A finales de 1999, David Segurado hizo la maleta y se fue a recorrer Sudamérica antes de quedar, en febrero de 2000, con varios amigos y pasar un par de semanas haciendo montañismo en el Aconcagua (Argentina). Este pasado mes de enero vino unos días a su localidad natal, Urnieta, acompañado por su mujer, Claudia Torres-Sovero, natural de Perú, y la hija de ambos, Mathilde. Entre medias, 25 años en los que sus visitas a tierras guipuzcoanas han sido contadas. Porque David, en lugar de volver a la vez que sus amigos, se quedó en Sudamérica, concretamente en Cusco (Perú).

Fui con 3.000 dólares que tenía ahorrados. Cuando llegaron mis amigos, tenía cuatro dólares. No por falta de dinero, sino porque tuve problemas para acceder a las cuentas. Aguanté tres semanas con ese dinero, no sé ni cómo”, cuenta: “La idea inicial era estar por ahí 3 o 4 meses y volverme con mis amigos después del Aconcagua, pero decidí no venir a Urnieta e irme a Cusco. Solucioné lo de las cuentas, pero pese a eso no tenía mucho dinero”.

Comenzó entonces un periplo que le ha llevado a residir, salvo algún paréntesis, en Perú durante el último cuarto de siglo y a trabajar manejando drones y haciendo labores de investigación en el Amazonas, el inmenso bosque tropical que toca nueve países americanos y cuya extensión total es algo así como 330 veces Euskadi. Por acotarlo un poco más, la parte peruana del Amazonas es 35 veces Euskadi. Pero antes de familiarizarse con los drones, algo impensable para él cuando decidió no volver a Urnieta y quedarse en tierras sudamericanas, tuvo todo tipo de trabajos. Entre ellos, el de construir “la estructura de un albergue turístico en el Parque Nacional del Manu”, un trabajo para el que estaba capacitado porque había hecho un FP2 “de diseño y fabricación de madera”.

Un jaguar en la selva

Los cuatro meses que pasó con este encargo confirman la capacidad de supervivencia de este urnietarra. Donde otro hubiera cogido el petate y marcharse sin mirar atrás, él aguantó: “En principio yo llevaba la obra e iba a tener a mi disposición personal, maquinaria... la realidad es que me pasé cuatro meses ahí solo alimentándome de arroz. De vez en cuando aparecía alguien, pero estaba aislado. Para llegar a la población más cercana tenía que atravesar nadando un río de varios metros de ancho y andar dos horas hasta llegar a un poblado donde había una radio con la que podía comunicarme con el exterior. Se me pudrió la ropa, me salieron hongos... un desastre. Pero levanté la estructura”, se ríe al recordarlo. Por si esto fuera poco, solía tener una visita que asustaría a cualquiera: “Dormía en una tienda de campaña en una campa sin vegetación a 20 metros del bosque y había un jaguar que venía a visitarme de noche cuando estaba cocinando el arroz. Le escuchaba y le iluminaba con la linterna. Le veía y daba un poco de miedo, la verdad. Así varias noches. Al final yo era un chaval de Urnieta al que metieron en la selva sin tener ni idea de nada y le dijeron: Toma un saco de arroz y una tienda de campaña y levanta un albergue”.

Esa experiencia laboral no mermó sus ánimos de aventura. El superviviente David tenía claro que lo suyo no era quedarse en Urnieta: “Desde que tenía 10 años decía a mi familia que después de estudiar me iba a ir por ahí. Nunca he tenido problema en currar de lo que sea, por ejemplo limpieza de fachadas. Gran parte de lo que hago viene de la escalada, que he practicado de joven: vivir en la naturaleza, saber sufrir en situaciones complicadas...”.

Tras construir la estructura del albergue, le surgió otra oportunidad laboral: “Un amigo, que no es amigo ya –puntualiza– y que resulta que era de una familia inglesa de mucho dinero, compró un terreno de 600 hectáreas para montar su propia estación biológica y, como yo conocía la zona, me pidió administrarla”.

“¿Qué hace este tipo acá?”

Fue entonces cuando conoció a Claudia Torrres-Sovero, que bromea: “Lo vi y pensé: ¿Qué hace este tipo acá en plena Amazonia?”. Luego, ya más en serio, pasa a tomar el relevo en la narración de los hechos: “Soy bióloga y ecóloga, sé de plantas y aves, y mi objetivo era trabajar en el Amazonas. Y la forma de llegar ahí era trabajando de guía. Era algo que no me interesaba, pero como sé alemán y francés y conocía el terreno, encajaba en ese trabajo y al menos lo vi como una oportunidad de ganar dinero para comprar material e ir haciendo mis propias investigaciones. Y también fui conociendo a otros investigadores y haciendo contactos”.

David fue con varios amigos al Aconcagua en el año 2000. Ellos volvieron, pero él se quedó en Perú, su hogar desde entonces

Fue en la zona del Parque Nacional del Manu donde David y Claudia comenzaron a trabajar para el inglés cuya estación biológica administraba el urnietarra. Una experiencia laboral que no acabó nada bien. “Me di cuenta de que el inglés era poco de fiar. A mí me amenazó”, cuenta Claudia. “Nosotros dos nos aliamos frente a él, hicimos un frente común y nos pusimos firmes. Nos pilló un poco jóvenes, pero el ambiente era difícil. Nos fuimos de allí”, añade David. Lo mejor que sacaron de aquellos meses fue que nació la relación entre ambos: “Fuimos a Cusco y luego a Puerto Maldonado, una zona de selva brutal, alucinante”.

El único paréntesis de su vida en Perú fueron “casi dos años en Madrid”, donde Claudia estudió un postgrado en Ecología. David, mientras, ganó dinero “haciendo trabajos verticales”, pero cuando volvieron a Perú estaban otra vez “con cuatro duros”, se ríe el guipuzcoano: “Estuvimos un tiempo en Lima viviendo con los padres de Claudia hasta que encontramos trabajo, de nuevo relacionado con el Amazonas”. La selva tiraba demasiado de la pareja como para vivir en la ciudad. David trabajó “en temas de logística para una consultora ambiental y desarrollo de itinerarios turísticos”. Claudia también siguió vinculada al turismo mientras trataba de recuperar sus contactos de biología e investigación.

Descubrimiento de los drones

Fue en 2014 cuando descubrieron los drones que cambiarían su vida. Y, como muchas veces sucede con las cosas importantes de la vida, llegó de casualidad. Lo cuenta Claudia: “Tengo una familia amplia y nos juntamos todos en México. El esposo de una prima llevó un dron, sacó fotos y David y yo vimos las posibilidades que podía tener eso para sacar fotos en el Amazonas y acceder a lugares por los que andando es muy difícil ir. Al año siguiente vinieron a vernos a Perú y le compramos el dron”.

“Otra vez nos gastamos los ahorros”, añade el urnietarra, a quien se le abrió un mundo tan amplio como desconocido. No solo para él, sino para todo el país sudamericano. “Entonces no había ni manuales ni nada. Me descargué unos editoriales de Youtube, practiqué en la selva y se me dio bastante bien. Cuando empezó a regularse este tema en Perú, me saqué la licencia y solo la tenían seis personas más”. David vio una vía de negocio: escribió un manual, creó un curso que fue homolgado de forma oficial y desde entonces ha formado a muchos peruanos para manejar drones.

David Segurado posa junto a un cartel de un proyecto para combatir los delitos ambientales en el Amazonas, en el que él participa. N.G.

Pero su principal labor desde entonces han sido los proyectos de investigación del Amazonas con drones. Para ello, primero aprendió a automatizar vuelos: “Me puse en contacto con DroneDeploy, una empresa de San Francisco, y generé una serie de metodologías. Estuve un mes haciendo un intensivo en la selva”.

Universidades y ONGs que quieren hacer investigaciones en el Amazonas con animales o plantas contactan con David y Claudia: “Buscan a quien sepa manejar un dron, que ande con temas de naturaleza, sepa hacer mapeos... no hay tanta gente en Perú que sepa hacerlo, y eso nos ha llevado a generar alianzas con universidades estadounidenses. Hay ONGs que quieren hacer algún estudio, pero no tienen dinero. Entonces nosotros nos ponemos en contacto con alguna universidad y hacemos un proyecto conjunto. Creamos datos, la universidad los procesa y de ahí salen estudios científicos”.

Ponen algunos ejemplos de proyectos: “Tenemos estudios de recuperación del bosque, otro de dispersión de semillas metidas en cápsulas con nutrientes mediante el dron, que va lanzando las semillas... Es una herramienta muy útil, vale para todo. Tiene la ventaja de que alcanza sitios a los que andando sería difícil acceder y encima saca imágenes muy buenas”.

También el propio Gobierno de Perú es uno de sus clientes. Por un lado, les ha dado la concesión de una zona amazónica de 40 hectáreas, donde David y Claudia tienen que observar y cuidar la flora y la fauna. Y, por otro, tienen proyectos “en la Pampa, que es la zona de minería ilegal por antonomasía” situada en Madre de Dios, una región de Perú, cuenta David: “Hay un hueco enorme en mitad de la selva, la zona está pelada”. Intentan controlar esa deforestación... lo que no resulta sencillo: “Una vez nos destrozaron un dron de tres metros y medio de envergadura cuando estaba sobrevolando esa zona. Sabemos que tienen armamento pesado y creemos que lo dispararon. Al final para ellos es una guerra”. Esa minería ilegal está destrozando parte del Amazonas y el objetivo es al menos vigilar el destrozo: “Hay también un proyecto de restauración ecológica, de cómo recuperar esa zona, porque han usado mercurio y han dado vueltas a la tierra hasta quemarla”.

“Otro proyecto lo tenemos en el Bosque de Nubes, que es una zona alta del Amazonas en la que llueve mucho. Son bosques poco estudiados, porque son difíciles de acceder, y se quiere hacer con dron”, añaden.

Las mujeres amazónicas

La investigación no es la única ocupación de esta pareja, empeñada también en conocer la sociedad amazónica y empoderar a las mujeres. Claudia le pone un interés especial a esta tarea: “Tenemos proyectos para conocer a la mujer amazónica: cómo están, de qué viven, si se les tiene en cuenta, si hay brecha de género... nunca se ha hecho nunca un análisis de la mujer amazónica, es una población dispersa, con diferencias. Tampoco es fácil acceder a ellas, te tienen que conocer para abrirse. Les estoy enseñando a interpretar el bosque tropical, que es muy complejo, para poder hacer de guías turísticas y tener una posible vía de ingresos. Tratamos de empoderar a las mujeres. Allí tenemos que demostrar mucho más, que caminamos más que los hombres, que no nos duele nada, y hasta que podemos tomar más cerveza que ellos”. En las palabras y actitud de Claudia se trasluce la experiencia de quien ha superado muchos obstáculos por el simple hecho de ser mujer. Su amabilidad no quita para que se le note un fuerte carácter.

Otra cuestión que abordan es enseñar a la población local a cuidar el bosque: “Les tratamos de inculcar que no pueden destruir el bosque para plantar. Lo estamos consiguiendo mediante vídeos explicativos en Youtube. La población local quita árboles para plantar, por ejemplo, maíz”.

El cambio climático y la citada deforestación pueden poner en peligro el Amazonas. “El año pasado hubo una sequía fuerte y murieron muchos peces y delfines rosados porque el agua se calentó mucho. Y la deforestación depende de los gobiernos. Brasil, por ejemplo, retrocedió mucho con Bolsonaro, que arrasó con el Amazonas. Ahora la cosa está mejor. Tal vez se pueda regenerar la zona destrozada...”.

El futuro de esta pareja –que ya no es una pareja porque hace cuatro años nació Mathilde, la hija de ambos, “encantada” estos días con sus abuelos paternos, de los que ni se acordaba porque tenía menos de un año cuando vinieron la anterior vez a Urnieta– es continuar con las investigaciones en el lugar del planeta que han convertido en su hogar, el Amazonas: “Siempre hay cosas que investigar, especies nuevas de insectos o mamíferos que se creían desaparecidos y viven todavía por ahí. También el dron puede ayudar a investigar cómo se adaptan las especies al cambio climático, si por ejemplo, tienen que cambiar de lugar para vivir. Al final dependemos de los gobiernos y las universidades, porque son los que ponen dinero para investigaciones”.