Hay relaciones difíciles de entender y ésta puede ser una de ellas: la de un hombre que un año llegó a batir el récord de detenciones en Gipuzkoa, una persona multirreincidente y que vivió durante años en la indigencia, sin hogar hasta el final de sus días, pero que se llegó a ganar el cariño y reconocimiento de buena parte de los agentes de la Ertzaintza de la comisaría de Errenteria, en especial del grupo 5 de Seguridad Ciudadana.

Este colectivo de 23 agentes guarda como oro en paño la placa de reconocimiento que le ha regalado la familia del fallecido por el trato dispensado durante años a este hombre.

En cuanto tuvieron conocimiento de su fallecimiento el pasado mes de agosto, a los 52 años, los agentes enviaron un ramo de flores para acompañar a su féretro y uno de ellos acudió en persona al tanatorio a darle el último adiós y estar con su familia en nombre del resto de policías. Fue acogido con los brazos abiertos por los familiares.

Hablamos con él, Joxe Mari, al que todos llaman Jox; un agente de 38 años, “orgulloso de su trabajo” y que ejerce en la comisaría de Errenteria. Su pueblo. Conocía a Miguel Ángel desde hace 15 años (Jox fue policía local antes que ertzaina), y ahora muestra orgulloso la placa de agradecimiento que la familia de Miguel Ángel ha regalado a la “Ertzaintza” y en especial al “G5 de Errenteria”. 

Dice así: "Gracias por el trato que habéis dado a Miguel Ángel. El recuerdo que habéis tenido hacia él ha sido para nosotros muy importante. Habéis hecho de vuestra profesión, verdadera vocación".

“No hay medalla que me haga más ilusión que esta placa que nos regaló su familia por el trato dado a Miguel Ángel”

Jox - Ertzaina de Errenteria

El recuerdo de Miguel Ángel se queda en la comisaría, donde los agentes guardan la placa.

Sin palabras. “Yo te diría que no hay medalla que te haga más ilusión que esta. Que una familia de verdad nos haya hecho un reconocimiento y se haya tomado la molestia de hacer una placa. No me esperaba nunca recibir esto por parte de una familia”, asegura el improvisado portavoz del Grupo 5 de Seguridad Ciudadana de la comisaría de la Ertzaintza de Errenteria. 

Vivía en la calle

Los agentes de este grupo se organizaron por WhatsApp e hicieron una aportación económica para enviar las flores al último adiós de quien tanto trabajo les dio. Pero el cariño y reconocimiento hacia el que fue su delincuente favorito es extensible al resto. “No hay ertzaina que no le conociera”, bromea Jox.

Pero qué fue lo que enganchó tanto a los ertzainas de Errenteria con Miguel Ángel, una persona que “no aceptaba la ayuda de nadie y vivía en la calle”, entre Pasai Antxo y Errenteria, “rechazando” alojarse en albergues u otros recursos sociales. “Nos hemos enterado, de hecho, de que su familia hizo todo lo posible por ayudarle, pero no quería”, lamenta Jox.

El ertzaina se sincera: “Se le cogió aprecio porque era un hombre que no era tanto perfil delincuente, sino una persona que llevó una mala vida, pero que no era violento. Siempre mantenía un respeto hacia nosotros”, explica este agente.

Y eso que fueron “muchísimas intervenciones policiales”. Jox prefiere no indicar la cifra, pero se le escapa la sonrisa al recordarla. “Cuando había que intervenir con él, siempre por delitos de escasa entidad, no creaba ningún problema”, señala. 

Eran en su mayoría hurtos. “Creo yo que por necesidad”, afirma Jox. Delitos “jamás violentos”, insiste este agente: “Nunca hacía daño a las personas, ni ha pegado a nadie, ni siquiera un tirón. Si le cogían en su hurto, soltaba lo que había cogido. No se encaraba. No hemos escuchado a ninguna persona decir que fuese violento”.

Durante la pandemia, los agentes repartían la comida que les sobraba entre los indigentes y ahí se gestó una “relación personal”

Además, “era un chico que tenía su gracia. Nos lo hacía pasar bien a los compañeros, con alguna broma o haciéndonos reír. Nos llamaba por los apodos, siempre con una especie de vacile, pero desde el respeto. A veces cogía una guitarra y se ponía a tocar”, recuerda. 

La huella de la pandemia

Esta historia de reconocimiento mutuo y cercanía entre agentes y malhechor se forjó durante la pandemia. “En esa época a los agentes nos llevaban la comida a comisaría, un catering, porque hacíamos turnos de doce horas y no había nada abierto”, explica Joxe Mari. 

Grupo 5 de Seguridad Ciudadana de la Ertzaintza de Errenteria Ruben Plaza

El caso es que la comida “no se comía toda y daba pena tirarla”, así que aprovechando que “había poco trabajo”, mientras patrullaban con el coche a veces o al final de cada turno, “íbamos repartiendo” esos alimentos entre las diferentes personas que vivían en la calle. “Ya sabemos por dónde se mueve cada uno”.

Miguel Ángel era uno de las personas indigentes o sintecho más agradecidos con la comida. “Todos lo agradecían, a decir verdad, pero la mayoría suele ser gente que va cambiando de ciudad, y está de paso; en el caso de Miguel Ángel siempre ha sido un fijo de la zona; se movía entre Pasai Antxo y Errenteria. Y él mismo hizo un acercamiento hacia nosotros a raíz de esto. Empezó a ser más amable”. 

El acercamiento fue recíproco. Comenzaron a tratarle más y una vez que concluyó el confinamiento, “veíamos que tenía necesidad y seguimos llevándole comida que pagábamos de nuestro propio bolsillo”. También le proporcionaban ropa. “Solía pedir muchas botas, y se las dábamos. No de la dotación, por supuesto, pero se las comprábamos”. 

Poco a poco la relación cogiendo otros matices y “empezó a contarnos cosas más personales”, algo inusual en él, porque era “muy individualista y muy difícil de acercarse a él”. Sin embargo, “nos contaba su historia y empezamos a conocerlo personalmente. Solía decir: Me gustaría que mi familia me viese bien algún día”.

Las múltiples detenciones que tuvieron que seguir efectuando no rompieron ese vínculo. “Empezamos a tener una relación personal, sin quitar que a veces cometía algún ilícito penal o tenía algún requerimiento judicial, y nos tocaba actuar. Le decíamos: Joder, Miguel Ángel, te toca esto; y lo asumía”. 

Fueron muchas horas de comisaría con él: “No le gustaba nada estar encerrado, y quería que le sacasen cuanto antes. Le daba igual la condena, con tal de quedar libre antes”, señala Jox.

“Ya al final estaba muy malito. Seguía viviendo en la calle e íbamos viendo que ya la le queda poco. Justo antes de fallecer conocimos a un familiar suyo, y él le ayudaba a través de nosotros, y decía, oye, dale esto, pero que no se entere que te lo he dado yo”, explica Jox. 

La historia enternece: “Afortunadamente fue toda su familia a despedirse de él. Me alegro mucho. No vamos a decir que era un amigo nuestro, pero sí una persona con la que habíamos tenido mucho trato y a la que habíamos cogido cariño”.