La campaña del 8 de Marzo, Día Internacional de las Mujeres, se desarrolla este año bajo el lema Orgullosas, que lleva añadida una frase que profundiza en el sentido del mismo: “Detrás de una mujer empoderada, ha habido otra mujer impulsándola a serlo”.

NOTICIAS DE GIPUZKOA ha hablado con cuatro de estas mujeres con experiencia, que han luchado, que luchan y que animan a hacerlo, cada cual desde donde quiera. 

Es bien sabido que la experiencia es un grado, pero compartirla es un doble grado. Mujeres que han abierto camino cuentas sus vivencias a otras mujeres que seguirán haciéndolo. 

Pilar Romea, ante la Casa de las Mujeres de Donostia Iker Azurmendi

Pilar Romea: ""Hay que seguir reivindicando, no hay que bajar la guardia"

Reconoce Pilar Romea que “ha cuidado” mucho y a muchas personas. Se considera una mujer inquieta que en un momento dado tomó la decisión de formar parte de Dandai, la ya desaparecida pero muy activa Asociación de Mujeres de Egia. “Cuando entré en Dandai descubrí que podía ser otra mujer además de ser ama de casa, que había otras cosas en la vida por las que había que luchar para defender nuestros derechos. Descubrí que podía empoderarme”, afirma. 

Y desde entonces no ha parado. Transmite energía y ganas de seguir trabajando y acompañando a sus compañeras de viaje, las mujeres.

Ante el 8M tiene claro que “hay que seguir reivindicando, no hay que bajar la guardia nunca. No hay más que ver las mujeres que están muriendo. No se pone solución a eso”.

“Es mucho más profundo que las condenas. Es educación, es respeto. Es lo que pasa tras las puertas de casa. Yo hace años escribí en la revista de la asociación que esto era una revolución, y que habría muertes. No pensaba que iban a ser tantas las muertas. Es horroroso”, apunta.

Con más de 80 años, Romea todavía ha tenido que escuchar comentarios del tipo “deja a mi mujer en paz, que le estás malmetiendo. Yo le contesto, ¿qué pasa, que ya no tienes las zapatillas de casa preparadas cuando llegas?. ¡Qué tragedia!”.

Pero lo que preocupa es ver “que hay chavales tremendamente machistas”. Romea, que en la actualidad colabora con iniciativas de apoyo a jóvenes y adolescentes con problemas de conducta o que han cometido algún delito, ha constatado que hay situaciones de las que creía que no iba a volver a ser testigo. “He escuchado a chicas decir: prefiero tener un novio que me proteja a que me estén toquiteando, manoseando o humillando todos los de mi alrededor. Es terrible”. 

Activa participante en las iniciativas de la Casa de las Mujeres, tiene claro “que las mujeres necesitamos y necesitaremos a las otras mujeres. Nosotras nos hemos tenido que deconstruir, porque nos educaron sumisas, cuidando y callando. Todavía nos cuesta y a los hombres también. Nosotras nos tenemos que apoyar y ayudar y así tiene que ser”.

Romea, además, participa en un grupo vinculado a la Casa de Cultura de Egia. “Hablamos de todo, también de sexo, y hay muchas mujeres de 70 años para arriba que ni se han planteado disfrutar de las relaciones sexuales. Se ponían ahí esperando que acabara cuanto antes”.

“Todavía ahora les extraña que las mujeres se enamoren de las mujeres. A mí no. Antes había mujeres con sexualidades diferentes que han sufrido mucho y otras que con los hombres han sufrido y se han refugiado en otras mujeres”.

Romea todavía se sorprende de lo que ha ido haciendo. Comenzó a participar en distintas asociaciones a través de la literatura y los debates literarios pero, sobre todo, “tratábamos de ayudar a otras mujeres” desde Dandai. Se involucró en la puesta en marcha de las Casas de las Mujeres, en los proyectos de la Casa de Cultura de Egia y “haciendo de amona en el colegio Catalina de Erauso”. “Cuando me llaman, voy”, asegura.

A Pilar Romea le ha tocado en su vida hacer muchas cosas. “Ayudé en el bar de mi familia, El Nido de la calle Larramendi; también ayudé a mis tías en su tienda. Después empecé a ser la cuidadora de toda mi familia, que era muy grande. Tuve un hijo enfermo muchos años y le cuidé hasta que falleció; a mis tías, a mis abuelas, a quienes se ponían enfermos, con los niños... No he trabajado fuera de casa, porque además mi marido no tenía horarios en su trabajo. Me ha costado mucho separarme de mis hijos y he disfrutado educándoles”.

Pero cuando sus hijos crecieron comenzó a involucrarse “a tiempo completo” en sus diversos objetivos, con un convencimiento y entusiasmo que mantiene.

Esther Remiro sigue vinculada al yoga y el teatro Iker Azurmendi

Esther Remiro: "Sentí la obligación de hacer cosas interesantes para las mujeres"

Mente lúcida, verbo claro e ilusión inagotable. Esther Remiro, a punto de cumplir 82 años, no para. Sigue activa con Teatro Estudio y continúa impartiendo, una vez a la semana, clases de yoga, una disciplina que le ha acompañado gran parte de su vida.

Aunque desde que era muy joven su actividad ha sido casi incesante, recuerda sus inicios en la radio. “Cuando empecé a trabajar la primera sorpresa fue que si trabajaba no me podía casar. Lo hablé con el que era mi novio, porque yo no iba a dejar de trabajar. Aquel año se abolió la ley que lo impedía”, señala.

En la década de los 60, cuando comenzó a trabajar en la radio “me di cuenta enseguida que algo tenía que hacer, sobre todo para la mujer”, evoca. Dicho y hecho. Preparó un programa que en los 70 fue bautizado como Tiempo para el ama de casa, porque eran las mujeres las principales usuarias de la radio.

“Contra viento y marea lo saqué adelante. Casi tres horas de radio en solitario, al principio”, señala. “Sentí la obligación de hacer cosas interesantes para las mujeres, programé secciones con una asistente social, con los primeros homeópatas y naturistas que llegaron a Donostia, etc”.

Una amiga ya fallecida, Lourdes Guruzeta, creó los Centros de Formación Familiar y Social, dependientes de lo que hoy es Kutxa para que las mujeres “tuvieran un espacio para aprender a cocinar, coser... Pero contrataron a Lourdes, que era de armas tomar. Cosían, sí, pero les enseñaban a leer, a escribir, a estudiar, a hacer gimnasia. Yo allí empecé a trabajar con mujeres inteligentísimas que no sabían ni leer ni escribir. Existían hasta 14 centros. que también organizaban viajes. Hay mujeres que se siguen reuniendo, que se llaman a sí mismas Las Filósofas y que entonces aprendieron a leer y escribir, hicieron la EGB y alguna incluso acabó una carrera”.

“En el terreno sexual una ginecóloga joven les invitaba a planificar la natalidad. No sabían cómo, íbamos a Hendaia a comprar preservativos, porque aquí estaban prohibidos y les enseñaban cómo ponérselos a los maridos, que iban a los centros quejándose de que estaban pervirtiendo a sus mujeres”, explica.

Siguió con su programa de radio, con las mesas redondas con gente muy potente: “Esa fue mi universidad”, reconoce Remiro, que asegura que fueron épocas en las que como persona se “enriqueció muchísimo”. Su trabajo de transmisión fue reconocido por Emakunde.

Remiro se muestra algo preocupada “por la juventud”. “Tengo la impresión de que se están dando pasos hacia atrás”, lamenta.

No para. “Si algo no he dejado es el teatro y el yoga, del que jamás he cobrado un duro”, constata. Con Teatro Estudio tiene un larga relación y habla con respeto y admiración de Manolo Gómez, su alma mater. Durante “casi tres años” han paseado por todo el Estado Baile de Huesos “excepto en Donostia donde hicimos lo justito. Aquí el teatro amateur no se mima”. El teatro es uno de sus amores más antiguos, ya que empezó a los 18 años y en teatro ha hecho casi de todo, incluso impartir clases “de expresión de voz en Antzerti”. En la actualidad “estamos resucitando uno de los grandes éxitos de Teatro Estudio, La cantante calva. Ahí estamos, ensayando, dos días a la semana. Pero no tenemos un lugar para ensayar, lo hacemos en precario”.

Remiro fue también la Tía Esther, una voz que los sábados contaba cuentos y mimaba a los más pequeños. Todavía le sorprende y emociona que le recuerden y reconozcan.

Con las mujeres, “siempre que se ha podido acompañar y ayudar se ha hecho. Quizá menos de lo que me hubiera gustado porque he tenido mucha tarea: radio, yoga, teatro, cuatro hijos, escribir poesía...”.

Y tanta actividad hace que Esther Remiro sea una mujer a la que se escucha con interés por la ilusión y energía que trasmite.

Carmen Monreal junto a los cubos del Kursaal Iker Azurmendi

Carmen Monreal: "Desde mi jubilación puedo hacer muchas más cosas"

La trayectoria laboral de Carmen Monreal ha estado siempre vinculada al ámbito educativo. Tras la jubilación no quiso abandonar este camino y se involucró en distintas propuestas.

“Desde mi jubilación he podido hacer muchas más cosas de las que podía hacer cuando estaba en activo y con una hija. Estudio y sigo estudiando y colaborando con distintas asociaciones. Actualmente estoy muy involucrada con la Asociación por la Muerte Digna. Me ocupo exclusivamente de hacer de guía cuando la asociación organiza sus actividades en distintos municipios”, ya que este colectivo tiene una exposición itinerante en la que han colaborado diversos artistas. “Me llaman y voy, porque me gusta hacerlo y lo vivo felizmente”, añade.

A nivel personal, y siempre en estrecha relación con el arte, participa en distintas propuestas formativas. Actualmente toma parte en un curso de periodicidad semanal sobre arte antiguo. “De ahí surgen salidas al monte o de otro tipo”, explica esta mujer que ya ha cumplido 80 años.

Carmen Monreal reside actualmente en Orio y con sus compañeras de Magisterio, formación que finalizó antes de obtener una licenciatura, se puso manos a la obra tras “encontrar a unas personas que querían seguir aprendiendo. Son personas que en origen estudiaron en sus caseríos, porque se acercó la escuela a los niños en aquellos que cedían espacio para que los maestros y maestras, normalmente maestras, impartieran sus clases y vivieran allí”.

“Estas alumnas, próximas a mi edad, con doce años habían acabado su escolaridad. Querían seguir aprendiendo, mejorar. Hoy vivo con mucha alegría mi amistad con ellas, quedamos para ir tomar algo, para ir al cine, etc. Yo de ese entusiasmo he recibido mucho”, explica.

También en Aia colaboró tras jubilarse con una joven, hija de una antigua alumna suya, que “estudiaba bachillerato pero tenía dificultad con la literatura española. Le di clases porque sacaba muy buenas notas pero en esa asignatura no”. Finalizó los estudios y “ahora es una persona muy eficiente en su labor profesional”.

Esta mujer, navarra de nacimiento pero que llegó a Pasai San Pedro a los tres años, siempre ha sido una persona muy movida. Los últimos trece años de su vida laboral en activo se involucró en un aspecto de la educación que le entusiasma, “las bibliotecas escolares”. “Eso fue maravilloso. En aquellos tiempos personas que no sabían euskera, profesionales muy interesantes en la formación en castellano, se quedaban un poco arrinconados”.

Entonces Monreal trabajaba en la Inspección de Educación y, cuando sus superiores se dirigieron a ella para pedirle aportaciones en dicho terreno, centró sus esfuerzos en las bibliotecas escolares. “Fue muy gozoso, porque no era solo hablar de literatura y de la formación en biblioteconomía del profesorado, sino que había que crear los espacios adecuados en los centros para atender a todos los ciclos”.

Cuando Monreal vivía en Aia desarrolló, junto a diversos artistas, entre los años 1972 y 1982, “proyectos educativos en los que se han interesado hasta museos, por la implicación que se logró entre los centros escolares y los artistas de la zona. Fue un proyecto en el que estaba involucrado el Taller de Escultura de Aia”.

Esta iniciativa obtuvo una relevancia importante y se organizó una exposición con los 24 proyectos presentados en el catálogo Pentsatzeko leku bat- Un sitio para pensar, editado en 2022 por el Museo Artium y la Fundación Museo Jorge Oteiza.

Me recordaban por este proyecto. Cuando trabajaba en Inspección me lo decían y me llegaba al alma”, destaca. “No teníamos medios económicos, nos servían las piedras de la calle que recogíamos para que los alumnos les pusieran nombre”, recuerda esta profesora, “hija de profesores”.

“Hemos colaborado gente muy diferente a las que nos unía el afán de querer saber más sobre arte”, explica. Ahora, reconoce, lo que hace es “escuchar y estar al día de lo vibra en mi entorno, Donde haya propuestas expositivas, allí me encontrarás”, destaca Monreal, que admite que en el curso que participa “el 20% son hombres, y ya es mucho. Esa es la proporción”.

Alicia Ardanaz muestra un collage con los principales hitos de su vida Iker Azurmendi

Alicia Ardanaz: "A los 50 años me pregunté dónde había estado yo misma tanto tiempo"

Lo dice con una sonrisa. “He cumplido 90 años y los he recibido con mucha felicidad. Ahora ya estoy en lista de espera”.

Cualquiera que escuche a Alicia Ardanaz conseguirá meterse en su mundo, en una historia con muchos capítulos que le ha llevado a distintos lugares. Cuando ya había cumplido los 70 años se preparó para ser cuenta cuentos, y su relato, pese a no tener nada de cuento, suena en sus labios como una novela.

De familia Navarra, Alicia Ardanaz nació en 1934 en Madrid, donde pasó sus primeros años de vida, ciudad que abandonaron tras cumplir su padre seis años de prisión domiciliaria para trasladarse a Venezuela. Corría el año 1947.

Allí, con 14 años, comenzó a trabajar en una librería “la mejor de Caracas”, en la que, afirma, “lo leí todo, donde escuché toda la música”. Entre los 14 y los 17 trabajó en la librería y después completó su formación en Canadá, donde profundizó sus conocimientos de inglés, que ya había comenzado a adquirir mientras residía en Madrid y que enriqueció en Caracas “en el colegio de los americanos”. Mientras, estudió taquigrafía.

En sus años en Venezuela tuvo contacto directo con “la Casa Vasca, donde conozco a un chico con el que me hago novia a los 15 años” y con el que años después, a los 22, se casó. 

Mucho hay que resumir y muchos detalles hay que suprimir del relato de esta lúcida mujer. En Venezuela, evoca, trabajó “en varias cosas” y pudo ir subiendo en reconocimiento y salario hasta que se quedó embarazada de su primer hijo, que nació en 1961. “Ganaba incluso más que mi marido pero yo decidí dejar de trabajar. Los del Centro Vasco me llamaron loca, pero esa fue mi decisión”, recuerda. “Somos una familia muy poco apegada al dinero”, reconoce.

Cuando su segundo hijo tenía cuatro años, en 1967, realizaron el viaje de vuelta y por razones varias en su elección de destino ganó la opción de Donostia, ciudad en la que residía un familiar y a donde llegaron para volver a empezar.

En Donostia nació su tercer hijo y en esta ciudad comenzó a introducirse en la comunidad educativa de Santo Tomas Lizeoa.

Pasaron los años y, reconoce, al legar a los 50 se miró en el espejo y se dijo “Alicia, ¿dónde has estado? Has sido la hija de, la mujer de y la madre de. ¿Y tú?”. Esta fue su reflexión y un punto de inflexión.

Yo me considero marciana, porque caí en una ciudad que no conocía, donde no tenía redes ni pasado”, bromea.

Marciana o no, cuando sus hijos crecieron comenzó una actividad incesante. Empezó a acudir a conferencias y descubrió que lo suyo era “sentarse en la primera fila”. “Como soy vergonzosa si me sentaba atrás no me atrevía a preguntar, porque la gente se giraba. En la primera fila no me pasaba eso y siempre abría el fuego de las preguntas”.

Fue también de las primeras mujeres que se apuntó a las clases de gimnasia del entonces Patronato de Deportes y se animó con el aquagym.

Finalmente dio con los cursos de cuenta cuentos, una propuesta que le enamoró cumplidos ya los 70 años, gracias en gran manera a sus profesores. Recuerda con especial cariño y admiración a Virginia Imaz, de la que aprendió mucho.

Y comenzó a contar cuentos, llegó incluso a escribir alguno. Recientemente ha dedicado uno a Elías, su mayordomo, que no es otro que el taca taca que su marido, ya fallecido, rechazó pero que en la actualidad ella utiliza en su casa casi como asistente. También escribió, no sin picardía, un cuento que ella misma relató en público sobre un saxofonista con el que la protagonista, que muchos creyeron que era ella aunque nada tenía que ver esta historia con su vida, tuvo una aventura y del que decía “que tenía unos dedos que sabían qué teclas tocar”.

Con 87 años participó en una película, “no necesité ni maquillaje ni vestuario. Yo lo llevé todo”, y pudo haber participado en alguna grabación más, incluido un anuncio, pero la enfermedad de su marido se lo impidió.

Hoy en día sigue contando cuentos cuando puede y diciendo que sí a todas las invitaciones que se le hacen para participar en distintas actividades. 

Una que le entusiasma es la que está desarrollando en el colegio Catalina de Erauso, donde con otras mujeres oficia de abuela de niñas y niños migrantes. “Es inimaginable lo que me dan. Tengo muchas historias”, asegura esta mujer que ha dejado cosas en el camino y ha sumado muchas otras a la edad en la que otras personas deciden descansar.