Klan vestido con una larga túnica blanca y un igualmente largo y blanco capirote. O tal vez la de un banco de esos que había en la Sudáfrica del apartheid en los que los negros tenían terminantemente prohibido sentarse. En todo caso algo diametralmente opuesto a las imágenes de los mítines de alguien teóricamente tan racista y xenófobo como Marine Le Pen y su Frente Nacional, en los que menudean no pocos negros y mestizos siguiendo embelesados sus promesas de cerrar Francia a los extranjeros. ¿Locura? ¿Masoquismo?

Tal vez la historia de Francia nos pueda ayudar a comprender este aparente sinsentido. En 1914, al inicio de la Gran Guerra, tanto Francia como el Reino Unido o Alemania tenían colonias en África. Efectivamente, Alemania también: las actuales Camerún, Namibia o Tanzania por citar algunas. Y en ellas, y para controlar a la población autóctona, contaban con no pocos soldados nativos, siempre eso sí, pertenecientes a una etnia diferente a la mayoría local para evitar las lógicas confraternizaciones entre opresores y oprimidos.

Conocedores por tanto de su valía, a las autoridades galas les pareció que podría ser una gran idea trasladarlos al frente occidental, es decir a la frontera con Alemania, a fin de, como explicó el general Nivelle "aumentar la potencia prevista y evitar, en la medida de lo posible, el derramamiento de sangre francesa". Además, pensaban, era lo menos que estos africanos podían hacer por su metrópoli, por Francia, que había llevado a sus tierras la luz de la civilización occidental.

Repulsivo, aunque nada comparado con la postura adoptada por los británicos o los alemanes, que prefirieron no hacer uso de esas tropas salvo en los escenarios donde no hubiese otros bancos luchando, pues consideraban que si un negro disparaba contra un blanco, le perdería el miedo y sería el principio del fin de su supremacía. Cosas de la guerra, al final de esta, la única unidad alemana que no fue derrotada ni una sola vez, fue la de los nativos, "askaris", de von Lettow, quienes lograron convertirse en un auténtico quebradero de cabeza para las autoridades coloniales del centro sur de África.

Sin embargo, mientras traían a esos soldados negros, a esa "force noire" de senegaleses en su mayoría, a esas mismas autoridades les comenzó a preocupar que estos entablasen trato con los ciudadanos franceses, y no digamos ya con sus mujeres. Así pues, procuraron tenerlos siempre separados de sus compañeros de armas blancos, y de París no digamos. Pero el hombre propone y la trinchera dispone: las largas batallas de centenares de miles de muertos crearon lazos entre los soldados muy por encima del racismo imperante en la época, hasta el punto de que cuando los EEUU entraron en la guerra, los franceses acogieron encantados entre sus filas a los pocos batallones compuestos íntegramente por negros americanos.

Mas la guerra no acababa y cada vez había menos población disponible, así que el siguiente paso fue traer obreros norteafricanos y asiáticos a cubrir los puestos que los hombres abandonaban y para los que no había mujeres con las que cubrirlos. Y si la llamada al frente anuló una vieja forma de racismo, esta llamada a las fábricas alumbró otra forma nueva e igualmente nociva: estos obreros eran mucho peor pagados que los franceses o las francesas, y encima, al estar en retaguardia, podían relacionarse con estas con menos dificultades que los soldados del frente, pese a que no lo tenían nada fácil tampoco, ni mucho menos.

Así, enseguida comenzaron las agresiones por parte de la población blanca que lejos de culpar a la guerra, a sus políticos o a los empresarios que se estaban haciendo de oro en esa coyuntura con su trabajo semiesclavo, echaron sobre los hombros de estos recién llegados todo el peso de su frustración. Agresiones contra las que la policía y la justicia, por cierto, no hizo nunca nada, permitiendo a esta forma de odio extenderse y enraizarse en una sociedad que acababa de empezar a ver a los negros como iguales, como hermanos de sangre.

El mismo odio racial que está ahora aventando el Frente Nacional del clan de los Le Pen: uno que no busca odiar a los negros por serlo, sino "solo" a los que vienen de fuera, a los que no tienen trabajo. Un discurso que encanta a todos aquellos franceses que, blancos o negros, experimentan la misma ceguera de sus abuelos, y que en lugar de responsabilizar a los verdaderos culpables de la crisis que hoy día padecemos, prefieren cargar contra los más humildes, los más desprotegidos y, por tanto, los más débiles.

Y es que cien años no es nada.