Si no fuera por su hija Daria, quizá a estas alturas de la guerra habrían regresado a Ucrania. En realidad, no es más que una hipótesis, porque en medio de la catástrofe no hay muchas certezas, reconocen los padres de la pequeña. “Tomamos la decisión de marcharnos por ella, para que estuviera segura”. Daria, de catorce años, ya tenía problemas de salud antes de que se desatara la crisis de refugiados tras la decisión de Vladimir Putin de invadir Ucrania, hace ahora dos años.

Un periodo de tiempo en el que todos han tenido que sacar fuerzas de flaqueza en casa. “Nuestra vida lejos de Kiev ha cambiado radicalmente”, reconoce la familia. La menor, con un pie y medio en la adolescencia, ha hecho un enorme esfuerzo de adaptación, y cursa actualmente estudios en el colegio Aldapeta María Ikastetxea de Donostia. “Va mejorando poco a poco con el idioma. La verdad es que estamos encantados con el centro porque están sabiendo adaptarse a su ritmo”, dice Lyudmyla Zyrnadzhy.

La madre de Daria se expresa en un titubeante castellano. Ella también necesita tiempo para hacerse a las costumbres de una sociedad guipuzcoana diferente a la que le vio nacer, en Kiev. “La verdad es que en el día a día no hablamos mucho castellano. No tenemos amigos de aquí, sólo de nuestro de país”, sonríe su marido, Sergiy Chernyskov, quien bromea por el tono rojizo que ha ido cogiendo su rostro en estos primeros compases de la charla con este periódico: “Se me pone así de la tensión por intentar hablar lo mejor posible”, se sincera.

Daria pone de su parte en el colegio, y es evidente que sus padres no dejan de hacerlo en el día a día. Chernyskov está leyendo Patria, la novela de Fernando Aramburu que narra los últimos treinta años de la vida en Euskadi. Se muestra muy interesado por la historia reciente del País Vasco. Encuentra analogías con lo ocurrido en su país. Devora estos días el libro, cuya historia arranca con el día en que ETA anunció el abandono de las armas, cuando Bittori -uno de los personajes- se dirige al cementerio para contarle a la tumba de su marido que ha decidido volver a la casa donde vivieron. A Chernyskov también le gustaría regresar algún día. “Me gusta mucho el libro, tanto por la historia del País Vasco como por la cantidad de palabras que utiliza y que desconocía. Leer me permite enriquecer el vocabulario”, asegura.

Más de 4.000 refugiados asentados

En los dos años transcurridos desde que las tropas rusas comenzaran a invadir Ucrania, más de 4.000 refugiados se han asentado en Euskadi, en su mayoría niños y mujeres, ya que muchos hombres se quedaron en su país para repeler al ejército de Vladimir Putin. Una enfermedad mantiene a Chernyskov alejado del frente. De lo contrario, a sus cincuenta años, se vería obligado a marchar a filas, ya que, por ley, los varones de entre 18 y 60 años no pueden abandonar Ucrania y deben estar registrados en las oficinas de reclutamiento de las Fuerzas Armadas.

Pero convertirse de la noche a la mañana en refugiado no quiere decir ni mucho menos quedarse de brazos cruzados. Se trata, de hecho, de una familia con formación. Él es endocrinólogo y cirujano, con casi tres décadas de experiencia. Ella es médico, especialista en Anatomía Patológica. Llegaron a Gipuzkoa porque encontraron una oferta laboral en el centro donostiarra CIC biomaGUNE. Un trabajo que no ha tenido continuidad. Ambos se encuentran actualmente en situación de desempleo, y viven gracias a la Renta de Garantía de Ingresos.

Llevan el tiempo suficiente en Gipuzkoa para saber que han asentado su proyecto de vida en un territorio envejecido, en el que hacen falta médicos, pero siguen esperando su oportunidad. “Me he pasado toda la vida trabajando en el ámbito sanitario. Desde adolescente no he tenido otra ocupación. Pasé de ser auxiliar con catorce años a cirujano, profesión que he ejercido durante 27 años”, cuenta Chernyskov a modo de presentación.

Llevan un año y medio esperando a que les homologuen el título, un intervalo de tiempo que se antoja ya exasperante, y que se está alargando mucho más de lo previsto. El problema que está encontrando Lyudmyla es que no le pueden ofrecer salidas laborales por debajo de su titulación, algo que, al parecer, no es compatible con todo el proceso burocrático en el que se halla inmersa. “Y encuentra dificultades para desempeñar otros trabajos que podría hacer, porque todavía no domina el idioma”. De hecho, es Lyudmyla Fialkouska quien traduce estas palabras de su compatriota, que no acababa de encontrar el verbo fluido en castellano y ha pasado a hablar en ucraniano.

Fialkouska es integrante de la Asociación Ucrania-Euskadi, una entidad que agradece el apoyo de instituciones como la Diputación o el Ayuntamiento de Donostia, que les ha cedido el local en el barrio de Altza, donde tiene lugar la entrevista. “Durante estos dos años hemos visto a muchas familias marchar. Hay quienes han regresado al país porque nos decían que lo estaban echando mucho de menos”, confiesa.

Los primeros bombardeos

Los primeros bombardeos comenzaron el 24 de febrero de 2022, y la consecuencia inmediata fue que miles de ucranianos abandonaron su país a la carrera para huir de la guerra. “Poco después de la invasión, Lyudmyla marchó a Chequia. Recibí entonces una oferta de trabajo desde Donostia. Vinimos aquí por el empleo, pero me rescindieron el contrato medio año después”, resume Chernyskov.

Desde entonces, los meses han seguido transcurriendo en Gipuzkoa. Chernyskov se mira las manos, dice que como buen cirujano necesita actividad, sentir que la maquinaria sigue engrasada. Y a la espera de esa oportunidad laboral, la familia sigue desde Euskadi el curso de la guerra en Ucrania, que no deja de sumar víctimas y destrucción. “Nuestra vida lejos de Kiev ha cambiado radicalmente. Ya no tenemos veinte o treinta años. Tenemos cincuenta, es mucho más complicado cambiar de hábitos y de costumbres, pero lo prioritario ahora mismo es que nuestra hija viva con seguridad. Lejos de situaciones preocupantes y de peligro. Estamos aquí porque queremos que estudie con tranquilidad”, confiesa el padre.

Fialkouska, la mujer que ejerce de intérprete, le pregunta: “¿Y por vosotros? ¿Acaso no estáis aquí también por vuestra propia seguridad?”. Chernyskov responde que no. Su hija mayor, Olexandra, de 24 años, vive independizada en Chequia. Pero la pequeña todavía necesita mucho apoyo de sus padres antes de emprender el vuelo. “Si no tuviéramos aquí a una hija menor es probable que volviéramos a Ucrania", dice la madre.

La atención mediática por la invasión rusa se ha rebajado, pero la contienda sigue golpeando el territorio con ataques indiscriminados que se han recrudecido. Atrás han quedado aquellos primeros días de conflicto, cuando comenzó el goteo de refugiados que llegaban a Euskadi por su cuenta y de manera informal. Las instituciones vascas se encontraron de la noche a la mañana con una situación totalmente inesperada y con la necesidad de dar una primera atención de emergencia a los desplazados.

Entre ellos se encontraba Daria, que después de un año medio estudiando castellano “comienza a cosechar resultados”, dice su padre. Con el dominio del idioma, se van ampliando las posibilidades de comunicarse y de estrechar lazos de amistad, “aunque está en una edad adolescente y todo este cambio le resulta complicado”, añade su madre.

Nada que ver, en todo caso, con el complejo escenario en el que se ve obligado a manejarse el ámbito educativo de Ucrania. “Los alumnos no pueden estudiar con normalidad. Cada vez que hay un ataque aéreo, algo que sucede muy a menudo, tienen que salir corriendo a los refugios”, asegura Chernyskov. Hace un mes cayó un misil a 300 metros de la vivienda de la familia, en el centro de Kiev. La explosión derribó un edificio de nueve plantas. “Nuestra casa sigue en pie, pero es un lugar estratégico para los rusos, y hay mucha destrucción alrededor”, lamenta la pareja.