Síguenos en redes sociales:

¿Por qué hay alumnos tan desmotivados?

La apatía se cuela en la mochila de cada vez más estudiantes. Dos expertos analizan las causas, desde la salud emocional y el modelo de aprendizaje hasta los dispositivos móviles y la IA.

¿Por qué hay alumnos tan desmotivados?Pilar Barco

Los chicos y las chicas nos dicen más que se aburren, que no quieren ir a clase, que no ven qué les aporta”. Al igual que otros profesionales, Begoña Ruiz, psicóloga y educadora de la cooperativa de iniciativa social Bidegintza, también ha constatado que hay alumnado, “sobre todo en secundaria”, que entra y sale del aula con la mochila llena de apatía. “Sí que nos vamos dando cuenta de que hay desinterés, falta de conexión con lo que planteamos, una sensación de que podemos estar con más desmotivación”, confirma.

Bostezos, el inevitable menudo rollo y la pregunta del millón: “Y esto ¿para qué me sirve?” es una escena habitual en muchos hogares. “En la etapa de la adolescencia puede haber una apatía en el sentido de que tienen otras áreas de interés y los estudios igual no son, en general, una de sus prioridades”, pero “es verdad que ahora la desmotivación se nota más, nos lo dicen más ellos y ellas y también se manifiestan de determinada manera poniendo más dificultades”, explica Ruiz, a quien las familias le han mostrado asimismo su preocupación.

Entre los factores “que pueden no estar ayudando a la motivación”, esta psicóloga destaca la salud emocional –“hay más situaciones de fragilidad y cuando las emociones se desajustan, se tapona el deseo de aprender”– y el modelo de aprendizaje, que “necesita revisarse”. “En secundaria hay una parte bastante más teórica, de estudio, en la que todavía nos queda meter un poco más esa parte práctica donde puedan sentirse más activos, más partícipes, y conectar más la teoría con qué les va a aportar”, plantea. Se necesitan también, dice, “planes un poco más individualizados en algunos casos, poder introducir el arte, la música o el movimiento. Suelo decir que las clases no sean ni una letanía del profesor ni yincanas todo el rato”. A todo esto hay que añadir los problemas de aprendizaje. “El alumno o alumna siente que no tiene la capacidad de seguir el ritmo que se establece y se desmotiva”, apunta.

La tecnología y las redes sociales también aportan su granito de arena. “Dificultan cosas que se necesitan, como el control de impulsos, la concentración sostenida o esperar gratificaciones porque en el proceso de aprendizaje hay que hacer un esfuerzo e ir poco a poco. En eso todo lo que es rápido de las redes sociales y la tecnología no nos ayuda”, recalca.

Si ni la actitud ni el expediente académico acompañan, Ruiz aconseja a los padres y madres “no verbalizar: Eres un vago o No estás cumpliendo o tratar de apretarles con cuestiones como: Tienes que aprobar sí o sí para sacarte el graduado, Qué suerte tienes porque otros chavales no pueden estudiar o No cometas mis errores. Son cosas que decimos y a veces pueden tener su función motivadora, pero, cuando hay una desmotivación importante o unos comportamientos más difíciles en el aula, hay que ver qué hay detrás”. Además, recomienda “crear un plan con el centro de estudios para dar alternativas, en el que el chico o la chica también participe” e implicarse “preguntándole por cosas de clase que le motiven, donde nos haya mostrado capacidad”.

Se trata, detalla, de “no tirar la toalla”, pero tampoco limitarse a “presionar” o “pensar solo en la nota académica porque el aprendizaje tiene que ver con mucho más que conseguir una nota y a veces nos enfocamos ahí y eso tampoco les motiva”.

No es un virus, pero la desmotivación puede propagarse de pupitre en pupitre. “Las emociones se pueden contagiar para animar o desanimar entre ellos y también al profesorado, que hace muchos esfuerzos por motivar y necesita recursos, más formación, más margen de acción, más atrevimiento para buscar fórmulas y más planes adaptados de aprendizaje”, enumera esta educadora, para quien también son “importantes la educación y el bienestar emocional, la conexión afectiva entre profesorado y alumnado o trabajar la curiosidad”.

Una vez constatado que “el modelo o las fórmulas que estábamos utilizando ahora no sirven”, Ruiz insta a reflexionar sobre “qué soluciones podemos buscar más allá del plan que ya tenemos instalado porque a veces esperamos a que cambie el chaval o la chavala y se ajuste a nuestro plan”. Convencida de que “hay que hacer una repensada”, no obvia las dificultades, “sobre todo porque también luego hay unas exigencias en que tengan unas determinadas notas o en que no bajemos en el Informe PISA”.

‘Influencers’ o futbolistas

El psicólogo clínico y educativo Juanan Tejero también cree que “hay más alumnos desmotivados en las aulas” y, reflexionando sobre las posibles causas, destaca que “antes un chaval quería ser psicólogo, médico o carpintero y tenía el objetivo de conseguir alguna titulación o algún acceso al mundo laboral, mientras que ahora quiere ser influencer o futbolista de primera y cualquier cosa le puede servir para llegar a ese mundo laboral. Entonces, ¿para qué se va a matar a estudiar si eso no le interesa o no le hace falta para su trabajo?”.

La cultura del esfuerzo cotiza a la baja entre estos alumnos, que, ante “tanta estimulación e información”, no siempre focalizan su interés donde debieran. “Se está generalizando el aprendizaje con dispositivos móviles. Si yo tengo que estudiar los océanos, voy buscando y de repente descubro el Mar Muerto y veo que tiene una serie de características, me voy por ahí. Ante la posibilidad de tener mucha información, hay una especie de limitación a lo que a mí me interesa, que puede no ser lo que en ese momento tenga que ser de mi interés”, pone como ejemplo. De hecho, apunta, “hay países que intentan volver al libro de texto como elemento de aprendizaje para evitar la apatía”. Por si fuera poco, añade, “ahora con la Inteligencia Artificial a nivel de sistema educativo empieza a haber otro problema por la facilidad de hacer trabajos sin ningún tipo de implicación. Tocas, pones cuatro palabras y te sale”.

El docente, por su parte, “ya no es el que enseña, sino el que acompaña en el aprendizaje y ese cambio de función le está costando tanto al profesorado como a los alumnos”, señala. En un sistema educativo en el que “se evalúa por la consecución de unos objetivos, pero se enseña por competencias”, y con constantes reformas legislativas “que meten terminologías nuevas, que no se acaban de aclarar”, el profesorado puede sentirse “desinformado y desubicado” y “sufrir también una desmotivación”, que se transmite al alumnado. “Si ya de por sí pueden existir estudiantes que pasen de todo, si tampoco tienen claro cómo conseguir lo que les piden a través de lo que les dicen, los profesores acaban haciendo lo que pueden”, comenta.

Los progenitores tampoco lo tienen fácil. “Yo no puedo marcarle pautas a mi hijo si no sé qué es eso de las competencias. Ha suspendido, pero no tiene nota, no sé si ha sacado un 2 o un 4 para ver qué nivel de exigencia tengo que tener. No tenemos unas referencias claras y esa especie de apatía, de ya se verá, nos está invadiendo educativamente y socialmente”, advierte. En este sentido, afirma, “si suspenden y les pasamos de curso porque lo dice la normativa, pero sin unas medidas y recursos adicionales, lo que hacemos es alargar el problema”.